Conversando Con San Pedro

o_San Pedro Puertas del Cielo

Santiago Otamendi Saldivia no conoció en su  larga y peregrina vida otra actividad más importante que el salir a vender ropas al interior del país. Solo pasaba por su casa por tres  motivos: reponerse un poco de las agotadoras giras al interior, preparar una nueva ronda de negocios y también,  consolar a Rosa María, su mujer casi siempre sola y aburrida. Compraba ropas que conseguía a buen precio en algunas fábricas del Cerro por defectos en la elaboración o que estaban en depósito porque la confección no encontraba salida alguna en el mercado. El se las ingeniaba bien  para disimular sus defectos y transformar con palabras lo que era una mercadería «invendible» en una prenda » extraordinaria e imprescindible». Siendo apenas un muchacho ya recorría de la mano de su padre pueblos, villas y ciudades del interior, llevando siempre abultadas valijas en que transportaban las muestras de los artículos que pretendían vender. Aprendió así, rápidamente, el arte de sonreír con frecuencia, aunque tuviese ganas de llorar,  de disimular angustias y dolores, a llamar siempre por sus nombres de pila a los clientes…. Mientras viajaban el padre para entretenerlo le hacía jugar a recordar nombres… Nombres de ciudades y pueblos… Nombres de calles, avenidas y comercios… Nombres de clientes… Durante un mes andaban en el litoral, sobre el Uruguay,  al mes siguiente  los puntos distantes de Artigas y Rivera… Santiago Otamendi llevaba una vida muy dura, con muchas horas sobre el tren o los ómnibus de transporte público. Durmiendo en pensiones las más de las veces. Teniendo  pocos y fugaces encuentros amorosos,  en ocasiones muy especiales visitando algunos prostíbulos de los que salía con un dejo de profunda tristeza… De cualquier manera, las largas charlas con estas mujeres, a las que siempre dejaba alguna prenda, le servían para conocer algunas realidades del pueblo o ciudad. Principalmente las noticias que eran el tema del momento en los corrillos públicos.  Tenía así ciertas referencias de los acontecimientos publerinos y de  como se venían desarrollando la actividades  en las tiendas y boutiques .  A las enseñanzas paternas, muy valiosas todas, por cierto  y en particular, las referidas a los manejos de los créditos, Don Santiago Otamendi, a sus casi setenta años, le había agregado dos nuevas habilidades que facilitaban sus relaciones comerciales. Llevaba siempre, en el interior de su infaltable saco azul marino con botones dorados, una libretita más negra que blanca y con algunos manchones de grasa,  en donde acostumbraba a garabatear algunos datos anecdóticos que recogía en los lugares que visitaba. Allí estaban: un nuevo nacimiento, la enfermedad de un cliente o  familiar del mismo, un  casamiento reciente, una pelea conyugal… Las disputas de una herencia… Estos datos los transformaba luego en provechosos recursos para reiniciar tertulias interesantes y entretenidas de nuevas rondas de negocios, a veces mucho tiempo después. También desarrolló, casi sin darse cuenta,  una habilidad largamente aplaudida por los demás, de narrador de cuentos. Es más, en muchos lugares se trataba siempre de organizar las actividades de tal manera de poder escuchar alguna de sus muy entretenidas narraciones, las más de las veces muy graciosas. Eran otros tiempos … otros momentos…Los relojes marchaban mucho más despacio … La televisión ni tampoco la computadora nos robaban nuestro tiempo porque, sencillamente, no existían… Una vida con el otro…

— ¡Buenos días Don Otamendi!… ¿Cómo estuvo el viaje hoy?.

