Cirrosis

Clodoveo Márquez despertó muy, pero muy temprano ese, su último día. Serían poco más de las cuatro de la mañana cuando, después de darse varias vueltas en la cama, prender la luz, acariciar al perro que reclamaba comida, codeó a su mujer para que despertara. Ya era hora de iniciar la jornada con el mate mañanero. Micaela estaba acostumbrada a esos despertares tempraneros e  intespestivos. Lo miró de soslayo, se restregó los ojos que todavía reclamaban por más horas de sueño y calzándose perezosa sus chancletas salió casi a oscuras, arrastrando los pies, hacia la cocina.

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Estos últimos días habían sido difíciles para la familia. Clodoveo casi no dormía o dormía a cualquier hora, cuando sus dolores le dejaban. Todos estaban pendientes de él.  Había que comprar medicamentos que siempre  resultaban costosos para los menguados ingresos del hogar. Las tareas que realizaba Micaela en el quiosco que habían instalado en la pieza del frente  se veían siempre interrumpidas por visitas al hospital para una nueva consulta o a la farmacia para una nueva compra de medicamentos. El hombre comía poco y mal. Encontraba desabrida la comida, sin gusto decía el viejo.Entonces gritaba tan fuerte que todos los vecinos se enteraban de que era lo que en casa de los Márquez se había servido ese día. Los gritos hacían también que los perros corrieran temerosos en busca de refugio debajo de la cama. En algunas ocasiones el plato iba a estrellarse en el fregadero. Los pedazos de porcelana quedaban un rato esparcidos por la humilde cocina y los restos de comida por cualquier parte. Caravana, la gata y Tricolor, el perro predilecto, limpiaban luego a conciencia los restos de este incidente. Mucho más tarde, cuando a Micaela se le calmaba el llanto, lavaba reiteradamente su cara mofletuda y enrojecida, se peinaba un poco el pelo que en estas ocasiones siempre resultaba vigorosamente rebelde, concurría con un balde de agua jabonosa a limpiar el resto.

Limpiar no es lo peor, le decía a su amiga doña Juana. No. Limpiar no. Lo peor son esos insultos que le salen no se sabe de donde. Aquel hombre, su hombre, que le prodigó tantas caricias, le dijo tantas palabras de amor, le prometió tanto seguridad y cariño, ahora agrede. En un instante el rostro de Clo se transforma. Se le arruga la frente, los ojos saltones inyectados en sangre parecen salir de sus órbitas. El rictus de la boca cae y parece que el labio superior dejara de existir… Se contraen los músculos y en el cuello se marcan claramente unas venas cavernosas. Transpira. Entonces insulta buscando en su interior las palabras más hirientes y soeces, las que puedan herir, doler más…

–¡Culona de mierda!. ¡Inservible!. ¡Hija de puta!. ¡Puta de mierda!.¡Gorda cascarrienta!. ¡Conchuda…!.

 ¿No habrán insultos más hirientes?

Es la noche profunda. Poco más de media noche. Hay una pausa en la ajetreada vida de Micaela. El quiosco estuvo muy visitado hoy. Luego, la comida, también la farmacia. Los ya totalmente inútiles reclamos amorosos de Clodoveo…Esos manoseos que ya no despiertan nada, un revoltijo en las ropas de la cama para terminar luego, de espaldas el uno del otro. La ropa para coser… Le costó dormirse  pero ahora descansa laxa, semi extendida y el cabello revuelto. ¿Sueña?. Disparates sin duda. De pronto se despierta sobresaltada. ¿Qué sucede?. ¡Pero qué sucede mi Dios!. Es la radio prendida. Está prendida si. ¡Otra vez Clodoveo está desvelado!. Se escucha claramente un tango de Gardel…”Madreselva”. Hay Clarín para rato. ¡Qué desgracia mi Dios!…¿No será posible dormir tampoco esta noche…?

Clodoveo Márquez no era así. Claro que no. Lo arrastró el trabajo pesado y duro que siempre debió realizar. “Un trabajo de perros…” decía. Como si los perros trabajaran alguna vez. Era albañil. Albañil de los buenos. De los buenos porque tenía sus admirables  virtudes con la cuchara, capaz de las terminaciones más exquisitas. De los buenos también porque nunca se quejaba cuando los capataces le hacían realizar trabajos inhumanos levantando pesos que rompían vértebras o haciendo pozos a fuerza de pico y pala. Fueron en esas agotadoras jornadas en las que el cuerpo queda extenuado, casi sin fuerzas, que fue tomandole el gustito al alcohol. El alcohol que lo reanimaba, que le hacía revivir y ver el mundo un poco mejor. Fueron también sus compañeros de trabajo que invariablemente acompañaban las carnes asadas del mediodía con el infaltable vino. Empezó a gustarle aquello y entonces comenzó también a beber algo en su casa. Después ya no recuerda. Siempre le pareció que no tomaba mucho. Unos vasos nada más. Con el tiempo llegó a beber una botella de wisky diariamente. Al comienzo y en forma consciente trataba siempre de hacerlo después del trabajo. Se levantaba con buen ánimo. Se afeitaba y vestía ropa bien limpia para ir a trabajar. La cosa estaba en la tarde-noche, después del baño… Hasta que no terminaba la botella no paraba. Entonces comenzaron a surgir desavenencias con su mujer y con sus hijos. Los hijos desaparecían por ahí. Trataban de no ver lo que tanto les avergonzaba. Su Micaela aguantaba como podía. Aprendió a soportar el rigor. Fueron los gritos y los insultos primero. Luego aparecieron las amenazas y los empujones:

