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Soy un soñador y tengo demasiados sueños por cumplir.

Falsa Esperanza

Melissa se llevó las manos a la boca; estaba en shock. No podía creer lo que estaba sucediendo. Los gritos de sus amigos y familiares se escuchaban como sonidos irreales, casi como si su cerebro se rehusara a reconocer lo que estaba pasando. Veintisiete personas dejaron la ciudad y ahora solo quedaban ella y su padre. Sus dedos se mojaron con la sangre tibia que manaba de sus heridas abiertas en el rosto, justo en donde debían estar sus labios. Su sangre aún era de color rojo, pero estaba consciente que no tardaría en cambiar a una tonalidad azulada. Empezó a sentir el dolor y comprendió que la criatura le había arrancado los labios de una sola y brutal mordida. Retrocedió horrorizada y mirando a su atacante. La criatura aún reunía ciertos rasgos humanos: su piel pálida y lisa le permitía deslizarse por el suelo igual que un anfibio, en su espalda y cabeza crecía una extraña especie de hierbajos azules, consecuencia de la contaminación con la lluvia azul.

—¡Corre! —chilló su padre. Melissa lo vio por última vez rodeado por aquellas criaturas bautizadas como la “Podredumbre”. Antes, cuando aún funcionaba la radio, la televisión y el Internet, los habían nombrado con aquella rara denominación. Era difícil imaginar que ellos también eran humanos.

Melissa no podía simplemente quedarse ahí y verlo morir. Su padre era quien los había animado a dejar la ciudad. El agua y la comida se habían terminado, quedarse era un auténtico suicidio. La chica asiática, delgada, herida y frágil fue hacia su padre. Él ya estaba muerto y ella lo sabía, pero aún así no podía abandonarlo. La podredumbre se reunió alrededor de su cuerpo desgarrado, eran al menos quince de ellos. Emergieron del agua sorpresivamente mientras caminaban por las viejas vías ferroviarias buscando una salida segura de la ciudad. Melissa se unió al forcejeo. Las quince criaturas la ignoraron… o tal vez la confundieron con uno de los suyos.

—¡Suéltenlo! —suplicó llorando y sangrando. Tomó el cadáver de su padre por los hombros mientras las criaturas le abrían el vientre para sacarle las entrañas, ansiosas por probar la carne—. ¡Basta! ¡Por favor! ¡Son humanos! No hagan esto. —gritó intentando encontrar algún tipo de raciocinio en aquellas bestias. Tan solo el día anterior su padre le explicó que aquellos seres también eran humanos, solo que experimentaron síntomas diferentes luego de la contaminación con aquella sustancia azul.

Desgarraron el cuerpo de su padre frente a sus ojos; en medio del forcejeo ella logró quedarse con la cabeza al tiempo que la podredumbre arrastraba el resto del cuerpo hacia las profundidades del agua helada. Sin querer, le dio las gracias a aquel Dios que la había abandonado, porque sabía que su padre había muerto rápido. Solo lo escuchó gritar una única vez antes de que las bestias le rompieran el cuello en medio del festín. Abrazó la cabeza de su progenitor y corrió con ella tan lejos como pudo. La podredumbre la miraba desde el agua. Ella sentía mucho dolor, pero el miedo la impulsó a correr mucho más lejos. Su abrigo estaba empapado de sangre. La gran mancha roja era suya y la otra mancha, la de color azul, sin duda correspondía a la sangre de su padre quien se había contagiado con la lluvia azul que acabó con el mundo.

Perdió el equilibrio al pisar por accidente uno de los rieles; cayó estrepitosamente y la cabeza de su padre rodó unos seis metros lejos de ella. Intentó levantarse rápido, pero ya era tarde. Los fríos dedos de la podredumbre se cerraron alrededor de su tobillo. —¡Auxilio! ¡Por favor! —vociferó antes de recordar que ya no quedaba nadie más. Miró hacia el cielo y vio la enorme ciudad negra desplazándose por encima de las nubes. No era la primera que había visto. Antes de la lluvia azul el cielo se llenó con aquellas ciudades. Hace un año lo llamaron “el encuentro de dos civilizaciones”. —Sarta de imbéciles… —pensó al rememorar las palabras de una reportera que anunciaba con emoción la presencia de aquellas ciudades sobrevolando los cielos. Sintió deseos de luchar hasta su último aliento, pero en lugar de eso se rindió y se entregó a la bestia. Le rezó al Dios que la había abandonado, suplicándole una muerte rápida. Vio a la podredumbre a los ojos. Su piel era fría y tenía ramas y hojas azules creciendo en su espalda y cabeza. La criatura se sentó sobre ella, lista para morderla en el rostro nuevamente. El chasquido de un arma llamó la atención de ambos.

—Cierra los ojos —ordenó una voz masculina. Melisa obedeció y el hombre disparó su escopeta modificada. Los perdigones salieron de cuatro cañones al mismo tiempo. La cabeza de la criatura estalló en una erupción de huesos, dientes, sangre azul y sesos. Melissa se desmayó poco después.

Cuando abrió lo ojos se encontró mirando la ciudad oscura, alejándose entre las nubes. No podía moverse. El misterioso hombre le había asegurado las manos y las piernas. —No quiero lastimarte… —advirtió al notar que Melissa estaba despierta. El hombre también estaba enfermo, tenía una hemorragia nasal y su sangre ya se había tornado de color azul. La chica observó el machete que el hombre sujetaba. La hoja estaba ardiendo al rojo vivo como si la hubieran dejado un buen rato al fuego. —Te he dado algo para mantenerte dormida, pero no está funcionando y si te dejo así esas heridas se van a infectar; espero que entiendas que necesito cauterizar. —se disculpó antes de llevar la hoja ardiendo a los labios destrozados de Melissa. La joven aulló de dolor mientras experimentaba la sensación de la carne en su rostro y sus encías quemándose. Se desmayó una vez más.

Se mantuvo entre despierta e inconsciente los siguientes días. Perdió varias de sus piezas dentales por lo que el misterioso hombre la alimentó reduciendo la comida a una papilla blanda que ella podía tragar sin mucho esfuerzo, usando lo que parecía ser un embudo de plástico para evitar rozar las áreas lastimadas. Se instalaron en la parte alta de una torre de energía eléctrica. El lugar estaba abandonado y la podredumbre se movía por todas las áreas que estaban parcialmente inundadas. Melissa se recostó sobre un conjunto de trapos viejos que probablemente pertenecieron al grupo de personas que ocupaban aquella torre eléctrica antes de que ellos llegaran. Se tomó un momento para mirar con atención a su salvador. Se le notaba el deterioro en la piel a causa de la radiación, había perdido todo su cabello y le quedaban unas pocas uñas aún unidas a la carne. El hombre se presentó como Augusto, era tan alto como su padre, le calculó un metro 80 de estatura. Siempre llevaba puesta una alargada gabardina negra.

—Gracias… —masculló ella con algo de dificultad debido a sus heridas. Augusto se dio la vuelta y la miró dedicándole una rápida sonrisa. Ambos estaban en la parte alta de la torre de energía observando el amanecer. Otra ciudad negra se apreciaba desplazándose en el horizonte. —¿Por qué me ayudaste? —indagó genuinamente confundida y recordando que al final las personas se volvieron egoístas y no ayudaban, por el contrario, robaban a cualquiera que tuviera mayores posibilidades de sobrevivir. Por eso su familia permaneció tanto tiempo en la ciudad.