— ¡ Buenos días Carlitos!… ¿Cómo está tu hijita?… La otra vez que vine andaba con un problemita… un dolor en la rodilla, creo… Del viaje…¡Aburrido che!…. ¡Bien aburrido!… Yo pensando, cuando salí de casa, boleto en mano , que iba a poder viajar conversando con alguna linda mujer… ¡Ah!…¿ A quieén no le gusta?. ¿Y sabes qué?. ¡En el asiento veintitrés, al lado del mío, se vino a sentar un gordo de esos que todo le queda chico!.     ¡Qué parece que los botones le van a reventar!.          ¡ Talle super especial!. No pude ni leer el diario…¡No había espacio!… No quiso conversar, primero porque se comió unos emparedados de mortadela que apestaban y para peor, después se durmió y roncaba terrible!….¡Vengo con un dolor de cabeza!…

–¡Pero Don Otamendi!… ¡Don Otamendi !..¡Qué horrible!…¡Jesusa!…¡Jesusaaaa!.¡Ven acá muchachaaa!… ¡Traele un tesito a Don Otamendi!…¡ Un tesito de esos que tú haces tan ricos con unas hojitas de malva rosa y unas hojitas de toronjil!. Se toma el tesito y un Geniol y va a quedar como nuevo…

— ¡Por mi no se preocupen!…¡Como vino se va!… ¡Con el aire limpio y puro que se respira en este pueblo!…¡Acá reviven hasta los muertos!….¡Si ustedes supieran el aire que respiramos los montevideanos! . ¡Ah… ! . Es que si uno  presta atención ve  las fachadas de las casas,  las banderas de los edificios públicos que van quedando grises primero… luego negras y más negras después… ¿Y nuestros pulmones? ¿Cómo estarán nuestros pulmones?. ¿Qué me dicen ustedes?. Por eso me gusta mucho venir por acá…  ¡Aire limpio!…¡Cantos de pájaros!…¡Manos cálidas que se extienden para saludar!… ¡Esto es vida!…

— ¿Le gusta?. ¡Pero acá todo es tan aburrido!. A veces alguna carrera de caballos, el fútbol de los domingos o algún baile… Los comentarios de algún marido descuidado, je, je…

— Todo es cuestión de gustos… A mi, les via decir,  me gusta ayudar a la gente a vestirse bien y por eso es que ando en el negocio de la ropa, aunque cada vez se gana menos… ¡ La ropa lo dice todo! ¡Todo!… Un hombre es realmente elegante cuando viste y calza bien… entonces las puertas del mundo se le abren para él.

La mañana es gris y cae una ténue pero persistente llovizna pegajosa que aumenta la sensación de frío. La calle está casi desierta. De vez en cuando se ven algunas figuras embozadas, dobladas por la ventizca y sosteniendo como pueden los paraguas protectores. Andan algunos automóviles. Es día de zafra para los taximetristas de Pueblo Belén. En la tienda del turco Salim Nestelbaum han puesto unos cartones para que los clientes se limpien los pies antes de entrar. La mañana a pasado muy aburrida. El turco ha hecho repasar los escaparates aunque no precisaban atención ninguna, sencillamente para que los empleados hiciesen algo. Solo ha entrado una clienta, la vieja Rosa Mendizábal, buscando una faja que le permitiese estilizar su figura. Carina la atendió con desgano y no le pudo vender  nada… Es que no habían existencias de su talle y las grasas indeseables escapaban del aprieto. Cuando a media mañana Salim fue noticiado de la llegada del corredor salió a su encuentro, presuroso, deseoso de disipar la modorra y tristeza de esa mañana…

— ¡Otamendi!….¡Otamendi amigo del alma!… ¡Qué suerte que ha aparecido por acá!. ¡Cuánto tiempo sin verte!…¡Pasa hombre!…¡Pasa!…

— ¡Hola  Salim!…¿Se te va agrandando la frente o retrocediendo el pelo, eh? …. ¡Ja, ja, ja!. ¿Cómo van las cosas por acá?… A ti se te ve lo más bien, parece que cada vez estás más joven… que el tiempo no pasa para ti…¡Un muchacho!…¡Un muchacho!.

–¡Calla hombre!..¡Calla!… ¡Los años no pasan en vano!.¡Qué van a pasar!. Las penurias del negocio se me van transformando en arrugas y canas. ¿No lo ves?. Justamente hoy he estado revisando las ventas del último semestre y… las cosas no andan como uno quisiera. Vivimos para rompernos el lomo como dicen, para pagar impuestos, para mantenernos a flote… Hoy, justamente hoy, miraba por la ventana y pensaba… ¿No vendrá el bueno de Otamendi a que nos entretenga con algún cuento memorable como el que nos hizo la última vez?… ¡Y aquí está el hombre! ¡Aquí está el hombre!. Ya lo decía yo…¡Dios me protege!.

