Ángel (Primera Parte)

–¿Ves? Aquella estrella es Antares…

–¿Cuál de todas?

–Esa… la que es de color rojo… –y de una forma cómica señalaba hacia el infinito.

–¿Hasta color tienen…? Para mi son todas blancas.

–¿Reconoces el Escorpión? Mira… levanta la cabeza un poco… si, así. Ahora, ¿ves esa colita?

–Esas cinco estrellas que dan la vuelta así… supongo… ¿Te referís a eso?

–Si.

–Hubieras empezado por decirme que es eso que parece como un signo de interrogación.

–Bueno… el punto de ese signo, ésa es Antares.

–¿Quién lo hubiera pensado? ¿Y la vez de color rojo?

Hola, mi nombre es… Ángel. Una vez me sucedió encontrarme en la siguiente historia. Cuando todo comenzó no se como iba a terminar,  ni de que trataba. Pero si yo estaba allí, les puedo asegurar que por algo importante era.

Estaba en una playa de Sudamérica y era uno de esos días extraños de invierno donde la sensación térmica no es muy baja… pero que a estos dos que estaban allí adelante se les ocurriera pasear en pleno invierno ¡a las tres de la mañana! Era algo realmente… loco. Aún no paro de reírme de la discusión de Antares y su color rojo y la siguiente, Orión, que mientras él le decía que estaba dado vuelta, y ella de que no notaba la diferencia de que estuviese con la cabeza para un lado o para el otro.

Por cierto, a todo esto como el tiempo pasa, ya faltaba poco para que amaneciera. Es increíble que la gente pueda pasar horas mirando las estrellas y hablando esas cosas que generalmente son tan sin sentido. Como diría un amigo mío: Así es la vida.

–Creo que ya está por amanecer…

–Creo que si.

–Pero todavía falta por lo menos media hora… o veinte minutos.

–¿Te parece… si…?

–¿Nos sentamos en aquellas rocas? Sin duda.

–Bueno. Ya que invitas.

Luego de haber visto al Escorpión de un lado del cielo a poco de la media noche, y de ver a Orión antes del amanecer… y todo caminando, deduje que ya era hora de que estos dos se sentaran. Si duda, mi trabajo es uno de los más difíciles sobre la faz de la Tierra.

–Bueno, creo que hoy no es nuestro día de suerte.

–¿Por?

–No pasó nada raro.

–¿Me ayudas a subir? Sola no me animo…

–Mujer… mujer… Si puedes tú con Dios hablar…

–¿Qué quieres que le pregunte?

–Nada. Con él está todo bien.

–¿Porqué decías que no paso nada?

–Fíjate… en toda la noche no vimos una estrella fugaz, no nos cayó ningún pedazo de wáter de una estación espacial rusa, no nos abdujeron los extraterrestres y ni siquiera hubo un eclipse de luna.

–¡Barbaridad! ¿Y eso pasa muy seguido?

–A mí nunca. Y tampoco a mis amigos… –hizo que pensaba un poco–. Ni a los amigos de mis amigos ni a los primos de los conocidos de los amigos de unos parientes lejanos de mis amigos.

Mientras yo veía la forma más sencilla de subir a la roca, ellos parecían haber quedado hipnotizados. Durante un minuto no mencionaron palabra. Ni siquiera se movieron. Cuando llegué a la roca me senté a su izquierda y los miré fijamente para ver si aún estaban ahí o los tenía que ir a rescatar al infierno.

–¿Viste lo mismo que yo?

–¿Te referís a esa estrella que está ahí?

–Si… esa.

–Creo haber visto que se movió… hacia la derecha e inmediatamente volvió a su lugar.

–Exacto.

–Es una señal de Dios o una nave extraterrestre.

–Mmm… vamos a esperar a ver si se vuelve a mover antes de que salga el sol.

–Tengo frío.

–Yo también.

–¿¡Podrías…!? –realmente, ella parecía muy enojada.

–¿Si podría qué?

–No nada, déjalo ahí. Son cosas mías.

–Bueno… como quieras.

Veinte minutos después de eso salió el Sol entre unas lomas en el horizonte. ¡Que experiencia increíble! Realmente religiosa. El Sol fue muy lentamente saliendo por el horizonte, con una inclinación muy baja. Parecía que le costaba realmente despegarse del horizonte. Cuando terminó de salir y perdió ese color anaranjado tan lindo, ya era muy difícil mirarlo directamente, y me hizo imaginarme que lindo que sería vivir en el asteroide de El Principito de Saint–Exupéry y poder ver todos los amaneceres que uno desee. Claro, siempre y cuando nos acordemos de cubrir la rosa con un globo, de poner al cordero en su caja y de deshollinar los volcanes.