—Perdimos porque no fuimos capaces de ayudarnos entre nosotros — reflexionó Augusto luego de una incómoda pausa. Melissa aflojó las vendas que le cubrían la parte baja de su rostro. No podía hablar bien con aquellas gazas apretándole la mandíbula. —Ellos son el enemigo. —anunció señalado a la gigantesca estructura negra que flotaba a lo lejos por encima de las nubes—. Perdimos porque olvidamos que eran ellos nuestros verdaderos enemigos. —insistió Augusto manteniendo una mirada particularmente rencorosa en aquella impresionante estructura flotante. Melissa no recordaba haberlo visto molesto en ningún momento.

—No fueron ellos los que mataron a mi padre, a mi familia y a mis amigos —musitó haciendo una pausa en un intento por combatir el dolor que aquejaba toda el área alrededor de su mandíbula— ellos solo están ahí arriba mientras que aquí abajo tenemos que sobrevivir a la contaminación azul, a la radiación y a la podredumbre. —aclaró la mal herida chica, rememorando a el horrendo salvajismo de aquellas bestias.

—Ellos, “la podredumbre” —aclaró Augusto dirigiéndole una mirada con cierta lástima a su acompañante— ellos son los menos afortunados; la contaminación que desencadenó la sustancia azul en la lluvia, los hizo mutar en esas cosas. —explicó el misterioso hombre.

—¿Cuántos humanos crees que quedan? —preguntó la chica evadiendo el comentario sobre la podredumbre.

—Se dice que la lluvia azul mató al 70% de la población humana en las primeras tres semanas. Un 10% mutó debido a los efectos de la contaminación convirtiéndose en lo que llaman “Podredumbre” y el 20% restante somos nosotros. —detalló Augusto. Melissa no estaba escuchando nada nuevo. Ella era consciente de esas cifras porque fue una de las últimas cosas que se divulgaron en la red antes del cierre completo de todas las comunicaciones digitales—. He revisado tus heridas —destacó Augusto fingiendo una rara expresión de alegría— aún es un poco pronto para sacar conclusiones, pero pareciera que estás empezando a cicatrizar. Si todo sale bien, en un mes estarás lista para continuar el camino que pretendías seguir originalmente. —pronosticó el hombre. Melissa se burló de él y el hombre se mostró confundido.

—Augusto ¿Es en serio? —ironizó la muchacha— esto es todo lo que nos queda; no hay nada más. —argumentó mostrándole el panorama que se extendía frente a ellos. El agua sucia y azulada se extendía por varios kilómetros inundando los pueblos más cercanos y matando toda la poca vegetación que había sobrevivido a las primeras olas de radiación. En el panorama, lo único que se veía completo era la imponente ciudad oscura—. Me quedaré contigo. —sentenció la joven.

—No me queda mucho tiempo —admitió Augusto.

—Lo sé —corroboró la chica que lo escuchaba todas las noches tosiendo sangre azul.

—Tal vez exista un lugar —indicó bajando la mirada. Melissa puso una mano sobre su hombro instándolo a hablar— antes que se cayeran todas las comunicaciones digitales anunciaron que existía una estación ferroviaria sobre el mar, construida precisamente para ayudar a las personas como nosotros. —detalló el hombre mirando a su acompañante con gesto esperanzador.

Melissa sabía de lo que estaba hablando. Su padre también había escuchado sobre aquella estación, pero no era más que solo una mentira. La mayor parte del planeta estaba contaminado por aquella sustancia azul. Si sobrevivían a los constantes ataques de la podredumbre, seguramente no sobrevivirían a las otras personas: ladrones, violadores, asesinos. El mundo se había convertido en un lugar horrible. Lo mejor que podían hacer era mantenerse en aquella torre y esperar la muerte juntos. Los seres en el interior de aquellas ciudades negras ya debían tenerlo todo calculado. El planeta ahora les pertenecía y solo debían esperar unos meses más para que el último humano sano muera de hambre, o a manos de la podredumbre. La chica se preparó para detallarle la cruda realidad a su salvador y por un momento, vio el rostro envejecido de su padre reflejado en la mirada inocente de Augusto.

—Busquemos la estación —dijo Melissa, sorprendida por sus propias palabras. Augusto lloró de felicidad con una mezcla de sorpresa y emoción ante aquellas palabras. Ella sabía que no existía tal estación, pero quería que su salvador pasará sus últimos días impulsado por una falsa esperanza. Al menos así no moriría triste.  

Todos los Derechos Reservados, Andys J. Montenegro (C) 

Mensaje al lector: Espero que hayas disfrutado de este pequeño extracto de mi libro: “Sangre Azul”. Si quieres saber más, en el siguiente enlace digital, encontraras el ebook disponible:

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FRACASO

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– ¿Alguna vez, viste la antigua ciudad de Panamá? – Preguntó Javier; imaginándose aquella ciudad de la que tanto había escuchado. El muchacho y el ángel caminaron a través de las inmensas ruinas. Los edificios con sus enormes ventanas rotas, ocultaban parte de la luz de la luna. – Ya sabes, cuando Panamá era solo una ciudad, y los demonios no existían. – Agregó, dirigiéndole una tímida sonrisa al imponente ángel guerrero.

– Los demonios siempre han existido, de hecho, existen incluso desde antes que los humanos. – Contestó Elías, sin a mirar a su interlocutor. Javier era un chico alto, pero el ángel Elías era aún más alto, y más musculoso. En medio de sus alas de plumas negras, llevaba un hacha de color roja y negra. Se trataba del arma de un ángel guardián, y como tal, dicha arma tenía una gemela, otra hacha igual de fuerte, manipulada por la protegida de Elías. El hacha, parecía emitir un resplandor similar a las brasas dejadas por el fuego.

– Muy bien… entiendo, bueno, en realidad eso ya lo sabía, – dudó el muchacho, pensando a su vez, en la mejor forma de corregir su pregunta. – Me refiero a hace 20 años, yo aún no había nacido, – agregó, con cierta vergüenza, – mi abuela me contaba que esta ciudad era enorme, y que los demonios tardaron años en derrotar a los ejércitos de las grandes ciudades.

– No culpo a los humanos. – Reflexionó Elías, luego de unos incómodos minutos de silencio. Los dos se internaron por la entrada de un largo pasillo, justo debajo de otro inmenso edificio, los escombros y la vegetación, hacían que fuera difícil pasar por ciertos lugares. Podían ir volando, como dos ángeles, pero Elías no quería que su acompañante usara su máscara, a menos que fuera estrictamente necesario. – Los demonios llevan más tiempo existiendo que los humanos, tienen de su parte la ventaja evolutiva básica. Ustedes evolucionaron para ser más inteligentes, pero los demonios evolucionaron para hacerse más fuertes. Cuando lograron escapar del infierno, era de suponer que las ciudades caerían una tras otra. – Explicó el ángel; manteniendo su mirada fija en el camino, como si esperara o se preparara para un ataque repentino.