–¿Saben una cosa?. Les tengo una sorpresa no muy agradable para ustedes. No tengo esta vez ningún cuento. Ningún cuento che!.  Los cuentos buenos que me sé ya se los he narrado. No tengo cuentos esta vez. Es lamentable, pero así es…

–¡Vamos hombre!. ¡Eso no puede ser cierto de ninguna  manera!. ¡Tú no nos puedes fallar! .Es como que dijeses que no va a salir el sol mañana o que no vamos a morir algún día…

— Pues créase o no, lo cierto es que no puedo hoy narrarles ningún cuento. Me gustaría hacerlo, de verdad, pero no puedo…no puedo…

Los empleados de la tienda se han reunido en torno a la figura del recién llegado. Allí en el centro, sentado en un viejo sillón con tapizado de cuero y respaldar y posabrazos recargados de arabezcos está Otamendi y su prominente barriga, ha cruzado sus piernas y bebe, a sorbos cortos y delicados, el té que le han alcanzado. Frente a él está sentado Salim que ha hecho traer de la oficina una de las sillas que reserva para clientes especiales. Los demás están de pie, espectantes, ansiosos de romper la monotonía de la mañana con uno de los cuentos de final incierto que siempre les regala Otamendi.  Afuera la lluvia se arremolina y golpea contra los cristales. El viejo reloj de péndulo acaba de dar las once.

— En realidad, solo por esta vez y porque están todos aquí esperando que yo les cuente algo… voy a narrarles… si no se molestan lo que soñé anoche en una pensión de Tranqueras donde me quedé… Pero no es un cuento, no, es un sueño. Solo un sueño… un sueño…

— Cuente nomás, Don Otamendi. Cuente su sueño.  Cuente que nos va a gustar como siempre…¡No nos tenga esperando más hombre!.

— No, no es que quiera hacerme el interesante… Es que no quiero ofender a Salim, a este turco que ha sido siempre tan gentil conmigo…

— ¡Pero Otamendi!… ¡ Dejate de joder!…¡No nos hagas esperar más por favor!. ¿Cómo un sueño va a ofender a alguien?. ¿Qué cosas dices hombre?

_ Digo que voy a contarles lo que soñé anoche, pero me excuso de antemando si con mis palabras hiero de alguna manera vuestros pensamientos, vuestras ideas, en especial las religiosas…

— ¡Contá che!. ¡Contá de una vez que sin duda terminaremos con un aplauso de todos como siempre hacemos!.¡ Te lo garantiza este turco, como me llamas, que donde pone el ojo pone la bala!…

Otamendi deja ceremoniosamente la taza, vacía ya, en el borde de un escaparate. Se acomoda en el sillón. Dirige a todos una mirada vivaz y jovial, se pasa la mano sobre la cabeza bastante despoblada ya como tratando de aclarar sus recuerdos, y con amplios giros de sus brazos cortos y fornidos relata su sueño.