Dejé que ellos dos se fueran… por fin tomados de la mano, lo que indica que mi trabajo  cada vez se ponía más sencillo y a la vez más complicado. Yo me quedé admirando la naturaleza… sintiendo como me despeinaba la suave brisa y bailando al ritmo de las olas. Corretear gaviotas, ¡que cosa más entretenida! Sin duda hay cosas que todas las almas desean hacer pero que solo unos miles de millones de privilegiados podemos hacer.

A eso de las diez de la mañana llegué al centro comercial y me dirigí a tomar un buen tazón de leche en el parador. Lo acompañé con un bizcocho que me convidaron, pero lo compartí con unos pajaritos de pecho amarillo que se acercaron a mi mesa. Hay veces que algunas aves desean tener contacto con otros seres de la creación… es ese extraño deseo de la curiosidad. Me hizo acordar cuando visité un atolón de la polinesia, hoy un poco contaminado por pruebas de armas atómicas, pero en aquel tiempo los turistas se acercaban a la costa a satisfacer su curiosidad de ver a esas criaturas increíbles que son los delfines, y los delfines se acercaban a la costa a satisfacer ese deseo de curiosidad tan importante para ellos de que unas decenas de bípedos se acercaran a mirar el océano como tontos y a mostrarle los dientes a las aguas del Pacífico.

Fui caminando lentamente, y cuando llegué a la casa encontré la puerta abierta, pero sin embargo reinaba el silencio. Parecía que una noche de caminar bajo las estrellas los había dejado exhaustos. Sin duda a mi también. Pero podré soportarlo.

Ella, muy prolija se había acostado como Dios manda, incluso se había puesto el pijama. ¿Alguien hoy en día usa pijama? Sobre gustos está todo escrito, sin embargo él, no hizo más que sacarse el calzado y meterse debajo del acolchado. Espero se haya sacado la arena de la ropa, pero me da igual, sería más trabajo para él que tendría que limpiarlo.

Me acerqué a ella y suavemente al oído le dije: “Recuerda de levantarte a estudiar”. Me senté en el sofá, conté hasta 12 y esperé a que ella se despertara.
Pero, sorpresa la mía fue cuando él se despertó y le dijo a ella que tenían que estudiar. Aunque el método pareció fallar, el objetivo fue cumplido. Trataré de mejorarlo para la próxima vez. Quizás la próxima vez le pida algo a Papá Noel y me lo traigan los Reyes.

–Bueno, por donde comenzamos –preguntó ella.

–Te parece por el teórico.

–¿El teórico? Me parece un poco aburrido.

–Entonces el práctico… ¿por qué parte?

–No sé. Elegí vos.

–Ni idea, recuerda que de esto no se mucho. Ni siquiera tengo cuaderno.

– Entonces vamos a desayunar.

–Adoro que digas eso —y ella sonrió muy amablemente.

Que linda sonrisa que tenía. Es una de esas sonrisas femeninas que no se ven muy frecuentemente sobre la faz de la Tierra, es una de esas sonrisas que transmiten un mensaje de aprobación pero que para nada tienen una connotación de índole sexual. Algo muy humano esto último, sin duda, pero que cuando una persona no lo expresa de forma indirecta en la sonrisa o en la mirada, lo hace muy difícil y mucho más interesante para la otra parte. He visto ese comportamiento en la especie humana unas cuantas veces. Y es realmente un problema. Lo que se logra puede perderse de una forma muy sencilla si no se afianza rápido, pero una vez que está asegurado, se hace invencible.

Mientras ellos iban al parador del cual había venido yo hace un ratito, me peiné un poco y arreglé como para que no se notara tanto que había pasado toda la noche en una fría playa. Al fin, luego de esperar un rato sentado sin hacer nada me dirigí hacia el parador. Si, otra vez.

Cuando llegué ellos estaban sentados, gran casualidad, en la misma mesita que había desayunado yo. Pero tenían algunos bizcochos más. Ambos estaban compartiendo un jugo de naranja que, la verdad, para mi gusto personal no tenía nada de apetitoso, aunque yo supiera que de natural no tenía mucho, al menos era una buena imitación.

Me senté en un tercer banquito que allí había y me dispuse a escuchar la conversación, con la esperanza de que por lo menos esta vez hubiera un tema del que yo pueda  participar.

–…la sala era bastante grande. Y era divertido estar solo ante cuatrocientas sillas vacías y poder hacer lo que uno desee.

–¿Qué sentido tenía? –preguntó ella.

–Hexagrama 40 del I-Ching.

–¿Cómo?

–La liberación. Tiempo para la audacia, olvidar el pasado y pensar en el futuro. El hecho de no tener porque sentir vergüenza por nada… ya que no había nadie más que pudiera decir algo sobre eso. Te hace tomar confianza con el entorno, entonces, cuando tienes que enfrentarte a esa cantidad de energúmenos que van a ver en donde te equivocas, te sentís más seguro, más libre.