Llegaron hasta el borde de un profundo abismo. Probablemente este, había sido causado por alguna bomba, en los tiempos en que los ejércitos pensaban que atacar a los demonios con explosivos y radiación, ayudaría en algo. Aquella bomba debió estallar hace más de 15 años, pero en su momento, la fuerza de esta, debió ser desastrosa, se podía ver que la gran destrucción de aquella ciudad, se había originado en ese mismo punto. Elías se puso detrás de Javier. Ni siquiera le pidió permiso al muchacho, y lo sujeto por debajo de los brazos, el ángel dio un fuerte aleteo, y ambos se elevaron por encima de aquel abismo, pero no lo cruzaron, Elías se dejó caer con su acompañante, hacia el interior de aquel agujero, y justo antes de chocar contra el suelo, sus gruesas alas frenaron del todo la rápida caída, con un nuevo aleteo.

– Así que este es el camino para llegar a Orfere, – comentó Javier, recuperándose del susto producido por aquella caída. Transformarse en ángel de vez en cuando, no es lo mismo que ser un ángel. El chico, contaba con todos los poderes de un ángel, cada vez que usaba la máscara, pero no poseía la experiencia propia de estos seres. En ese breve instante, cayó en cuenta de lo que acababa de decir; había pronunciado su nombre «ORFERE», la mortal diosa de las raíces sangrientas. Sin querer, se la imagino hablando por medio de aquellas grotescas flores rojas, que derramaban sangre cada vez que alguien se atrevía a sujetarlas.

– Orfere esta oculta bajo tierra. – Musitó el ángel. La duda, no era algo común en estos seres, sin embargo, se podía percibir esa sensación cada vez que Elías, hablaba. Él también estaba asustado. Todos fracasaron en su intento por evitar que la diosa demoníaca alcanzará la perfección absoluta de su cuerpo. – Llegar hasta ella no será difícil, a partir de este punto el camino es recto y sin problemas. – Acotó, manteniendo la mirada al frente, y disimulando el molesto temblor en sus dedos.

– ¿Cómo se dieron cuenta, que yo estaba cerca, y que estaba enfrentando a Quimera y Vineto? – Inquirió el muchacho, buscando cambiar el tema de la conversación, por lo menos, por el momento. Hasta ese instante, no se había preguntado eso, por que asumió que sus amigos debían haber escuchado el sonido del enfrentamiento, pero estando bajo tierra, eso era imposible.

– El arco que usas cuando te transformas en el ángel Nydas, tiene un gemelo, es el arma de un ángel guardián, y todas esas armas vienen en dos versiones, una para el ángel, y otra para su protegido. – Detalló el ángel, limitándose a mencionar solo lo estrictamente necesario. En ese momento, caminaban por lo que parecía ser una antigua vía del metro. – El arco y flechas que le correspondía al protegido de Nydas, está en manos de Juliana ¿Ya lo habías olvidado? – Le recordó, esperando que al menos ese detalle, no fuera un secreto para el joven.

– Debí asumir que había sido eso. – Contestó Javier sonriendo. Juliana, la angeliza guardiana de Kairos, había demostrado en muchas ocasiones una inteligencia incomparable. Uno podría pensar que los ángeles son todos bellos, inteligentes, y fuertes, pero tienen más en común con los seres humanos de lo que se podría imaginar. Juliana, era muy astuta, mientras que Elías, era bastante fuerte, por su parte, Aisa, era muy hermosa, y rápida.

– El arco que lleva Juliana, vibró de repente. – Relató el ángel guerrero. El final de las vías se estaba acercando, y al fondo del túnel, se podía ver un brillo amarillo y rojo, muy similar a las llamas que utilizaba el ángel. – Juliana dedujo casi de inmediato, que tú debías estar cerca, y por las vibraciones en el arco, asumió que debías encontrarte en medio de un enfrentamiento.

El muchacho y el ángel, no tardaron en a travesar el último trecho del túnel subterráneo, y llegaron a lo que en alguna época distante fue una estación subterránea de transporte. Se trataba de una estancia amplia, con el techo elevado a varios metros de altura, se parecía mucho a las ruinas de aquellos lugares en los que las personas acostumbraban a reunirse para realizar compras. En el techo alto, se podía ver otro enorme boquete, por el cual se filtraba la luz de la luna. Caminaron un largo trecho, guiándose por el resplandor producido por las llamas a lo lejos. Ese fuego era consecuencia de los poderes de Natalia «la protegida del ángel Elías». El muchacho no comprendía exactamente como funcionaban sus poderes, pero había presenciado en algunas ocasiones, que tanto Elías, como Natalia, se cortaban la piel, liberando una extraña mezcla de sangre y fuego al mismo tiempo.

A medida que se iban acercando, el peligro era cada vez más evidente. A varios metros de distancia, se podía ver una gran bola de fuego que parecía suspendida sobre el suelo. Elías se quedó atrás, pero Javier tuvo que acercarse más, y fue entonces cuando lo vio. Se trataba de un capullo, uno enorme, construido a partir de ramas y raíces rojas, debajo del capullo incendiado, se podía ver un gran charco de sangre. –…entonces, finalmente lo logró – Pensó Javier. El capullo era solo una masa vegetal, que albergaba en su interior el cuerpo perfecto de la diosa, y toda la sangre derramada, procedía de las víctimas asesinadas.

– Eres un testarudo. – Se escuchó la voz de otro hombre. Javier apenas reacciono al reconocer la voz de su amigo kairos. – Las cosas están muy mal, debiste quedarte en el campamento.

Kairos era un hombre muy joven, con apenas 20 años de edad, tenía la misma estatura que Javier, pero con una contextura más corpulenta, de piernas y brazos musculosos, cabello oscuro, espeso y rizado. Sus ojos oscuros, hacían un contraste extraño con su nariz afilada, y su barba fina, apenas visible, pero aun así, sus facciones masculinas, lo hacían evidentemente atractivo. En ese momento estaba vistiendo un conjunto de camisa y pantalones de camuflaje verde, igual al utilizado por Javier.

– Yo no abandono a mis amigos. – Refunfuñó el chico; fijando su atención , estaban en la espada larga con forma de sierra, que Kairos sujetaba en ese momento. El rostro de Kairos pareció ensombrecerse con el cruel comentario de su amigo, y el muchacho lo había notado, pero aun así, no podía ocultar su descontento. – Yo no soy un protegido como tú, ni como Patricia, Natalia y Tobías. Pero durante estos últimos meses, me esforcé mucho, para ser como ustedes.

– Estábamos intentando…– Trató de hablar, pero Javier lo interrumpió. A lo lejos pudo ver al resto de sus amigos acercándose a ellos, y dos ángeles femeninos, los acompañaban. Una lucia como una mujer asiática, y la otra como una anciana.

–…intentaban protegerme. – Termino la frase el muchacho. Patricia y Natalia, fueron las primeras en llegar, y fue Patricia la primera en percatarse de los sentimientos afligidos de su amigo. – Tomaron una decisión sin consultarme. Orfere también mató a mi gente, yo tengo tanto derecho a enfrentarla como ustedes.

