El Vil Minotauro

La fría brisa de la mañana que avanza viajaba por los verdes campos y hacía danzar a los árboles de una manera pacífica. La pureza del frío aire de campo inundaba los cuerpos de los campesinos que comenzaban las labores diarias y obligaba a los jóvenes a quedarse entre sus fincas al lado del cálido fuego de la hoguera.

Para mal de aquel otro que yacía encerrado algunos metros abajo de la tierra, no sentía la pureza del exterior y se aburría acurrucado entre una precaria cama de pajas. Su única diversión era pensar en su terrible pasado y lamentar el futuro que no prometía ser mejor.

Alzó la cabeza y dio un profundo respiro, sintió el común aroma de la comida que estaba por llegar, se incorporó lentamente y las gruesas cadenas a las que estaba aprisionado emitieron un metálico ruido.

-¡Despierta, maldita bestia!- bramó una persona desde el otro lado de una gruesa puerta de metal sólido; segundos después la puerta se abrió y el guardia ingresó a la pequeña habitación cargando un plato con comida -Todavía no comprendo porque te siguen alimentando si eres una plaga para este lugar- el guardia arrojó el plato sin ganas. Cuando chocó contra el suelo un poco de comida se desparramó.

El prisionero le lanzó una mirada fulminante al guardia e hizo que se estremeciera, luego se dio media vuelta y regresó por donde había entrado, pero ahora con las manos vacías.

La bestia encadenada se movió lentamente y con sus grandes manos levantó el plato y sorbió el contenido, un líquido denso que no parecía ser muy sabroso se escurrió por sus labios.

-Siempre lo mismo … me maltratan y encima me dan esta asquerosa comida. ¿Qué he hecho para merecer esto?- pensó la bestia para sí. Se lamentaba por ser diferente, era un híbrido mitad humano mitad toro que por ser así infundía miedo en la sociedad y por esa razón estaba condenado. Aunque los de su especie residían en los grandes bosques a él lo habían pescado desprevenido paseando por la frontera, desprotegido, y le habían atacado sin aviso alguno y encerrado como trofeo para que la sociedad no sintiera miedo por aquellos seres; minotauros le llamaban.

El prisionero terminó su “almuerzo” y la ira le atacó y lucho contra las fuertes cadenas que le mantenían en ese estado. Las grandes pezuñas razgaron el suelo de piedra y resbalaron en otro intento en vano de escaparse. No era la primera vez que expresaba su ira de esa manera, el piso era el mayor testigo de las muchas veces que lo habia intentado; cantidad de grietas, no muy grandes, se acumulaban en el círculo al cual estaba reducido, el piso que una vez había sido casi liso había adoptado ahora una textura rugosa, áspera.

CONTINUARA …

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