Archivo de la categoría: Cuentos

La Ventana Discreta

 “Mama siempre decía que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes cual te va a tocar”. Forrest Gump

   
LA VENTANA DISCRETA

A Nora

 I

Desde que nací resido en la vivienda que fuera de mis abuelos maternos. Mamá la heredó cuando efectuaron la partición con tío Poroto. En el frente siempre hubo un local que durante años se arrendó para almacén. A comienzos de los noventa, con la llegada de los supermercados, don Cholo cerró la despensa y los inquilinos se fueron sucediendo sin demasiada suerte. Si mal no recuerdo hubo una verdulería, un video club, una remisería, un taller de pintura y un quinto rubro que mi memoria por algún motivo habrá olvidado. Todos se fueron antes de finalizar su contrato. Por suerte, unos meses antes de que mamá falleciera, se instaló Guido, un excéntrico vidriero que suele alumbrar mis días de extrema oscuridad.

Detrás del local hay un tipo casa de tres ambientes con un frondoso jardín, poblado por mis más preciadas glicinas, geranios y malvones.  En el fondo hay otra vivienda un poco más grande pero más antigua y señorial. Los dos inmuebles tienen una única entrada por un pasillo en común donde aún reluce un reloj Paddington 1888, que trajo el abuelo Lalo cuando el General nacionalizó los ferrocarriles ingleses.

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Cirrosis

Clodoveo Márquez despertó muy, pero muy temprano ese, su último día. Serían poco más de las cuatro de la mañana cuando, después de darse varias vueltas en la cama, prender la luz, acariciar al perro que reclamaba comida, codeó a su mujer para que despertara. Ya era hora de iniciar la jornada con el mate mañanero. Micaela estaba acostumbrada a esos despertares tempraneros e  intespestivos. Lo miró de soslayo, se restregó los ojos que todavía reclamaban por más horas de sueño y calzándose perezosa sus chancletas salió casi a oscuras, arrastrando los pies, hacia la cocina.

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Estos últimos días habían sido difíciles para la familia. Clodoveo casi no dormía o dormía a cualquier hora, cuando sus dolores le dejaban. Todos estaban pendientes de él.  Había que comprar medicamentos que siempre  resultaban costosos para los menguados ingresos del hogar. Las tareas que realizaba Micaela en el quiosco que habían instalado en la pieza del frente  se veían siempre interrumpidas por visitas al hospital para una nueva consulta o a la farmacia para una nueva compra de medicamentos. El hombre comía poco y mal. Encontraba desabrida la comida, sin gusto decía el viejo.Entonces gritaba tan fuerte que todos los vecinos se enteraban de que era lo que en casa de los Márquez se había servido ese día. Los gritos hacían también que los perros corrieran temerosos en busca de refugio debajo de la cama. En algunas ocasiones el plato iba a estrellarse en el fregadero. Los pedazos de porcelana quedaban un rato esparcidos por la humilde cocina y los restos de comida por cualquier parte. Caravana, la gata y Tricolor, el perro predilecto, limpiaban luego a conciencia los restos de este incidente. Mucho más tarde, cuando a Micaela se le calmaba el llanto, lavaba reiteradamente su cara mofletuda y enrojecida, se peinaba un poco el pelo que en estas ocasiones siempre resultaba vigorosamente rebelde, concurría con un balde de agua jabonosa a limpiar el resto.

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Jeremías Pescador…

Jeremías es viejo ya. Pescador curtido de horas salitrosas y solitarias a la orilla del mar. Heredó de sus padres el oficio cuando vivían allá en Punta del Diablo, en costas rochenses. ¡Qué tiempos aquellos!. Nunca dijo mucho su padre de sus antepasados y entoces esa parte de su historia personal es borrosa. Pero de niño se ve siempre en la tediosa tarea de colaborar en los remiendos de las redes que  tenían brechas que componer o encarnando al sol de la playa los interminables palangres. ¿ Y las gaviotas?. Siempre le fastidiaron con ese revolotear en torno a la mesa de faena que el viejo armaba bajo el reparo de un pedazo de lona desgastada. O cuando, sin más que hacer se agrupaban en bandadas cerca del agua y contemplaban en horas interminables el ir y venir de las olas… Algunas entonces, se acicalaban las plumas. Otras ni eso.  Mustias y silenciosas esta vez al sol.