– Te dije que esto iba a pasar. – Comentó Patricia, reclamándole a Kairos. La joven de piel negra, observo fijamente a Javier. Patricia era la mayor en el grupo con 25 años, y para Javier, era definitivamente la mujer más hermosa en todo ese infierno. Su cabello, oscuro, crespo y espeso, era corto, justo como a ella le gustaba llevarlo, sus facciones faciales eran finas y perfiladas, con pómulos delicados, y labios gruesos y rosados. Se trataba de una mujer alta, de piernas largas y fuertes, con pechos grandes y firmes, que sobresalían de su camisa militar. Ella también usaba un conjunto militar de camuflaje. Pero su figura alta y esbelta, era imposible de disimular. – Yo les dije que esto estaba mal. – Aseguró Patricia, manteniendo un contacto visual directo con el chico. El muchacho no podía evitar sonrojarse al mirarla. Para Javier la afirmación de Patricia no era una sorpresa, ella siempre lo comprendió y apoyo en todo momento. Patricia actuaba como una hermana mayor, pero para Javier, ella era mucho más.

– Usar la máscara, fue algo impulsivo. – La voz una anciana se escuchó por encima de las palabras de Patricia. La angeliza guardiana de Kairos. En ese momento Juliana lucia igual que una anciana, era el único de los ángeles presentes que no usaba una armadura, sin embargo, también era el único ángel que tenía cuatro alas en lugar de solo dos. El primer par de alas eran grandes y amplias, colmadas de plumas blancas, el segundo par de alas, ubicadas justo debajo de las primeras, eran un poco más pequeñas. La anciana de piel arrugada, y cabello largo y blanco, casi parecía desaparecer debajo de aquellas cuatro grandes alas. – Esa máscara requiere de energía celestial para funcionar. – Continúo hablando. La angeliza solo vestía una larga bata blanca, con símbolos dorados en las largas mangas. – La única energía celestial, que un ser humano posee, es su alma, y perder el alma, es un destino peor que la muerte, jamás tendrás un descanso eterno.

– No puedo ser tan egoísta, no puedo pensar solo en mí mismo, y menos en un momento como este. – Replicó el muchacho. Observo el arco rojo y plateado que la angeliza, sostenía con sus arrugadas manos. Por encima de la espalda de la anciana, pudo ver la empuñadura de una espada, que debía ser sin duda, la espada gemela, de la que utilizaba Kairos. – Solo puedo luchar igual que ustedes, cuando uso la máscara.

– No podemos cambiar tu modo de pensar. – Le dijo Natalia, la protegida del ángel Elías. Aquella mujer tenía la misma edad que Kairos, y su estatura, era un poco más baja que la de Javier. Su complexión era delgada, y se veía muy frágil, su cabello largo, y sedoso, de color rubio opaco, le llegaba hasta la cintura, su rostro perfilado y sus ojos verdes grandes, le daban una apariencia inocente similar a la de una niña. Su cuerpo lucia tan femenino como el de Patricia, pero sus pechos no sobresalían demasiado. – Sé qué piensas que te abandonamos, pero tomamos esta decisión porque eres nuestro amigo. Lamento mucho si te hicimos sentir mal.

– Yo no lo lamento. – Intervino Patricia. El otro protegido, Tobías y su angeliza guardiana, también se estaban acercando. – Desde un principio les comente, que tú jamás accederías, además nadie nos puede ayudar en esto, tanto como tú.

– El fuego se está apagando, y las ramas que rodean el capullo empiezan a ceder. –Advirtió Tobías. El cuarto protegido, tenía la misma edad que Kairos y Natalia, y al igual que los demás, él también es un extranjero en las tierras de Panamá. Tobías es un hombre alto, de hecho su estatura era igual a la del ángel Elías, pero su complexión física era de una delgadez llamativa. Sus brazos y piernas eran largos, pero carecían de músculos fuertes. Tenía el cabello largo, lacio, de color rojizo, llegando casi hasta sus hombros. – No deberíamos perder tiempo, cuando Orfere salga del capullo tal vez no podamos derrotarla. – Advirtió el cuarto protegido; sus brillantes ojos negros, estaban dirigidos a Kairos; como quien habla con su líder. Para Javier, Tobías siempre fue el tipo aislado del grupo, el joven aparentaba saber menos de lo que en realidad sabia, y según Natalia, aquel protegido tenía el coeficiente intelectual más alto entre ellos. – No te ofendas Javier. – Acotó Tobías, dirigiéndose al muchacho. – Ahora que estas aquí nos vendría bien la fuerza de Nydas.

– ¡No has escuchado nada de lo que hemos dicho, o tal vez no te importa! – Exclamó Patricia, visiblemente molesta. Ella sabía bien los riesgos que corría Javier cada vez que usaba la máscara. – Usaremos a Nydas como última opción, y solo si es estrictamente necesario.

– Ya hemos probado con fuego, hielo, electricidad, incluso el impacto sónico de Patricia. – Continuó Tobías, ignorando las palabras de su compañera. – Creo que todos estamos de acuerdo, la única solución es lanzar a Orfere de vuelta al infierno, usando los portales de Nydas.

– Si se trata de portales, – comenzó Natalia, – podemos utilizar las flechas de Juliana, con eso también podemos abrir portales. – Recomendó la protegida; mientras el capullo palpitaba, y derramaba más sangre.

– Los portales que se abren usando aquellas flechas, solo pueden alcanzar un tamaño determinado. – Le recordó, la angeliza guardiana Aisa. Aquella angeliza, utilizaba una vistosa armadura de color gris, y en sus manos, llevaba una espada con una hoja tan transparente, que casi parecía un pedazo de hielo afilado. Aisa era delgada y esbelta, con facciones asiáticas, y el rostro hermoso en forma de corazón, su cabello largo hasta la cintura, era de un tono tan gris, como el de su armadura, y sus alas, estaban formadas tanto por plumas blancas, como negras. – Solo el ángel guardián Nydas, puede crear portales tan grandes, como para tragarse aquel enorme capullo.

El muchacho comprendía el punto de Aisa. El arco y las flechas utilizadas por Juliana, originalmente pertenecen al protegido del ángel guardián Nydas, y por lo tanto ostentaban parte del poder para abrir portales hacia el infierno, sin embargo, dicho poder tenia limitaciones. El paradero de aquel protegido era aún desconocido, y se rumoreaba que podía estar muerto. En aquel momento se produjo un incómodo silencio, ninguno de sus amigos lo estaba mirando directamente, pero Javier sabía lo que todos estaban pensando, y esa era la principal razón por la cual lo abandonaron en aquel campamento, el uso de aquella máscara era más un riesgo que un beneficio. Javier podía terminar perdiendo lo último que le quedaba de su alma.

El capullo se agito desde adentro hacia afuera. El charco de sangre debajo de aquel capullo empezó a transformarse en un lago. Las ramas y raíces rojas, suspendían el capullo en el aire, a causa de varias extensiones formadas de corteza de madera y lianas, que se adherían a las columnas y el techo de aquella enorme estancia, creando de esa forma un soporte para así mantener suspendido el extraño cuerpo abultado. Las llamas creadas por Natalia aun ardían en algunas partes del capullo, pero iban apagándose poco a poco, y una figura imponente se deslizaba como una serpiente en el interior de aquel amasijo de ramas, raíces, cortezas y lianas.

– Creo que ya no podemos hacer nada. – Sentencio Aisa. Sujeto su espada de forma amenazadora, y en segundos la hoja filosa empezó a emitir un frío sobrenatural.

