Llueve

Llueve

Llueve.

Aún llueve cerradamente y Daniela no llega.

Ayer hice galletitas. Un poco de harina, huevos, leche, azúcar, manteca… mucha manteca. Horno a 200 grados y cortadas con formitas de animales. Bañadas algunas con chocolate y un poco de confites en otras.

Me las terminé comiendo yo solo, otra vez. Porque Daniela no venía. Ayer estaba por empezar a llover. Mayo. Lluvia de mayo. No sé qué tiene de especial una lluvia de mayo contra una de agosto. Debe ser el frío. Sí, el frío de agosto hace que no quieras salir de la cama.

El calor de las lluvias de mayo me da ganas de cocinar.

Yo no cocino.

Bueno, a veces sí. Pero generalmente no cocino. Solo lo hago cuando Daniela me dice que va a venir. O cuando me imagino que viene de sorpresa. Me encanta que haga eso. Es un juego muy divertido.

No sé como logramos esa conexión. Pero a veces pasamos días sin vernos. Temas de trabajo de ella. Pero cuando viene generalmente la estoy esperando. Debe ser una comunicación cósmica. Yo me imagino que va a venir y ella viene.

Alguna vez me falló. Pero no es el caso de hoy. Hoy me dijo que venía y que quería comer galletitas. Negocié con ella porque me las había comido todas en la noche. Me había desvelado y no sabía qué hacer.

Como todo gordo de alma, me las comí. Pero no soy gordo. Peso 85, y aunque tengo un poco de panza, supongo que debe ser por la cerveza.

Es medio ridículo, porque yo no tomo cerveza. Solo cognac y ron. Sé que no tiene nada que ver. Pero me gustan. Conozco mucha gente que toma cognac, pero ninguna que tome ron como lo tomo yo.

Seco o en las rocas. Pero solo. Sin ningún gusto extra. No limón, no naranja, no Coca.

Un té de coca me vendría bárbaro.

Nos conocimos en el avión que volvía de Bolivia. Asiento 13 A y B. El mío era el A. A Daniela no le gustaba la ventanilla porque le daba vértigo mirar hacia abajo. Le ofrecí cambiar mi asiento, pero me dijo muy astutamente que prefería que en su cajón la enterraran a ella y no a mí.

Pensé que era un pensamiento demasiado macabro. Pero con una sonrisa me explicó que como los accidentes aéreos eran tan catastróficos, a la gente se la identificaba por la posición del asiento y no por la dentadura o esas cosas. Salía muy caro andar comparando dentaduras y eso aumentaba el costo de los seguros. Por lo cual, me explicó, aumentaba el costo de los pasajes y casualmente la empresa en la que viajábamos era de bajo costo.

No me asusto por esas cosas. Pero me pareció muy inteligente su razonamiento.

Y macabro.

Sigue lloviendo y no tengo calefacción. Se atascó la llave del gas y el piloto no prende. Igual no hace tanto frío. Es mayo.

Cuando íbamos en vuelo a Buenos Aires desde La Paz, me preguntó de qué trabajaba. Importaciones. Me dijo que tenía que importar té de coca. A lo que yo sorprendido le dije que no sabía si estaría permitido. La cocaína es una droga pero la coca no. Es como la yerba mate. Todo eso me lo explicó Daniela.

Tipo PU-1.

No me gusta el mate. Pero me regaló unos sobrecitos de té de Coca y me dijo que los probara. Que después que los probara, la llamara para contarle y me dio su tarjeta.

Trabajaba en la competencia.

Me reí mucho cuando vi la tarjeta, pero internamente. No me gusta sobresalir mucho en los aviones. Tengo miedo que me traten de terrorista. Ya me pasó de estar en un avión y que a un tipo le pregunten sobre qué estaba haciendo. No pasó nada, pero yo me asusté. Ese día estaba muy sobresaltado por unos problemas laborales.

