Cuestión De Negocios

  panuelos1

 En la plaza de Iporá siempre han ocurrido cosas raras o misteriosas. Cosas que han sido largamente comentadas en los boliches, en las reuniones familiares y por razones particulares, en la comisaría. Cierta vez se enterró viva a una mujer que se decía tenía poderes sobrenaturales.  Otra vez un equilibrista bajó por un cable que estaba tendido desde la torre de la iglesia hasta donde está el busto del prócer, General Marabunto. Y una templada tarde de abril hubo un gran escándalo público motivado por cuestiones de negocios.

 Es un lunes de abril. Un 14 de abril.  Fecha patria y nadie trabaja. Como nadie trabaja se aprovecha para salir de casa, ir al cine, al teatro o al  Parque Almerías. El día es muy apacible y hay mucha gente en la plaza principal de la ciudad. Por las avenidas centrales caminan distendidos y charlando animadamente grupos de vecinos. Unos viejos discuten de política y toman sol en los bancos de madera. Al amparo de las glorietas y sin importarles el sol algunas parejas se comunican con caricias y besos.

Pedro Pilke es un viejo comerciante que va de pueblo en pueblo haciendo la suya, o sea vendiendo poco y ganando mucho. Esa es su idea por lo menos. Pedro Pilke es alto y huesudo.  Cincuenta y pico…  Más bien aindiado, cetrino, de pelo renegrido. Sobre sus labios finos siempre dispuestos a la sonrisa un bigotito prolijamente recortado. Viste ropa vieja pero elegante. La camisa blanca y su corbata azul intenso resaltan en el traje oscuro. Vino a la ciudad en el tren de la mañana y cuentan que comió  muy sobriamente en la pensión del flaco Artigas. Pocos lo vieron cuando con un portafolios voluminoso y un bolso de cuero caminó despacio pero con firmeza hacia el centro de la plaza. En la mano izquierda, un pedazo de corneta vieja…

— ¡Señoras y Señores!. ¡Queridísimos habitantes de Iporá!. ¡Felicidades infinitas para todos en este día de festividades patrias!… ¡ Viva la patria y este sol que nos ilumina!…

En el centro de la plaza se ha detenido Pedro Pilke y bien parado, de piernas abiertas sobre el único banco que estaba desocupado y haciendo uso de su corneta como megáfono, grita a voz en cuello…

–¡ Si damas y caballeros!….¡ Con ustedes el representante de las grandes casas Marconi con sede en todas las grandes capitales del mundo… de paso por esta ciudad… solo por unas horas para ofrecerles mercadería de primerísima calidad y a bajísimo costo!

Las gentes de Iporá actuan como  todas en cualquier parte del mundo: escuchan lo que dice este hombre flaco que hace retumbar sus ecos en el atrio de la iglesia. Dejan por un instante de hacer lo que estaban haciendo. Se suspenden momentaneamente algunas discusiones, los padres descuidan sus chicos, queda en el aire una declaración amorosa. Vuelan las gorriones.

–¡ Traigo aquí pañuelos de fina seda para las damas!… ¡Observen qué colores más divinos!…¡Observen la textura de esta seda importada!….¡No, no teman de tocar, de palpar estas maravillas!. ¡Ah!…  ¡No todos tienen la oportunidad de tener cerca estas exquisitas confecciones artesanales!.

Se ha juntado en el centro de la plaza un centenar de personas que curiosas y risueñas presencian a este hombre flaco y huesudo que ahora habla más quedo y dulce, que sonríe más y que se ha bajado del banco. Mira fijo a sus posibles clientes y les sonríe. Les sonríe y les  mira a los ojos… Mueve sus brazos realizando amplios gestos que confirman sus dichos.

–¡Estoy entregando estos pañuelos a solamente $10 cada uno!… ¡Si!. ¡Sólo $10 cada uno!. Esto es así porque la Casa Marconi está festejando, justamente durante este mes, su centenario de actividad comercial. En realidad estamos vendiendo por menos del costo…  ¿Dónde pueden ustedes adquirir esta clase de pañuelos por este irrisorio precio?….

Ahora los vecinos prestan realmente atención. Intercambian algunas opiniones entre ellos. Realmente la oferta resulta atrayente. Es verdad que a ese precio… Algunos precisan un pañuelo. ¿ Quién no tiene una dama a quien regalar un pañuelo ?. Otros simplemente piensan en en el buen negocio.