–Y además te divierte –dije yo.

–Y además te divierte hacer unas payasadas sobre un escenario –comentó ella.

–Sin duda –hizo una pausa–. Y al otro día… no me acordaba de nada. No sabía ni por donde empezar.

–¿Por?

–Porque cuando estaba por subir al escenario, miré quien era mi público y eran todos conocidos. Mi jefe, mis clientes, mis amigos… llegaba a hacer algo mal y había un 90% de probabilidades de que me gastaran por un mes o dos.

–¡Uh! ¡Cómo te querían! –dije yo.

–Se nota que te querían mucho –dijo ella.

–Y lo siguen haciendo. Eso espero. El problema es ese… cuando conoces a alguien, es más fácil expresar diferentes sentimientos. Te sientes liberado.
Entonces es ahí donde tienes que aprender a reírte de vos mismo… y los demás de ellos.

–¿Y te equivocaste?

–¿Vos te crees que si se equivocaba te lo iba a contar? –le dije yo a ella por lo bajo.

–No recuerdo bien –respondió él–. Ese tipo de experiencias son muy intensas y los recuerdos se filtran mucho. Quizás Freud podría desentrañar todo eso, pero solo sé que una de las cosas que tenía que mostrar, la aprendí mientras hacía el ejemplo. Después la usé varias veces.

Hubo un silencio. Miraron hacia mi lado y me quedé quietito. Me sentía observado. Es una sensación terrible, pero soportable.

–…en algo me debo haber equivocado, –prosiguió él– es algo inevitable, pero seguro que nadie se dio cuenta.

–¡Yo me di cuenta! –dije.

–Si después me acuerdo te digo.

Como ya se había terminado el jugo de naranja así como los bizcochos, procedimos a ir a estudiar. Vaya a saber que me deparaba aprender el destino. Así que caminamos despacito hasta la casa. Caminé un rato a la derecha, otro rato en el medio, otro rato a la izquierda… y volví al medio… hice que él se tropezara con una piedrita y volví a la derecha. No lo puedo creer.

Cuando llegamos, me senté a la mesa y esperé que trajeran los cuadernos. Esperé que se lavaran los dientes. Esperé que prendieran la estufa a leña. Esperé que arreglaran las camas. Esperé y espere y me cansé de esperar, así que cuando llegaron me despertaron. Sin duda fue una siesta corta… pero en mi estado actual, para mi suficiente.

Mientras veía unos garabatos raros sobre los papeles… descubrí que ella no sabía nada… como dicen los jóvenes modernos, “estaba pintada”. Sin embargo, él, o sabía o inventaba. Y si inventaba, lo hacía, al menos, de forma convincente. No aprendí mucho. Al menos si hubieran comenzado con el teórico, podría haber cazado algo. Pero mi objetivo no era ese. Era algo tan noble como eso pero de otro estilo.

Luego de oír una clase muy aburrida de cinemática, uno ya está espantado de todos los males. Ahora solo me falta esperar a la hora del almuerzo. Si es que se acuerdan que hay que hacerlo. No se que se proponían almorzar, así que me dirigí a la cocina, y eché un vistazo en derredor. Había dos o tres comidas casi enlatadas. Se habían preparado como para tres días de guerra. Esta juventud… ya no había gente que cocinase de verdad, que saliera a comprar la comida para preparar el almuerzo. Ahora todo venía en cajitas de diferentes tamaños y bien indicado, la cantidad de calorías y los inentendibles componentes que parecían más una clase de química que una lista de alimentos mezclados para dar buen gusto.

Volví, con la esperanza de proponerles la idea de las pastas, aunque hoy no era un día frío. Así que me senté a un lado a leer algo del teórico que habían dejado a un costado. Era algo interesante, pero para mi trabajo era un poco sin sentido saber que la aceleración es la derivada de la velocidad. Es más, ni siquiera sé que es una derivada. Mirando los dibujitos no entendí mucho tampoco, así que la dejé por esa y me dirigí al jardín a cuidar un poco de las plantas.

Eso es lo que llaman supervivencia, ese jardín era una lucha completa por el territorio. El año pasado cuando estuve por ahí, parecía todo más ordenado. No había lo que llaman “yuyos”. Las rosas estaban a la derecha. Las otras dos esquinas tenían otras plantas desconocidas para mí, que en primavera daban unas lindas flores. Al frente, el año pasado se podían ver unas líneas de plantas con flor de un color violeta-azulado y al fondo varias macetitas artesanales que tenían diferentes plantas sin flor. Coronando el medio del jardín, un lindo Ceibo, de tamaño pequeño, joven.

