Si aun no lo has hecho lee la primera parte.
Punto de Vista A’
No encontraba el lápiz de labios, busqué en mi cartera y no estaba en la guantera tampoco. Ni debajo del asiento. O sea que lo debo haber dejado en el Hotel. O aún peor, en Cambridge.
Miré hacia el Palacio, que realmente era aterrador. No creo que alguien haya estado por aquí al menos en 80 años; hasta que ahora aparecemos nosotros, principalmente William, mi esposo, que parado frente a la puerta parecía un fantasma más tratando de entrar.
Sir William, como a veces le llamábamos, porque sabíamos que le incomodaba, recibió ese conjunto de piedras como herencia de la Reina Madre. La anciana maléfica no encontró nada mejor que hacer que cargar sobre William y nuestra familia con un Palacio olvidado.
No quiero sacar las cuentas apresuradamente, pero la de impuestos y obligaciones que se nos venían eran bastantes. Al menos que pasemos a integrar la Familia Real. Pero la poligamia no está en mi mente y no pienso ser una más del harén.
Pero eso no era lo peor: no lo podíamos vender ni regalar. Debían permanecer en nuestra familia. O sea, la Reina Madre hasta planificó que deberíamos tener hijos, nietos, bisnietos y quizás más. Y yo no estaba dispuesta con mis jóvenes treinta años a tener hijos ahora, ni a pensar en ello. Aunque a William sé que le encantaría, sé que podemos esperar un poco más; al menos hasta después del viaje a Sudamérica y Oceanía.
Salí del auto y preferí no acercarme, William estaba abriendo la puerta, sin dificultad, pero lentamente. Suerte que las sombras no comen gente, porque poco a poco vi como mi media naranja era devorada por las penumbras.
Apenas veía una línea de colorcitos que era la ropa de William, pero entre tanta negrura dejé de ver los colorcitos y solo vi una línea negra. William se había adentrado más en el Palacio y sin luz espero que no descubra una nueva fobia.
Externamente el Palacio mostraba una edificación muy antigua. Me hacía acordar a algún castillo medieval o poco más evolucionado. El piso de piedra que había afuera parecía extenderse hacia el interior. Piedras grises muy grandes, simulando ser un antecesor lejano de la moderna piedra laja que se usa en algunos países, formaban los caminos alrededor del Palacio, hacia las esculturas y hacia el portón que yo iba cruzando.
Recuerdo que hace unos años en Cambridge me inscribí a un curso de arquitectura. Creí que para mi especialidad, saber algo de eso me ayudaría, pero no fue así. Sin embargo fue muy interesante para otros órdenes de mi vida.
Ruidos. En el silencio de esta tarde primaveral, noté que algo se movió entre los pastos y se detuvo. Cerré los ojos y me agaché para tratar de poner en sintonía todos mis sentidos. Y lo ubiqué. Un suave siseo que me hizo acordar a mi hámster.
Busqué algo que tirar y encontré una piedrita; miré hacia el lado que supuse venía el ruido y me erguí. Seguía sin ver nada pero apunté y con suavidad tiré la piedra. Y recordé la escena de la película Parque Jurásico en la cual los raptores perseguían humanos escondidos en la maleza. Un surco se formó en el pasto del jardín en dirección hacia la estatua de la derecha y allí salió la enorme rata.
Me sobresalté un poco. No era lo mío encontrarme con animales salvajes en lugares abandonados. Pero bien sabía que la rata me debería tener más miedo a mí, del que yo a ella.
Me pregunté para qué habíamos venido y no encontré una respuesta acertada. Cuando William vuelva al auto le diré que se olvide de ser Sir William y que renuncie a todos los honores.
¿Por cuanto permaneceríamos aquí?
No sé, pero debería ir a buscar a William.
Al dar un paso hacia adelante, sentí un golpe proveniente del Palacio. La puerta se había cerrado con la luz de mis ojos dentro.
El silencio me ponía nerviosa. El solo hecho de estar allí, en un lugar fantasmagórico era aterrador. No había pájaros, no había viento, no había más ratas ni nada que hiciera ruido. Y di unos pasos hacia adelante y me paré a escuchar. Creo que oí algo pero no supe que era y volví a dar unos pasos hacia la puerta y me paré a escuchar. Comprendí que ese ruido que había escuchado eran mis propios pasos.
Pero me di cuenta de algo importante, precisábamos una linterna, movernos dentro de la supuesta oscuridad del palacio sería difícil sin luz.
Volví al auto. Desactivé la alarma que no sé ni para que la puse, allí no había nadie que quisiera robarse un auto. Abrí la puerta del acompañante y abrí la guantera. Saqué los títulos, el estuche de los lentes, los lentes, un paquete de galletitas Oreo, el lápiz de labios, unas pilas… ¿El lápiz de labios?