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— Resulta difícil de explicar que uno pueda soñar su propia muerte. Pero la verdad es que anoche soñé que me había muerto. No sé como abandoné este mundo. No sé si fue un ataque de presión por olvidarme de tomar las pastillas o si fue una subida del azúcar por algún exceso que tuve por ahí… ¿O habrá sido un accidente?. Bueno, no importa… Lo cierto es que yo estaba en el cielo… Un cielo  entre azul celeste y blanco… ¡ Era hermoso!…¡Muy hermoso!. No había aire, al menos yo no me daba cuenta, pero te envolvía una calidez especial, disfrutable en su plenitud… Habían también otras personas que iban sin premura pero sin pausas .. ¿A dónde me preguntaba yo?… No me gustaba el no conocer a nadie y menos aún que no quisiesen hablar nada conmigo. A mi que me gusta tanto hablar y no encontraba a nadie que me llevara el apunte… ¡Una calamidad sin duda!. Estaba yo mirando mi nuevo destino, sin duda el último, y pensando qué sería de mi vida allí cuando… ¿Serían las milanesas grasientas que me siervieron en la pensión?… ¿ O sería la cantidad de mates fríos y medio lavados que me tomé obligado para venderle unas camisas al gordo Ramírez? . ¡Me vinieron unos retorcijones!…¡Unos movimientos en las tripas imponentes!… ¡Qué dolor!… Y me dije yo, Santiaguito, tenés que ir al baño lo más rápido que puedas porque si no vas a dejar muy sucia la ropa… ¡Qué verguenza!..¡ No se rían che!… ¡No se rían que a cualquiera le puede pasar!. Me dieron unas ganas bárbaras de ir al baño y yo no encontraba la manera…Estaba en un lugar desconocido. No sabía qué hacer y empecé a caminar despacio entre las nubes, mirando pa todos lados y apretando las piernas en un intento desperado de contenerme… Caminé y caminé  con dificultad y unas gotas de sudor surcaban mi frente… y estaba ya maldiciendo el cielo cuando frente a mi me encontré a San Pedro. ¡Allí estaba el hombre!. No se los puedo describir muy bien, pero yo lo encontré parecido al de las estampitas… Ni alto ni bajo pero todo un patriarca de larga y blanca barba…Pero ese buen santo, en cuanto me vio en tal mal estado, caminado de esa manera, apretándome la barriga y poniendo los ojos casi en blanco, se aproximó a mi y me dijo sin mover los labios siquiera…

— ¿Qué te sucede hijo mío?…¿Cómo es que no disfrutas del bienestar del cielo eterno que nuestro Padre ha reservado para nosotros?…

Yo tartamudié como pude una respuesta… Lo miré con respeto y creo que hasta me persigné y entonces le conté lo más delicadamente posible mi problema…

–Ay, santo bendito, me encuentro desgraciadamente muy mal, me duele mucho la barriga… y … tengo ganas de ir al baño…¡Muchas ganas!. Entonces San Pedro fijó en mi unos ojos claros, dulces, suaves, todo amor y sonrió canchero…

— ¡Pero hombre!.. A muchos de los recién llegados les pasa. Quizás sea la manera en que han abandonado la tierra, pero todo tiene solución. Busca muchacho un agujero entre las nubes y haz lo que tengas que hacer. Caga tranquilo que estás en el cielo para que disfrutes del descanso eterno . ¡Ve  Santiago!. ¡Ve!…

 Me fui caminando entre las nubes y allí cerquita nomás encontré un agujero que me permitiese aliviar mis tripas. Me acerqué con premura ya desprendiéndome el cinto y por curiosidad miré para abajo… ¿Y qué me dicen ustedes?…¡Qué casualidad!. Justo, debajo,  en la tierra y en este pueblo, estaba… estaba… ¡Estaba Salim!…¡El mismísimo Salim!… Entonces, me volví como pude, subiéndome los pantalones y bajándome unos sudores fríos que ni les cuento!… Y como estaba en el cielo volvió hacia mi San Pedro y me dijo:

— ¡Vamos Santiago!…¡Limpia tus tripas de una vez y ven a gozar con nosotros de estas maravillas que el padre celestial ha creado para nosotros!…

Yo seguí apretando las piernas y agarrándome los pantalones y le dije, con respeto si, pero bien claro y firme:

— Yo a mi amigo Salim, a ese hombre que tanto me aprecia, que me atiende tan bien, no le puedo hacer nada malo y menos una cosa de estas. Entonces… entonces sonaron unas plabras fuertes, atronadoras. Sucedió como que una vorágine borrara todo en el cielo y solo existiesen esas palabras y yo…

— ¡Ay hijo mío que ingenuo y crédulo eres!… Te has venido al cielo y abandonado la tierra para siempre desconociendo que ese hombre, Salim Néstelbaum te engaña. Te engaña sí, porque te recibe bien solo para oír tus cuentos y después no te compra nada… Te conversa mucho, te sonríe, pero no te compra nada!….

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