– Es momento de demostrar lo equivocada que estaba la bruja Ursina. – Indicó Natalia; pero ella, también estaba asustada. No solo estaban enfrentando a una diosa demoníaca, ya que esta, había perfeccionado su cuerpo, por lo que en teoría, ahora, era mucho más fuerte que un dios demoníaco común.

Toda la parte izquierda del capullo se desmorono, y a los minutos, una nube de vapor verde se esparció a partir de la abertura en el capullo. Una forma larga y gruesa se vislumbro a través del vapor verde. Los protegidos y Javier, retrocedieron al ver la sustancia vaporosa acercándose a ellos. Los ángeles guardianes, se mantuvieron inmóviles, esperando la llegada del vapor verde, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, limpiaron el aire usando sus grandes alas. Un solo aleteo de aquellas maravillosas alas, realizado al unisonó, como si los cuatro ángeles estuvieran perfectamente sincronizados. El vapor verde retrocedió, pero la figura larga y gruesa, siguió moviéndose, pero no directamente hacia ellos.

Al principio se confundieron, pensaron que se trataba de varias criaturas, como si Orfere, hubiese logrado multiplicarse en el interior de aquel capullo, pero lo cierto, era que solo había emergido una sola criatura, y su cuerpo, no parecía tener fin. El sonido de las miles de patas, interrumpió el silencio en aquel lugar. Antes de que se percataran, ya estaban rodeados, las extensiones del cuerpo de Orfere, eran incalculables, su cuerpo recorría toda la enorme estructura, enredándose entre las gruesas columnas, “construidas hace más de 20 años”, se adhería a las paredes, al gran techo alto, incluso daba la impresión que el cuerpo le deba la vuelta a todo el lugar.

Cuando el polvo, y el vapor, finalmente se disipo, la magnificencia de la nueva diosa Orfere quedo expuesta. Un cuerpo enorme, largo y grueso, similar al de una oruga gigante de piel roja, rodeaba tanto a los protegidos, y a sus ángeles guardianes. No era posible determinar donde se hallaba el principio ni el final de aquel cuerpo de gusano, hasta que una parte descendió desde el techo, desde una parte indeterminada de aquel cuerpo. Era como hallarse frente a una mezcla grotesca entre una oruga y una lombriz. Este trozo del cuerpo, se deslizo curioso, hasta donde se encontraban los protegidos, ignorando a los ángeles guardianes, y pasando por encima de ellos.

Entonces Javier pudo verlo claramente. En el lugar en donde debería estar la cabeza de aquel ser, estaba un botón, muy similar al de una flor, pero de extensiones gigantescas. Aquella flor sin abrir, aun con aquella forma de botón, estaba unida al cuerpo interminable de aquella oruga, puesto que desde su interior, goteaba un líquido verde que se derramaba desde los pétalos, hacia el suelo.

– ¡Qué asco! – Exclamó Patricia. La flor en forma de botón empezó a abrirse, sus pétalos no tardaron en separarse. Javier sujeto a Patricia por el brazo, y la fue alejando con lentitud de aquella criatura.

– Es ella. – Sentenció Juliana. La angeliza, se había acercado, estaba justo a un lado de su protegido Kairos. – Sí la situación se sale de control, los protegidos deben escapar.

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CORRUPTA

El banco está rodeado. Puedo escuchar las sirenas de las patrullas. No quiero imaginar cuántas armas estarán en este preciso instante apuntando hacia la entrada del banco. Nos tienen a todos arrodillados. He tardado un momento en comprender quienes eran «ellos».

—¡Nadie tiene que morir en esto, solo queremos mandar un mensaje! —explicó uno de los terroristas. No estaba seguro de cuántos eran. Cuando empezaron los disparos conté a diez de ellos. Vestían trajes negros y máscaras que representaban rostros de diferentes aves—. ¡Este país es grande, pero su gobierno y su gente no deja que avance! –agregó el terrorista.

Uno de ellos estaba sangrando. Definitivamente eran heridas de bala. No debía estar de pie, nadie que fuera humano aguantaría algo como eso. Pero obviamente él no era humano, al menos no por completo, al igual que los otros nueve terroristas. El hombre herido se quitó su traje negro revelando un torso pálido, desgarrado por demasiadas cicatrices, unas viejas y otras más recientes. Las heridas de bala seguían sangrando.

—¡Damas y caballeros, esto es un milagro y el gobierno insiste en que lo veamos como algo opcional, dándole la oportunidad a las grandes religiones para que intervengan en nuestros asuntos políticos! —indicó mientras ayudaba a su compañero a despojarse de toda su ropa. El terrorista herido era un cambiado, y por su apariencia, debía ser un niño de menos de dieciocho años cuando se inoculó con el suero. Obviamente de forma ilegal, ya que solo los mayores de veinticinco años pueden inocularse el suero de forma legal—. ¡Este es mi hermano Abdiel y al igual que yo, decidió abandonar la fragilidad de la vida estando muy joven! —lo presentó el terrorista. Una mujer a mi lado empezó a llorar.

El peligroso hombre fijó su atención en la mujer que lloraba a mi lado y luego me miró a mí. Supongo que le llamamos la atención por nuestra avanzada edad. Yo tengo cincuenta años y la mujer a mi lado debe estar en los sesenta más o menos. No podía ver su rostro a causa de la máscara, pero algo me decía que estaba sonriendo; debe estar preguntándose por qué algunas personas deciden envejecer en lugar de tomar el suero.

—¡Fuera máscaras! —ordenó. Sus ocho colegas obedecieron. El terrorista desnudo y herido solo observó en silencio. Las respiraciones se aceleraron entre todos los rehenes ¿Acaso por eso tomaron el banco? ¿Por qué saben que aquí todos estamos vivos?— ¡El gobierno, gracias a la intervención de las religiones, nos dejan elegir algo que debe ser obligatorio! —vociferó antes de avanzar hacia un gran baúl negro que habían colocado en el centro del banco, justo frente a todos los rehenes. Abrió el baúl y reveló más de cincuenta dosis del suero. La inmortalidad embotellada frente a nuestros ojos— ¡El mundo ha cambiado desde hace más de ochenta años y es hora de que nosotros cambiemos también! —advirtió el terrorista.

Estoy asustado. Igual que ese día en el hospital cuando me diagnosticaron con cáncer de huesos, igual que el día en que me reuní con un doctor con mi esposa esperándome afuera de la oficina mientras rechazaba el suero.

—¡¡Malditos muertos!! —gritó un hombre entre los rehenes, al tiempo en que se levantaba y señalaba al terrorista que parecía ser el cabecilla de toda la operación— ¡¡Somos dueños de nuestras decisiones, todos nosotros y decidimos vivir y morir igual que nuestros ancestros!! –agregó el obeso rehén, quien vestía una camisa blanca y unos pantalones de tela marrón—. ¡¡La verdadera inmortalidad no es de este mundo, está en el reino de Dios!!