_¡Te via a romper el culo a patadas!. ¡ Te via romper los dientes de una trompada si no mehaces caso!. ¡Eres un ente inservible!. ¡Si no fuera por mi te hubieras muerto de hambre!.

Un día cualquiera sucedió. El Tricolor era “su perro”. Él lo trataba como a una persona más. Tenía su cucha pero dormía sobre un almohadón al lado de su cama. Tomaba leche y comía su churrasquito todos los días. Un miércoles había carne sólo para un guiso y Micaela  le dio entonces únicamente las sobras… Como castigo ante lo que Clodoveo consideraba una falta grave, luego de un nutrido repertorio de insultos, dio su primera trompada a su mujer. Lágrimas. Hielo. Moretón en la cara… Mentiras a las vecinas. Miradas hirientes. Fue solo el comienzo.

A mediados de un agosto cualquiera aunque los trabajos que realizaban eran de muy escaso esfuerzo físico comenzó a sentirse débil, a fatigarse con sólo subir unos peldaños en la escalera, a agotarse por cualquier cosa. Él que siempre se hufanaba de terminar una planchada sin sentir el rigor del trabajo e invitaba con sorna a sus compañeros a salir por la noche a jugar un truco al bar de Rodríguez… Después comenzó a rechazar los alimentos, hasta los ravioles que tanto le gustaban, le probocaban náuseas.  Sobrevino una época de discusiones con su familia y una pèrdida de peso constante.

Cuando al llegar las fiestas de fin de año la situación parecía agravarse en vez de mejorar debió aceptar los dichos de su mujer de que lo mejor era consultar a un médico. Recién cuando aparecieron fuertes dolores en su inflamado vientre y un amarillor sorprendente en su piel iniciaron las  consultas.

El diagnóstico médico fue seguro desde la primera visita luego de un breve examen y de un diálogo mantenido con el paciente. Era cirrosis. Se decidieron estudios confirmatorios. Ese catorce de enero fue memorable de distinta manera para todos. Una larga espera en un hospital atestado de gentes. Gentes malvestidas, quejosas, malolientes. Niños que lloran y que gritan. Reclamos. Indiferencia. Pasos presurosos de enfermeros conduciendo una camilla. Una empleada de limpieza realizando su tarea sin ver más que el piso, el lampazo y el balde de agua jabonosa…

– Bueno, dijo el médico, acá tengo los resultados de los últimos estudios realizados.  Las radiografías y análisis de sangre confirman plenamente lo que ya sospechábamos. Usted, Márquez, tiene cirrosis. Cirrosis en estado muy avanzado…

-¿Y qué tan malo es?.¿Qué medicamentos existen para esta enfermedad?

– Señora, esta enfermedad es irreversible. Significa que lleva al que la padece a la muerte por no poder cumplir el hígado su función esencial de purificar la sangre. Ese vientre hinchado es consecuencia de un agrandamiento de este órgano y también de la ascitis, o sea de la acumulación de líquido… La ingestión desmedida de alcohol lo ha llevado sin duda a esta situación.

-Pero… doctor…

– No hay nada por hacer. Acá tiene esta receta para espirolactona. Toma una antes del almuerzo y de la cena. No coma grasas, ni fritos… nada de tabaco ni de alcohol, por supuesto…

Volvieron a casa en un ómnibus atestado de gentes. Callados. Sin mirarse siquiera. Cada uno reflexionando a su manera las consecuencias que para el camino de la vida afectaba ese nudo, la cirrosis del Clodo.

Clodoveo no lo podía entender bien.

-¿Cirrosis?. ¿Muerte?. ¿Por qué?.

El era joven. Todavía no alcanzaba los setenta años. Comer comía… Realizaba algunos trabajos…

-¿Cómo era posible que ese burro que se hace llamar doctor no sepa como tratar una simple enfermedad de hígado?.

