INSTINTO GATUNO

INSTINTO GATUNO

No me gustan los gatos. Bueno en realidad, no me gustan como mascotas. Estéticamente sí. Sus ojos, pelaje,  andar, agilidad, me resultan admirables. También su personalidad, arrogancia, astucia, intuición, seducción, coraje e  instinto salvaje de libertad. Lo que no me gusta, es que algunos de esos atributos los pierdan en parte, por un plato de comida, o cualquiera de los motivos, que sabrán  ellos, porque en eso son muy reservados, convertidos en unos gordos franeleros y vividores.
El gato doméstico transmuta su astucia en simulación, su intuición en esquivar los escobazos ,, su  seducción  en ronroneos, lamidas y puestas patas para arriba.  Su coraje… No sé en qué, pero su instinto salvaje se manifiesta en dar un arañazo artero cuando dejan de acariciarle el lomo,  o en matar pusilánimes lauchas y pájaros.  Su libertad no tiene otra ambición que salir a echarse  un polvo con las gatas del vecindario y volver a casa sin hacerse cargo de las crías.
Ya sé que al final del relato alguno me va a decir que a este espiche lo  podría haber descartado. Pero bueno, pueden obviarlo.  Lo entiendo, porque a mí me aburren las descripciones retóricas, aunque me las banco como un señorito inglés. Por ejemplo:” Los rayos de un tibio sol de una mañana de primavera, entran por la pequeña ventana difumados por la opacidad de sus vidrios, algunas vez cristalinos, hoy esmerilados por la suciedad acumulada de polvo y cagadas de moscas, iluminando con su luz menguada, el interior de la habitación. Sus paredes descascaradas con oníricas manchas de humedad y moho suben hacia el alto techo, de donde cuelgan como fantasmales estalactitas las telas de arañas. El marrón de unos pocos muebles y el piso cubiertos de tierra, aportan su monocromía  claroscura al escenario,  como de un cuadro de Goya. Una mujer sale por la desvencijada puerta que chirría un lamento al cerrarse tras ella”.
Puedo seguir el relato con el mismo estilo y hacerlo largo, muy largo, pero no es mi estilo.
Yo,  te cuento que: Marisa salió de esa mugrosa y deprimente habitación. La vereda, soleada de primavera la recibió con la sombra de los arboles dibujando rayuelas. Ella sintió ganas de saltar como una niña. Había cerrado una puerta para siempre, y se sintió libre. Tras ella quedaban sus sueños muertos. El largo tiempo esperando  su regreso, prisionera del temor de no estar cuando él volviera.
Pasó por la placita de su infancia, allí resucitaron los recuerdos, los amigos del barrio y los juegos. El amor adolescente, el primer beso y en ese escenario el encuentro que signaría su vida de mujer. Conoció a Julián una tarde cualquiera, en un cruce de miradas aleatorias. Los  pasos caminando los senderos, las palabras, las caricias,  la pasión, el amor y los proyectos compartidos, nacieron allí. En ese banco que grabaron con sus nombres, unos pibes se fumaban su tristeza.  La imagen le abrió el tema para un cuento que escribiría un día, in pagar derecho de autor,  como se cuentan las miserias ajenas.
Su madre había enviudado, y vivía con su gato Camote, en una casa lo bastante grande como para tener  un lugar para ellos manteniendo la intimidad. Pero la cosa no salió como planeaban. No fue con su madre el problema, o fue con su madre, cuando la fobia entre el Camote y Julián de hizo tan violenta  y disociante  que frustró cualquier posibilidad de convivencia. Se fue con el estigma de su madre,” Ya vas a volver con la frente marchita”… En esa época, con  veinte años, se reía de lsus frases tangueras .
Se fueron a vivir a aquella pieza,  que el sol iluminaba  de alegría y que en su ausencia con  el amor bastaba. Pero  nuevamente  nada  fue como esperaban, Julían se sentía prisionero y le logró la libertad que reclamaba .  Después comenzaron los reproches, los pases de factura, los “un día me voy”, pero volvía y la historia se repetía en círculos concéntricos. Hasta la última vez, hacía ya un año, cuando  no volvió…  Marisa  comenzó como su madre, a sentirse protagonista de los tangos. “Porqué me dejaste mi lindo Julián”?… Cantaba en su espera, mientras su vida se mimetizaba con la habitación.
Ahora, camino a la casa de su madre, con la frente marchita, sentía su derrota tan profunda que cada cosa era un recuerdo que anidaba en su memoria…y al golpear, como a una extraña la recibió el viejo gato…¿ Habría cambiado,  que Camote,  por la voz solo la reconoció ?…
No hubo reproches ni preguntas, sólo el abrazo que lo decía todo. Sentadas en la cocina, compartiendo el mate, la escena se espejaba en el pasado. Fue Marisa quien la rompió,  mientras sus manos acariciaban al gato.
.- Cuántos años tiene ya Camote ?…
.- A ver?…Tiene como doce… Respondió su madre, haciendo cuentas.
.-  Y nunca te abandonó ?… Dijo como aseverando su fidelidad
.- Y, nó. Hay que caparlos…
María no sabía si su madre, hablaba de Julián o de su gato.
neco perata

 

 

 

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