Una ráfaga de balas impactó contra el frágil cuerpo del obeso rehén. Todos gritamos. Traté de cerrar los ojos, pero estaba demasiado asustado. No pude evitar orinarme en los pantalones. La mujer que tenía a lado me tomó de la mano. No me atrevía a mirarla, mis ojos estaban congelados observando al rehén desangrándose en el suelo. Una mujer entre los terroristas se ríe. Ya había visto su rostro antes en las noticias. La llaman «CORRUPTA». Es una cambiada. Una muy peligrosa.

—¡Dime gordito! —exclamó la terrorista a la que llaman CORRUPTA— ¡Ahora te demos a escoger… ¿la vida, o la muerte?! –preguntó con el cañón de su ametralladora aún humeante.

El terrorista líder hace una señal y uno de sus secuaces toma una jeringuilla del baúl negro, avanza a paso lento con todos los rehenes observándolo. Todos podemos escuchar la respiración entrecortada del rehén al que le acababan de respirar.

—¡Déjalo que elija! —exigió el líder. El rehén agonizando levanta la mano y con sus pocas fuerzas golpea la jeringuilla lo más lejos que puede.

—¡Te atreves a rechazar este milagro! —gimió CORRUPTA indignada.

—Administrarle el suero de todas forma —ordenó el líder.

Me obligo a cerrar los ojos y trato de no escuchar los lamentos de aquel hombre.

—¡La inmortalidad no es opcional, perros! —nos insultó CORRUPTA. La terrorista procede a desnudarse frente a todos nosotros y nos muestra su piel surcada por cortes y cicatrices. Una herida en forma de «Y», igual a la que recibían todos los cadáveres luego de una autopsia se extendía a lo largo de su torso. Ella lucía aquella cicatriz como si de una medalla se tratara— ¡La muerte ya es cosa del pasado, ahora somos ángeles! —anunció mientras desfilaba desnuda frente a los asustados rehenes— ¡Pasamos siglos buscando a Dios en las alturas y resulta que siempre estuvo debajo de nosotros, durmiendo bajo nuestra ciudad! —aseguró CORRUPTA.

Ya antes había escuchado que ella estaba loca. En las noticias se decía que su comportamiento anormal se debía al avanzado estado de descomposición de su cerebro.

CORRUPTA, la igual que sus compañeros, se inoculó el suero de forma ilegal y todos los que toman el suero están obligados a realizarse al menos siete sesiones de hidrolización al año, para evitar los efectos más dañinos de la descomposición. Todos ellos son fugitivos declarados de alta peligrosidad por el gobierno, es por eso que no pueden acceder a las dosis de hidrolización con una frecuencia normal. Se dice que algunos efectos de la descomposición pueden revertirse con el tratamiento adecuado, sin embargo, cuando el cerebro se ve afectado, el daño es permanente.

—¡Ahora les toca a ustedes! —CORRUPTA me señaló a mí y la señora que me esta sujetando— ¡De pie, les daremos la opción a ustedes, igual que con el gordo, solo que ustedes ya saben lo que sucederá si dicen «no»! —advirtió sin perder aquella maquiavélica sonrisa. Notó que la mujer a mi lado sostiene en su mano libre lo que parece ser un rosario.

—!Tenemos a una creyente! —grita el cabecilla— ¡¿Cuántos «Padre Nuestro» has rezado hasta ahora?! —preguntó en tono burlón. La mujer no contesta. Él vuelve a enfocar su mirada en mí— ¿Y usted, señor, cómo se llama?

—Alan… —tartamudeó aterrado ante la presencia de los muertos y la armas. CORRUPTA aprovecha para burlarse de mí—.  Soy Alan… Mendieta… repito y la última discusión que tuve con mi esposa vuelve a mi mente. Ella estaba llorando, estaba molesta porque había rechazado el suero. —¡Yo…! —intento hablar con mas fuerza, fingiendo ser el hombre valeroso que nunca he sido— Yo… soy Alan Mendieta… y tengo cáncer… y ya no hay tratamiento… estoy en fase terminal! —No podía creer lo que estaba diciendo— ¡Y, estoy listo para morir! —No sé por qué dije eso. Solo vine al banco a poner mis asuntos financieros en orden. Ya estoy listo para dejar este mundo.

Los terroristas se miran confusos. La mujer que me aprieta la mano, me acaricia con los dedos como si de alguna forma tratara de reconfortarme. El líder y CORRUPTA me miran divertidos como si fuera un chiste viviente.

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Autor: Andys Javier Montenegro Mendoza

@ABELNOSTER / @guardianmirlo1 / @atlassagitario / Twitter

atlassagitario / Instagram

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SEMINARIO

 

– ¡Continuando con los puntos concernientes a la jornada matutina, les pido un fuerte aplauso para la Magister Verónica López! – Anunció el moderador. Verónica se levantó de su asiento, con aquella actitud orgullosa y elegante que la diferenciaba entre sus colegas. – ¡… Licenciada en Derecho y Ciencias Políticas, egresada de la Universidad Oficial, con Maestría en Derechos Civiles Modernos…! – Exclamaba el moderador, en medio de los atronadores aplausos que seguían a Verónica, hasta la tarima, en la que se hallaba la mesa alta de los expositores. La profesional vestía un elegante conjunto de falda negra y blusa blanca, acompañado por un saco oscuro que resaltaba con su cabello rizado. A pesar de ser joven, Verónica, demostraba una seguridad que resultaba amenazadora para muchos hombres.

La prestigiosa expositora, saludó uno a uno a todos los expositores, mientras el moderador seguía leyendo la interminable lista de títulos, post grados, maestrías y doctorados, y cuando se pensaba que había concluido, este, saco otra lista, pero ahora, para leer todos los libros, folletos, y artículos publicados por la expositora. Otra tormenta de aplausos estalló, y Verónica, solo pudo inclinar la cabeza levemente para agradecer por aquel agradable recibimiento.

Ni los expositores, ni el moderador, ni ninguno de los más de 2,000 participantes del seminario, se percataron de lo nerviosa que estaba Verónica, y aún si lo hubieran notado, se lo acreditarían a su notable humildad. Nadie se imaginaría que ese día, Verónica buscaba revelar la verdadera naturaleza de los gobernantes; o por lo menos, no lo buscaba directamente, pero sabía que aquello era una consecuencia inevitable.

– Muchas gracias por ese cálido recibimiento, – saludo con elegancia, la expositora, esbozando una tímida sonrisa. – Como deben saber, el consejo académico, me ha pedido que les hable acerca de los modernos derechos civiles. – Explicó, mientras daba una rápida mirada por el auditorio, ubicando a las principales autoridades de la universidad y a las figuras políticas invitadas. – Hace 20 años, hablar de “nuevos o modernos derechos civiles”, resultaba casi una burla, puesto que en esta rama del derecho, no hay nada que no se haya escrito, o de lo que no se haya discutido antes.

El público respondió con risas tímidas ante lo que pensaron, debía ser un chiste improvisado. Verónica, hizo una pausa, y luego enfocó sus ojos en el Ministro Aníbal Pedrosa, encargado del Ministerio de Seguridad Pública, un hombre de unos cincuenta años de edad, obeso, y vestido con un traje muy costoso, que obviamente no superaba el costo del tratamiento para el cuero cabelludo, con el cual, ahora lucia en cabello mas abundante y fuerte que el de cualquier adolescente. – Antes de empezar, quiero disculparme. – Indico Verónica; apretó sus labios rojos con delicadeza, como si tratara de aguantar las palabras. El público hizo silencio. – Ya deben haber escuchado sobre el elixir, y tal vez algunos de ustedes, ya pensaron en inocularse esta sustancia. – Verónica, notó de inmediato la incomodidad en el público. Escuchó los murmullos a sus espaldas, procedentes de la mesa de expositores.