Este año era todo distinto; el ceibo, que no había crecido mucho, estaba casi igual, sin embargo, las plantitas de flor violeta-azulada quedaban de un solo lado, los yuyos se habían apoderado de todo el jardín. Las rosas seguían igual, aunque sin flor por el momento. Las plantas de las macetas habían bajado al jardín y algunas del jardín, subieron a conquistar alguna maceta. Evolución, divino tesoro. Sin duda las plantas estaban acomodándose según lo que más les convenía, sin preguntarse como quedaba más lindo a la vista de los humanos.

Volví a la mesa de estudio, y estaban enfrascados en resolver un problema de un libro… cada uno escribía lo que pensaba y cada poco cada uno verificaba con el otro como les iba yendo. La escena era sin duda bastante temerosa. Se trataba de un cazador que disparaba a un mono que caía de un árbol y había que averiguar a que altura del suelo la bala tocaba al mono. Pobre mono, espero que no sea basado en una historia real. Pero podrían haber puesto un ejemplo más deportivo o algo que no involucre la vida de un ser viviente, por más ficción que sea.

Luego de que llegaron a algo que suponían era un resultado hicieron algunos ejercicios más del mismo tipo y antes de que cambiaran de tema les propuse almorzar.

–¿Les parece si almorzamos jovencitos? –les dije.

–¿Estás pensando lo mismo que yo? –dijo él.

–Espero que si. –respondió ella.

–Entonces almorcemos.

–Bueno, no es justo lo que estaba pensando, pero creo que podemos hacerlo.

El la miró con cara de ¿Qué quiso decir?, pero se levantó de la mesa y juntó los materiales de estudio a un lado. Entre los dos sacaron los platos de pasta, los calentaron y disfrutamos de un almuerzo muy entretenido, sobre todo para mí, que sigo y seguiré sin entender que sentido tiene un resultado irreal de una ecuación de no se que grado ni nada de eso. Durante media hora no emití comentario y los dejé volar a su propio deseo no oculto, lo cual no va bien con mi trabajo, por lo cual, hoy en la tarde debía planear algo… algo difícil pero creíble, como dirían los jóvenes de hoy: algo sala’o.

Antes de que ellos terminaran de almorzar, y en vista de que no decían nada interesante, salí a dar vueltas a la casa. Algo se me tenía que ocurrir. Y si no se me ocurría rápido, mi futuro laboral pendía de un hilo, lo que era realmente un problema, ya que es lo único que sé hacer.

Cuando volví a entrar a la casa les propuse ir al parque, como vi que mi propuesta estaba con poca aceptación consciente tuve que hacer algo más antes de eso.

–¿Café? –dije yo.

–¿Café? –le preguntó ella.

–Café –asintió él.

Sin duda, unánime.

Ahora sí, café de por medio, algo tenía que pasar, la cafeína es un muy buen estimulante, las cosas pasan o pasan, pero no pueden seguir en la misma actitud.
Así que volví a insistir con el parque.

–Jóvenes. ¡Tenemos que ir al parque porque se me agota la paciencia! –creo que exageré un poquito porque grité algo por encima de lo normal.

Y esperé unos segundos…

Y esperé otros segundos más… se me hacía eterno. Hasta que ella, gracias al cielo, tomó la iniciativa.

–Tengo ganas de ir al parque a pasear un rato, esto de estudiar tanto me está haciendo que me duelan los oídos.

–A mi también.

–¿También te duelen los oídos o también tienes ganas de ir al parque?

–Ambas cosas.

–Bien, déjame cambiarme de ropa y salimos.

Sé que mis métodos no son los más ortodoxos del planeta, pero hay veces que las cosas se ponen difíciles, y es ahí donde se acuerdan de mi. Es ahí donde les sirvo. Si nadie puede con algo, seguro que yo voy a hacerlo. Me llevará el doble y no todos quedarán contentos, pero puedo asegurar que el objetivo principal se cumple.

Salimos al parque, así que yo, estando en mi hábitat casi natural, tenía todas las intenciones de terminar esto. Rápido y por la vía más divertida posible. Basta de ciencias para mí. Por hoy había sido demasiado.

El parque, es un lugar muy amplio y muy cerrado, dentro de él hay solo árboles, arena, tierra, pájaros, algunos otros animales pequeños, y muchos árboles. No mucha gente se aventura a caminar por el parque, principalmente porque la gente dice no tener tiempo, pero de vez en cuando sirve de excusa para que algún turista saque fotos ahí adentro. Este parque es uno de esos pocos lugares que quedan vírgenes en el país y que tienen el suficiente tamaño para esconder un regimiento de infantería y es lo suficientemente chico como para cruzarlo en una sola tarde.
Caminamos un poco, adentrándonos en la espesura, hasta que dejamos de ver la civilización, así que me dispuse a hacer algunas travesuras de las que me gustan.

[Mañana se publica la segunda parte]

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Un comentario sobre “Ángel (Primera Parte)”

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