 Madres, Jeremías tuvo varias y ninguna . Padre si, Don Tobías, como le decían todos. Nunca supo por qué las mujeres aquellas que llegaban al rancho de costaneros y que se hacían llamar mamá se transformaban en contacto con el aire y el salitre de Punta del Diablo y después sin aviso, desaparecían. Al comienzo se iban adelgazando más y más y al mismo tiempo sus pieles blanquecinas primero pasaban  por un arrebato rosáceo, se iban oscureciendo  luego y por último escamaban la piel renegrida, casi verdinegra. Cuando en sus últimas etapas en el rancho por casualidad sonreían ante una buena jornada de pesca o una áspera caricia de su hombre  sus dientes resaltaban en sus figuras escuálidas. Sus ropas elegantes e inapropiadas para el lugar se transformaban en girones irreconocibles luego.

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La Muerte De La Vieja Elena

malvon

Jueves 4 de junio

Melchor tuvo que asistir a los vecinos cuando sorprendidos por la ausencia de Elena dieron cuenta a las autoridades. Él era vecino de puerta y además hombre de pelo en pecho y espalda cuadrada. Cuando a grito pelado Luisa y Tomasa le interrumpieron el desayuno para pedirle que les acompañara hasta la casa de Elena él se calzó las alpargatas y salió decidido. ¿Cómo  no alarmarse si hacía días que no se la veía a Elena ni regando sus plantas ni llevando a su nieto a la escuela ?. ¿Qué estaba pasando entonces?. Al principio puras especulaciones: ” habrá ido a Montevideo”… ” Estará otra vez disgustada con la hija…” . Después aparecieron comentarios alarmistas, principalmente cuando por la mañan le preguntaron a  Elisa,   que estaba en la parada del ómnibus, por su abuela y ella contestó con un signo de interrogación. La había visto por última vez  el sábado, día en que pasó por la casa a “pedirle unos pesos” para poder ir a bailar con Juanchi. En los últimos tiempos iba poco porque al decir de Elisa “la vieja estaba insoportable”.

Cuando Melchor, a pura fuerza bruta, logró violentar la puerta que estaba cerrada con llave, salió un terrible olor nauseabundo. Un olor mezcla de carne podrida y a gas que invadió el ambiente… Algunos vecinos se taparon la cara y dieron varios pasos hacia atrás. Otros, por el contrario, como atraídos por la fatalidad querían entrar a la vivienda. Murmullos. Incoherencias. Diálogos entrecruzados. La policía recurrió a los bomberos para que, con ayuda  de máscaras se introdujeram en la casa, cerraran la llave del gas y abrieran las ventanas de par en par. Hombres y mujeres, atraídos por lo macabro de la escena, se apretaban unos contra otros en un afán de ver más y mejor para  satisfacer su morbo y poder contar  de primera mano lo ocurrido. Los oficiales, visto lo inútil de sus esfuerzos los dejaban hacer y sólo se preocupaban por “tapiar”  la puerta de ingreso. Algunas macetas y tarros rodaban por el suelo. El milico Mechoso, quizás por los años, más acostumbrado a ver casos como este fue el que hizo un primer relevamiento de la situación y el que acompañó al doctor Rodríguez quien, desde lejos diagnosticó la posible muerte de la vieja por envenenamiento producido por  escape de gas aunque  habría que hacerle la autopsia correspondiente. Eso era lo evidente. Sacó del grueso maletín su libretita y allí garabateó presuroso algo que apenas un entendido podría descifrar y salió casi corriendo llevándose a los curiosos por delante.

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El Día Menos Esperado…

En un segundo toda mi vida pasó frente a mis ojos, desgraciadamente tuve que presenciar dicha escena,  por un instante pensé que no podía respirar, mis ojos se dilataron y mi piel se volvía blanca como un papel. No sabía si escaparme o quedarme quieto en silencio,  en ese instante escuché otro disparo que me dejó completamente aturdido, los segundos parecían horas y sin saber lo que estaba haciendo empecé a correr desesperadamente sin mirar atrás, la suerte estaba echada. Cuando mi mente decidió parar la inercia de mis pies no lo permitían, finalmente  logré que mi cuerpo vaya descendiendo la velocidad lentamente hasta que pude frenar, el corazón latía ferozmente y la respiración no se podía regularizar. En ese preciso momento volteé y estaba solo.

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