– Creo que también lo llaman «el suero», – aclaró Verónica; mientras observaba casi con satisfacción al Ministro Aníbal, quien luchaba por levantarse de su butaca. El ministro forcejeaba con su propio trasero, que le impedía incorporarse. – ¡Ministro Aníbal… esta exposición aun no termina! – Llamó su atención Verónica. El hombre la miro entre asombrado y molesto. El resto de los presentes dirigieron sus curiosas miradas hacia el obeso Ministro.

– ¡Ministro Aníbal! – Se dirigió Verónica al Ministro, una vez más. – ¿Puede explicarme, lo que es una Acción de Inconstitucionalidad?

– Mi estimada… Verónica… – tartamudeo el ministro, intentando ocultar un chillido temeroso en su tono de voz – creo que debemos… discutir esto en privado… – agrego el ministro; la blanca y costosa camisa que llevaba bajo el saco, se le empapo casi de inmediato a causa del sudor, aun a pesar del aire acondicionado. – Comprendo que… estas molesta, por la decisión que emitió el Tribunal Superior…

– ¡¡NO HA CONTESTADO A MI PREGUNTA!! – Grito Verónica. Las autoridades, los colegas, los clientes, y los compañeros de trabajo, miraron asombrados aquel cambio de actitud, en la generalmente serena personalidad de Verónica.

– No hay ninguna falta, a la constitución…– aseguro el ministro. Finalmente había logrado incorporarse, pero esto solo había servido para llamar más la atención del público, que inmediatamente ubicaba sin problemas su obesa figura. Las luces del salón, siempre enfocadas al expositor, ahora se dividían en dos columnas de luz, la primera enfocando a Verónica, y la segunda al ministro.

– ¡¡ENTONCES AL MENOS SABE LO QUE ES LA CONSTITUCIÓN!! – Grito Verónica una vez mas. La elegante expositora hizo una pausa y trato de respirar, pero en su voz, se podía percibir su ira. – ¡Creo que les debo una explicación! – Dijo, ahora dirigiéndose al público. Reanudando su tono de voz, adecuándolo al de una expositora normal. – ¡Deben estar pensando, que probablemente soy la amante despechada del ministro, haciendo una escena frente a todo el país, para dejarlo como la miserable rata que es! – Agrego Verónica sin dejar de sonreír.

– Verónica, por favor…– intento hablar el ministro.

– ¡¡CIERRA EL MALDITO HOCICO, PERRO ASQUEROSO!! – Grito Verónica.

– No tengo, porque soportar esto…– intervino el ministro nuevamente, antes de empezar a dar disculpas, a aquellos que estaban a su lado, mientras buscaba dejar atrás semejante bochornoso evento.

– ¿Cuantos magistrados compraste? – Pregunto Verónica. El público guardo silencio, y el ministro se detuvo, sin mirar a su interlocutora. – Cuando presente ese recurso de inconstitucionalidad, el mismo iba con pruebas, informes médicos, estudios psicológicos y químicos, de lo que ese suero, le está haciendo a la gente, y ahora resulta que no hay pruebas, y peor aun, resulta que mi recurso se refleja en el sistema, como si nunca se hubiera presentado.

–… si tiene algo que denunciar… hágalo ante las autoridades competentes…– tartamudeo el ministro una vez más.

– ¿Se refiere a la magistrada Ponds, al magistrado Olivera o al magistrado Carmilo? – Pregunto Verónica. Una mujer en la multitud grito. Varios hombres armados habían subido a la tarima en la que se encontraban las mesa de expositores.

Con ametralladoras en mano, hicieron que todos los expositores y las otras autoridades se levantaran dejando la mesa vacía. Ahora aquellos que dirigían el seminario, habían pasado a formar parte del público. Los hombres armados seguían las ordenes de Verónica, y solo hizo falta un gesto de esta, para que trajeran a los magistrados antes mencionados, atados a camillas verticales, como si transportaran a peligrosos pacientes con serios desequilibrios mentales. La magistrada Olivia Ponds, una mujer delgada y pálida, con un largo cabello castaño de casi sesenta años, completamente aterrada, presidia la morbosa procesión; seguida por el magistrado Mario Olivera, un hombre alto en sus cuarenta y tantos años de edad, completamente calvo, el cual llego inconsciente, y con la camisa blanca manchada de sangre. Finalizaba la reunión de rehenes el magistrado Jaime Carmilo, el más joven entre los tres, y al cual llevaban casi desnudo, solo con los calzoncillos para cubrir sus partes intimas; este también estaba inconsciente.

– ¡Verónica, que has hecho! – Exclamo el ministro Aníbal. No paso mucho tiempo, para que la palabra terrorista se escuchara entre las personas del público. Ni uno solo de los espectadores se atrevió a levantarse de su butaca. No necesitaban que Verónica lo dijera, ahora todos, son rehenes.

– Siéntese ministro, esta disertación a penas esta comenzando, – advirtió Verónica. El ministro se orino en los pantalones, las personas que estaban a su lado lo notaron, pero ninguno intento ayudarlo, cuando este intentaba sentarse nuevamente.

– ¿En que estábamos? – Pregunto Verónica, como si le hablara a alguno de sus salones de clases. – ¡Ha claro! – Exclamo sonriendo, mientras le dedicaba una lenta mirada a los rehenes que permanecían amarrados a las camillas verticales por encima de la tarima. – Estaba por mostrarles la realidad de aquellos que nos gobiernan.

Verónica subió a la tarima, y se coloco a un lado de la magistrada Olivia Ponds, quien la observaba con ojos suplicantes. En el gran salón habían al menos 2000 espectadores, y por lo menos 50 hombres fuertemente armados al servicio de la expositora. Verónica retiro la mordaza que tenia la magistrada, y esta en seguida imploro por su vida, pero solo recibió una fría mirada de aquella mujer con la que había trabajado tantas veces en el pasado.

– ¡Verónica, por favor! – Suplico la magistrada Ponds. – ¡Esta no es la solución!

– Fueron ustedes, los que me obligaron a llegar a este extremo, – aclaro Verónica, – no hay vuelta atrás, el pueblo debe saber lo que están haciendo.

– Soy tu mentora, – comento la magistrada nerviosa, – tu misma lo has dicho, – le recordó; pero solo recibió otro fría mirada por parte de Verónica.

– No sé lo que eres ahora, – advirtió Verónica, – pero estoy segura que no eres la mujer que conocí en la universidad; ni siquiera estas viva.

Varias mujeres en el público lloraban desconsoladamente, mientras sus esposos y compañeros trataban de calmarlas. Los soldados con uniformes oscuros, recorrían los amplios pasillos que atravesaban las hileras de butacas. Al final de cada pasillo, una extraña maquina con afilados ganchos, bloqueaba cada salida del auditorio. Las personas preferían no mirar aquellas raras maquinas.