 Su madre que solo era curandera recetaba siempre la cúrcuma o la manzanilla con muy buenos resultados. Sin embargo, era cierto, estaba flaco como un esqueleto. Le había hecho ya varios agujeros extras al cinto porque se le caían los pantalones. Amarillo ceniza, la piel. No tenía ganas de nada. Ya le costaba hasta ir a tomarse la presiòn a lo de la vieja Hilda.

– ¿ Moriré?… ¿Yo?.

Pensar en la muerte de otros resulta relativamente fácil y no muy doloroso sin embargo…pensar en la muerte propia… Le diron ganas de llorar y entonces mira hacia afuera  pero no distingue nada…

-¿Dónde andaban?.

Doña Mica mira hacia la ventanilla y quiere pensar. Por su mente atraviesa sin sentido una vorágine de imágenes, de ideas que se contraponen… Es un quiebre en la vida. La anunciada muerte de su marido es sin duda un quiebre en la vida de todos y en especial en la de ella…

-¿Morirá realmente?. ¿Será cierto lo que me dijo el doctor al despedirse, que es cuestión de días?.

 Se lo imagina por un instante, muerto, amortajado, con los ojos cerrados, flores…

-¡No!.

 Sacude con espanto la cabeza.

-¡No puede ser!.

Se acuerda ahora del vestido de novia y la iglesia… ¡Qué miedo!. ¡Qué terrible miedo en su virginidad!. Si. Aquella llegada,después de la ceremonia matrimonial,  a la casa que Clodoveo había construido con esfuerzo allá en un rincón del Prado. Una casa modesta, de bloques, de piso de portland lustrado. Una casa fría y húmeda en invierno y caliente como una marmita en verano. Cuando su marido la dejó sola por unos instantes, para que se cambiara de ropa… ¿Sola con un hombre?. ¿Qué haría él?. ¿Le dolería mucho?… Recuerda el temblor, los momentos del amor consumado, su respiración, su jadeo encima de ella. ¿Eso era el amor?. Un bocinazo, una frenada brusca, algunas exclamaciones la retrotraen del pasado. El ómnibus va pasando frente al cilindro municipal.

-¿Y si se muere nomás?.

Piensa ahora en como quedará la casa para ella sola, porque los hijos se van cada uno a sus cosas. Miguelito a trabajar a FUNSA y Duilio a hacer que estudia en la facultad. Ella tendrá que seguir con el quiosco y entonces… la casa estará cerrada. Pero… Se ve abriendo ahora las ventanas y puertas en un día de sol y sacudiendo y barriendo todo. Dándole una gran patada al perro, a su Tricolor. Poniendo las cumbias a todo volumen. Esas cumbias que solo puede escuchar cuando no está Clodoveo cerca.

– ¡Qué Tricolor, ni qué Tricolor!. Un palo en la cabeza, a una bolsa y al contenedor de la esquina. ¡Se terminaron los problemas!. ¡Ese pelerío en el suelo, en los sillones, en el cuarto!. ¡Si hasta en la comida aparecen pelos del maldito perro!… ¡Y el olor!. ¡Ese olor repugnante, nauseabundo que aumenta en los días de lluvia hasta hacerse insoportable!. ¡No más!. ¡No más!

¿Y la cama?. La cama para ella sola, para acostarse y levantarse cuando se le cantaran las pelotas. ¿Mate?. Hace tiempo que dejó de tomar mate. Con el asunto de que había que prepararle el mate a cualquier hora terminó por perder el gusto de tomarlo. Además, muchas veces, el sabor del mate era salado, se mezclaba con sus lágrimas y era salado. El viejo que va sentado al  costado pide para bajar. Ya están cerca del barrio. Micaela, sin querer sonríe… No todo es tan malo. Si hasta podrá ahorrar ahora para ir a ese viaje siempre postergado hasta Buenos Aires.  Dicen que en la Boca hay unas parrilladas extraordinarias.

– Con lo que se gasta en medicamentos, en wisky y en platos… ¡Da y sobra!.

 Le dan ganas de reirse y se enoja con ella misma.

-¡Qué mala soy!, se dice.