Sigue lloviendo cerradamente y Daniela no llega. Debería desear que tenga paraguas, pero con la cantidad de agua que cae seguramente no le sirva de nada. La ventana empezaba a filtrar agua por un costado donde se había salido la masilla. Casi no había viento.

Es que seguramente el viento no podía pasar entre la cortina de agua. Marindia hoy parece un mar interior. Los pozos de las calles no se ven porque el agua tapa de cuneta a cuneta a toda la calle. Mañana va a estar difícil salir para el supermercado.

Pero que siga lloviendo. Después que llegue Daniela ya no va a haber problema. Vamos a estar muy bien. Cocinaremos algo rico, nos meteremos en la cama, haremos el amor, miraremos una película y nos dormiremos abrazados.

Con esta lluvia hace 2 horas que no se agarra ningún canal de cable. Es que no es cable. Tengo una antena de televisión para abonado pero el servicio es el mismo. Solo que los días de lluvia no anda.

Al otro día prepararé un té y volveré a la cama. Unas galletitas y listo. Hasta las seis de la tarde no nos levantaremos. Seguramente sea solo para bañarnos y volvernos a acostar. Como mucho, prender la estufa y calentar agua.

Bañarse va a estar difícil si no para la lluvia. Porque hace 20 minutos nos quedamos sin luz en todo el balneario. Tendremos que calentar agua en la caldera y bañarnos en un latón, o tirándonos agua uno al otro. Es lo bueno de ser dos para bañarse.

El gas. Se me atascó la llave de paso del gas. Igual creo que tengo una garrafa en el galpón. Espero que tenga aunque sea 200 gramos de gas. Yo creo que la guardé con bastante carga. Si no, el farol de camping. Por ahí debe estar, también en el galpón, la cocinilla. De esas garrafas sí tengo varias.

Cuando probé el té de Coca por primera vez, tenía el compromiso de llamarla. Lo hice. La llamé luego del tercer sorbo. No era gran cosa. Pero lo tomé igual. Le dije que me gustó, pero que no sabía si lo compraría especialmente. Me daba lo mismo un té negro inglés un brasilero o un oriental cualquiera. Además me gustaban con gustito a frutas.

Se río y me dijo que colgara y contara hasta 30… despacito.

Cuando iba por 29, me llaman de recepción y me dicen que me buscaba una tal Daniela de la empresa de al lado.

Yo nunca la había visto. A excepción del día del avión. Cuando pasó a mi oficina, cerré la puerta, sonreí y dije “30”.

Sigue lloviendo y me estoy preocupando. Nunca tardó tanto.  Y más cuando me había avisado que venía. Ya está quedando poca luz de día y ya no veo bien para la calle. Será mejor que vaya a dejar el portón abierto para atrás, así no se preocupa abriéndolo. Igual el perro con lluvia no sale ni a ver si llueve.

Voy a prender las luces de afuera. Porque seguro que cuando llegue ya a va a ser de noche. O casi. Tan oscuro que va a ser como de noche.

Después de la charla del té de coca, me preguntó si quería que almorzáramos. Ya era hora y estábamos en mi oficina. Que era al lado de la de ella. Salimos dos o tres veces más antes de oficializar una relación. El método usado fue un beso bajo la luz de la luna. En realidad, hicimos que una luminaria de la calle hiciera de luna, porque ese día era luna nueva.

Fue un beso suave, solo labios. Delicioso.

Con el tiempo nos conocimos más y nos dimos cuenta que éramos el uno para el otro. No entendíamos como había pasado tanto tiempo sin que nos encontráramos. Pero muy en el fondo sabíamos que algo así estaba predestinado.

Y muy en el fondo se que no va a llegar nunca porque murió hace tres años, un día lluvioso y gris como el de hoy. Y yo sigo esperando que la parca me lleve con ella, en otro día de lluvia que ojalá sea hoy, como alguno de los 63 días de lluvia que hubo entre el día de su muerte y hoy.

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