Bajé el espejo y me pinté los labios, los tenía muy secos y me molestaban; no era una coquetería. Luego de eso seguí buscando, pero una vez vacío no había encontrado nada que sirviera.
Salí del auto y me dirigí hacia la parte trasera, abrí la cajuela y comencé a buscar. Encontré el gato, el hidráulico obviamente. Lucky, el de angora, había quedado esta vez en Cambridge. También había unos repuestos y una baliza a pilas. La baliza alumbraba, así que debería servirme para algo, aunque no fuese lo ideal.
Cerré la cajuela del auto y volví al asiento del acompañante a buscar las pilas para la baliza.
Me dirigía apresuradamente hacia la ventana, prendí la baliza, tiré de los postigos de madera, que habrían hacia afuera y dije con energía pero sin gritar: ¡William!
Sentí un golpe en el piso de adentro y luego, silencio absoluto. Volví a llamar a William, pero él no respondía. Traté de iluminar con la baliza hacia adentro, pero fue inútil, las sombras le ganaban a la iluminación naranja de la baliza.
Al darme vuelta se me cayó la baliza al piso y se desarmó haciendo bastante ruido. Ese hecho asustó a los pájaros de los árboles, que aumentaron sus trinos y comenzaron a volar de árbol en árbol y sobre el techo del Palacio.
Volví a armar la baliza, me la abroché en la cintura para que no se cayera y me dirigí hacia la puerta por la cual mi corazoncito había penetrado en ese infierno negro.
Abrí la puerta y una escolta de ratas salió a recibirme. Raudamente salieron al jardín y desaparecieron entre los pastos.
Sus movimientos y gemidos repugnantes hicieron que me parara en seco y perdiera momentáneamente la respiración. Ahí supe porque no seguí Zoología ni Veterinaria.
Dentro del salón había una fuente de luz realmente ridícula. Supe que era el llavero del auto que tenía una linterna. Me acerqué. Y allí estaba William, tirado, desmayado en el piso, con la cabeza contra la pared.
Intenté mover a Willy hacia la luz que se escabullía por la puerta, pero era inútil intentar mover una mole de casi siete pies de altura y 190 libras de peso.
Intenté reanimarlo, le tomé el pulso y estaba bien. Y seguía inconsciente… aún más de lo normal. Le di un beso para saber si yo era su princesa azul, pero mi bello durmiente seguía tieso, respirando, como único rastro de vida.
Con la poca luz que tenía miré debajo de sus párpados y estaban sus ojos con vida, con sus pupilas enormemente dilatadas. Pero creo haber notado que su piel estaba pálida. Y fría. Extraño en él, pero frío.
Nunca me había sentido en una posición tan difícil. Yo era realmente impotente ante ese hecho y de lo que probé nada funcionaba. Si tan solo hubiera realizado el curso de primeros auxilios en Cambridge en vez de ese inútil curso de arquitectura… hubiera servido de algo.
Me senté a su lado. Dejé la baliza en el piso y traté de tranquilizarme y razonar. Método científico. ¿Qué hacer? ¿Cómo enfrentar un problema? Necesitaba un poco de calma, pero cada tanto apretaba un poco su mano como tratando de transmitirle confianza de forma inconsciente.
Sonreí. Y vino a mí la idea de traerle un vaso con agua. Salí corriendo hacia el auto.
En el auto busqué un vaso y tomé una de las botellas de agua que teníamos en la conservadora. Corrí hacia el Palacio, y antes de entrar serví el vaso con parte del agua de la botella. Ésta la dejé afuera, donde pudiera verla al salir.
Volví a entrar en el Palacio con cuidado de no volcar el agua y me dirigí hacia la baliza. Me arrodillé a un costado de William, pero no supe que hacer. O intentaba darle de beber o le tiraba un poco de agua en la cara.
Intenté darle un poco de beber, pero para quien no está dispuesto a abrir la boca, aún es más difícil que trague.
Con plena confianza de lo que iba a hacer me alejé un poco y tiré suavemente, pero con energía, el agua que restaba, sobre su rostro. Él debería reaccionar, sí o sí.
¡Por fin! William reaccionó, pero me escupió toda el agua sobre mi pecho. Me mojó bastante, pero por lo menos ya hacía ruidos, tosía y se movía un poco. Dio un manotazo que me arrancó el vaso de la mano y se puso sobre un costado a hacer horcajadas.
Volví a acercarme y le sugerí que se diera vuelta, que se recostara bien contra la pared. Lo ayudé a moverse y mientras se acercaba arrastrándose a la pared, cuidé su cabeza con mi mano para que no se golpeara.
Tomé nuevamente su muñeca y le busqué el pulso. Esta vez fue fácil encontrarlo. Me sonrió y le respondí con otra sonrisa y un beso volador, y le dije:
-William. ¿Qué te pasó? Te desmayaste.
No fue difícil convencerlo de que renunciara a ser Sir William, y fuimos muy humildes y felices. Al año, el primer hijo.
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