 Si el pobre siempre fue bueno, siempre trabajó para que no faltara nada en la casa. Crió a los hijos… Lo que pasa es que las malas compañías le llevaron por el camino del mal. Los amigotes de la empresa…

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Cuando Doña Mica llegó a la cocina arrastrando las chancletas y dándole un puntapié a Caravana que ronroneando y de cola erguida solicitaba ya su desayuno dio un manotazo a la llave para que se enciendiese la luz, agarró como pudo el encendedor y puso a andar la cocina. Luego, maquinalmente, tomó la caldera para volcarle algo de agua. Cuando la hubo puesto sobre la llama se sentó con desgano en la silla de paja que estaba siempre allí, al lado de la ventanita.  Se tomó la cabeza con ambas manos y puso los codos sobre la mesa. Lloró muy bajo y profundo…

-¿Por qué Dios me castigas así?. ¿Qué te he hecho yo para que me des tanto dolor, tanta desgracia, tanta tristeza?. Vivo para atender a un hombre que en los últimos años lo único que hace es maltratarme, golpearme por cualquier cosa. Tengo el cuerpo lleno de moretones y el alma destrozada. Sólo yo sé el calvario en el que vivo. A todos le oculto la verdad.¿Para qué decirles lo que realmente pasa en esta casa?. ¿De qué serviría?. Estoy que me muero de sueño, de cansancio. ¡Y dale Mica!. ¡ Aguantá Mica!. ¡Como si una fuese de fierro!. Ayer se pasó el Clo con eso de que yo ando con otros hombres… ¡Qué hijo de puta!. El único hombre que he tenido en esta desgraciada vida ha sido él. Solamente él que me hizo mujer y madre de esos dos hijos que tenemos. Yo ya ni sé lo que son los hombres, siempre refregando mugre, cocinando y atendiendo ese quiosco para no morirnos de hambre…

El chiflido de la caldera anunciando que el agua ya había hervido primero y más tarde los gritos de Clodoveo la devolvieron a la realidad.

-¡Che Micaela!. ¡No oís que la caldera ya hirvió ?. Tas cada día más sorda. ¡Después chillas que se terminó el gas!. ¡Seguro!. ¡Tienes la cocina prendida de gusto y después te quejas!.

–¡ Ya voy!…¡Ya voy!. ¡Ni que tuvieras algo que hacer che Clodoveo!.

–¡Dejate de joder, gorda de mierda!. ¡Traeme ese mate de una vez si no quieres que te acomode la ropa al cuerpo!

Micaela ya no lo oye. O si, lo oye, pero…¿qué se puede hacer?. Ella es mujer y como mujer se siente débil ante su hombre. Cuando una vez le dijo que se iba de la casa porque ya no aguantaba más, que se iba sin llevarse nada a donde pudiera, Clodoveo, además de gritarle un montón de disparates y de darle varias trompadas la amenazó con el cuchillo del abuelo que tenía siempre en la mesa de luz:

– ¡Tú no te vas de acá pa ningún lado!. ¡Pa ningún lado!. ¿Me oiste bien?. Porque si tu decides irte yo… ¡Te levanto en el cuchillo!  ¡Te destripo!. ¡Como Clodoveo Márquez que me llamo!. ¡Por esta cruz te lo juro!. Tú piénsalo bien. Tú y yo estamos casados, tenemos hijos y esta es nuestra casa. Así que, de aquí tú no te movés…

Entonces, presurosa, llena el termo. Vierte la yerba en el mate que él usa y toma el azucarero…

-¡Otra vez sin azúcar!. ¡Nunca puedo con estos muchachos!. ¡Usan el azucarero hasta que no le queda un granito y lo raspan y lo dejan por ahí!. ¡Ah!. ¡Pero no lo reponen! ¡No lo reponen! ¿Pa qué si tienen  madre que hincha el lomo por ellos!…

Revuelve el armario buscando la bolsa de azúcar… Se estira en puntas de pie para llegar al estante superior del mueble que cuelga sobre la mesada…

-¿Pero será posible?. ¡Si yo compré el otro día un quilo en lo del gallego y no he hecho tortas ni nada!.

-¿Qué haces gorda?. ¡Hace como una hora que te pedí el mate!. Ya vampezar el informativo de la sei y tú todavía en veremo… ¿Qué estás revolviendo tanto, che?. ¡Pareces una rata!… Ja, ja, ja¡. Realmente que si, nunca se mevia ocurrido, con esos pelo que tenés, con ese bigote che…. ja, ja, ja… ¡Una rata!.

En la cocina parte del azúcar cae al piso y la otra en el azucarero. Se le crispan las manos a Micaela. Su corazón late veloz. Parece que se le va a salir del pecho. Los ojos, sus ojos azules adquieren un extraño brillo. Entonces, de pronto, se distiende, mira de reojo hacia el living en penumbras y en su rostro aparece una sonrisa sardónica, inentendible para quien no conoce su historia…

– ¡Ya voooy!. ¡Ya voooy!  . Es que tuve que buscar el azúcar para ponerle al azucarero y te via llevar unas galletitas que ayer traje del quiosco. ¿Querés que te las lleve?…

Sin esperar la respuesta, descalza, sin hacer ruido, Doña Mica va hasta la pieza de entrada a la casa y toma de arriba del armario una caja blanca y de ella una pastilla de un paquete que dice: ¡Cuidado!. Veneno para ratas. Producto altamente tóxico…

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