_ ¡Formen una fila señores!…¡ Formen una fila para estar ordenados!… ¡Todos los que deseen estas maravillas a formar fila como en la escuela!  …   ¿ No estará la maestra directora por acá?…

Se oyen risas ahora… Hay movimientos y chanzas… Algunos se agrupan   formado una fila sinuosa en el centro de la plaza. Otros permanecen atentos y curiosos pero dudan.  Pedro Pilke es el rey de la escena. Sonríe… Camina rápido. Abre su bolso y va sacando pañuelos azules, verdes, rosados y los va entregando rápido sin atender los reclamos por los cambios de color. Mujeres y hombres, jóvenes y viejos están ahora descontentos porque los colores no son los que querían. Menos aún cuando Pedro Pilke ata a cada pañuelo que vende los diez pesos y los vuelve a poner en su bolso…

–¡ No teman vecinos! …¡No teman vecinos!… Hoy  es vuestro día de suerte!… ¡Ya les entregaré los pañuelos que han comprado más una sorpresa que grandes tiendas Marconi tiene para todos ustedes!…. Mantengan la fila, mantengan la fila así sabemos quiénes han comprado esta verdadera ganga…¡Mantengan fila señores de Iporá !. ¿Quién desea otro pañuelo?… ¿Quién dice «yo» ?.

Ahora todos están espectantes… Han comprado un pañuelo que momentáneamente no poseen.. Los pañuelos con el dinero están en un bolso. ¿ Pero qué  es esto?… Pedro Pilke transforma los gestos adustos en sonrisas, en grandes sonrisas, risas y comentarios….

— ¡Sírvanse señores!…¡Acá están  vuestros pañuelos! .   ¡Vuestros hermosos pañuelos y un obsequio de Casa Marconi!.

El vendedor flaco y alto, sudoroso ahora, comienza a sacar los pañuelos de su bolso y a repartirlos  nuevamente. Pero esta vez  los pañuelos  llevan atados  los billetes. Pedro Pilke los coloca en las manos de sus clientes, en los bolsillos, en el cuello de una hermosa dama… Todos están muy sorprendidos y satisfechos. Desatan los pañuelos. Se guardan presurosos  los billetes… Observan con satisfacción los coloridos y suaves pañuelos. ¡Qué magnífico negocio!… ¡ Lo que se perdieron algunos incrédulos que miran atónitos !. ¡Tienen  los pañuelos y no han gastado nada!.

— ¡Espero que todos hayan quedado contentos con los negocios que acaban de realizar!… ¡ Pero tenemos más todavía!…¡ Tenemos más todavía!… ¡Ahora le toca el turno a los caballeros !… ¿ Cómo los caballeros se van a quedar sin nada? . ¡No faltaba más!.   ¡Para ellos traje estos relojes suizos!…. ¡ Son super precisos!… ¡Garantidos por cinco años !… ¡Malla super-resistente!….

Muestra ahora relojes que va sacando de su portafolios… Parecen realmente muy hermosos…. Brillan al sol del atardecer.  Vuelven otra vez los cuchicheos… Los apretujones. Todos quieren ver los relojes…   Los que no participaron del primer negocio no se quieren ahora perder este y quedar nuevamente en ridículo.

— ¡No atropellen que para todos hay!….¡No atropellen señores!. ¡ Para todos hay estos relojes suizos, marca Stillinson, garantidos… ¡Solo porque estamos festejando un nuevo aniversario de las actividades comerciales de grandes tiendas Marconi, los vengo a ofrecer por solamente mil pesos!…  ¡ Una ganga señores!… En cualquier comercio esta mercadería se viene vendiendo a más de mil quinientos la unidad… ¡ Formen fila!… ¡ Muy bien!… ¡Muy bien!.

Pedro Pilke vuelve a ser el centro de la atención. El negocio parece ser bueno. Muchos desean cambiar su reloj, otros hacer un regalo y casi todos en hacer otra compra como la anterior… Pedro va distribuyendo los relojes. Arrolla el billete de mil y lo ata rápido a la malla. Corren pesadas gotas de sudor por la frente.  Esta vez a nadie le parece mal cuando los relojes vuelven al misterioso bolso. ¡Valió la pena venir a la plaza hoy!… ¡Qué  extraoardinaria esa Tienda Marconi!… ¿Instalarán alguna sucursal en la ciudad prontamente como murmuran por ahí?.

— ¡ Mantengan la fila!…¡Mantengan la fila así sabemos los que han comprado la joya!…¡Mantengan la fila para así obtener cada uno su reloj además del obsequio de la casa!. Tiendas Marconi siempre al servicio de su pueblo!

Pedro Pilke sigue transpirando mucho aunque el sol declina. Rapidísimo ahora retira los mil pesos de cada reloj y se los va guardando en el hondo  bolsillo de su pantalón y hace entrega de la mercadería y murmura un agradecimiento. Los clientes, hombres y mujeres, jóvenes y viejos se miran con asombro. Miran los relojes y se miran entre ellos. Sobrevienen las dudas. ¿Valdrán realmente mil pesos?. Alguien dice que el suyo no marcha…  Hay otro que dice que no lo puede poner en hora… Se les ha borrado la sonrisa del rostro. Intercambian al principio por lo bajo sus disconformidades. Cuando las voces se transforman en gritos, el sol, las palomas y Pedro Pilke han desaparecido…

Si te gustó, ¡compártelo!

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.