– ¡Como les mencione inicialmente, el elixir o suero, es la nueva promesa del gobierno, supuestamente para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos! – Explico Verónica; mientras sacaba un largo trapo blanco, con el cual procedía a cubrir los ojos de la magistrada Ponds, que luchaba en vano por liberarse de la camilla. – ¿Sabe alguno de ustedes, exactamente cuales son los componentes de este suero? – Pregunto, Verónica, pero obviamente nadie se atrevió a responder. – ¡Ministro Aníbal, explíquenos que es esta sustancia a la cual llaman «el suero», y cuales son sus «beneficios»!

– Lo que diga…. solo lo desmentirás…– contesto el ministro, intentando demostrar un valor que no tenia. –… el suero, es un milagro de la ciencia moderna… es algo que cambiara el mundo…

– La segunda guerra mundial, cambio al mundo, – le recordó Verónica, – al igual que las bombas arrojadas en las ciudades japonesas de Nagasaki y Hiroshima, o el accidente nuclear en Chernobyl. – Verónica, hizo una señal con las manos, y en seguida uno de los soldados, llego a la tarima, llevándole un largo cuchillo plateado. – ¿Sabe que otra cosa cambio al mundo, Ministro? – Pregunto Verónica una vez más, mientras sujetaba con manos temblorosas aquel cuchillo. – El descubrimiento de la energía nuclear; estamos de acuerdo en que el mundo cambio… pero no para mejor.

El silencio en el auditorio, solo se interrumpía por los pasos de los soldados armados, y los gemidos suplicantes de la magistrada Ponds, puesto que los otros magistrados seguían inconscientes. Verónica, tomó el cuchillo plateado y lo enterró sin contemplaciones en el abdomen de la magistrada. Las personas en el público gritaron aterradas ante la ejecución pública; algunos hicieron el ademan de levantarse, pero los soldados armados, se encargaron de borrar cualquier idea arriesgada de la mente de los espectadores. Verónica, trazo varios cortes, dejando expuestos los intestinos de la magistrada que se hacia llamar su mentora. La sangre fluyo por la herida abierta, y se derramo sobre la tarima de los expositores, mojando la falda y las medias de la víctima.

– ¡Estas son las maravillas del suero! – Anuncio Verónica; hizo un nuevo gesto, con el cuchillo ensangrentado, y otros dos soldados, emergieron desde la multitud para asistirla en aquella macabra labor. Usaron cuchillos plateados, y de la misma forma, abrieron los vientres de los otros dos magistrados.

Una persona en el público, no logró contener las nauseas, y termino volcando su almuerzo medio digerido sobre la costosa cabellera del Ministro Aníbal. Verónica, rebusco dentro del cuerpo abierto que tenia al frente, y luego tiro de los intestinos, como si de una soga se tratara. Hizo otro gesto, y sus leales soldados procedieron a arrastrar las grotescas maquinas situadas el fondo del salón. El público pudo ver mejor las maquinas. Muy pocos profesionales, abrían podido reconocer aquellos aparatos de tortura medievales, empleados para arrancar pedazos de los intestinos, mientras la víctima aun estaba viva. Los espectadores gritaban aterrados, mientras la expositora, y los otros dos soldados, tomaban aquellos intestinos y los envolvían en las espinas relucientes de aquellas maquinas.

– ¡Olivia, Mario, Jaime! – Llamo Verónica. Los tres magistrados se retorcían en aquellas camillas verticales, con los vientres abiertos y la sangre brotando sobre la tarima. – ¡Esto, es lo que ofrecen al pueblo!

El público presencio asombrado, que los tres magistrados aun seguían vivos a pesar de aquellas heridas mortales. – ¡Vamos, muéstrenle al pueblo lo que son ahora! ¡Que la gente vea! – Anuncio Verónica. Uno de los soldados, libero a la magistrada Olivia. Le gente esperaba que la mujer cayera delirando a causa de la mortal herida, pero nada de eso sucedió. Olivia, se quito la venda, y estaba perfectamente bien. Se movía, sorprendida, pero no adolorida. La mujer, inicialmente trato de recuperar sus intestinos, pero al ver que no era posible deslindarlos de aquellas maquinas, opto por retirarse el resto de los intestinos que aun quedaban en su vientre. El espectáculo fue tan horrendo, que los desesperados académicos solo guardaron silencio, mientras Olivia, intentaba dejar el escenario, aun con tiras de sus intestinos, colgando de la herida abierta.

– ¡Déjenla! – Ordeno Verónica, cuando vio que uno de sus soldados intentaba bloquear el paso de la magistrada. – ¡Hay cámaras afuera! ¡Quiero que el mundo la vea, tal como lo que es! – Indico Verónica.

Olivia, no pidió auxilio, no lloro, no gimió; su sangre seguía manchando el suelo, pero esta, parecía más avergonzada, que asustada. Aquello no era posible, y aun así, todos lo estaban viendo. Una ciudadana que había ingerido el suero, y que ahora era inmortal… o tan inmortal como cabria pensar, luego de verla caminando con sus intestinos derramados por el escenario.

– ¡Dios santo, que es esto! – Exclamo alguien en el público.

– Esto, es el suero, – contesto Verónica, – el gobierno quiere inmortales, y ahí los tienen… ¡Mírenlos! ¡Cadáveres, caminando entre nosotros, fingiendo que aun están vivos! El suero, es una forma de negar nuestra propia naturaleza humana.

Mario, y Jaime, los otros dos magistrados despertaron; Verónica les dio la bienvenida, y como si se tratará de un juego macabro, les dijo que para irse, solo tenían que hacer lo mismo que la magistrada Olivia. El aterrador espectáculo se repitió dos veces más. Mario y Jaime, también habían ingerido el suero, y ahora eran inmortales, similares a Olivia. Verónica se entrego sin mayores inconvenientes, al igual que el resto de los soldados. No hubo ni un solo muerto entre los presentes. Ni siquiera Olivia, Mario y Jaime, murieron, ya que después de dos semanas, emitieron declaraciones, tratando de desmentir a Verónica, dejándola como una terrorista. Aun así, el pueblo supo, lo que buscaba su gobierno, muchos rechazaron el suero, cuando este se hizo público, pero muchos otros, aceptaron la sustancia, para volverse parte del macabro futuro.

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CORRUPTA

La inmortalidad, no es opcional…

El banco esta rodeado. Puedo escuchar las sirenas de las patrullas. No quiero imaginar cuantas armas, estarán en este preciso instante apuntando hacia la entrada del banco. Nos tienen a todos arrodillados. He tardado un momento en comprender quienes eran «ellos».

– ¡Nadie tiene que morir en esto, solo queremos mandar un mensaje! – Explico uno de los terroristas. No estaba seguro de cuantos eran. Cuando empezaron los disparos conté a 10 de ellos. Vestían trajes negros y mascaras que representaban rostros de diferentes aves. – ¡Este país es grande, pero su gobierno, y su gente, no deja que avance! – Agrego el terrorista.

Uno de ellos estaba sangrando. Definitivamente eran heridas de bala. No debía estar de pie, nadie que fuera humano, aguantaría algo como eso. Pero obviamente él no era humano, al menos no completamente, al igual que los otros 9 terroristas. El terrorista herido se quito su traje negro, revelando un torso pálido, desgarrado por demasiadas cicatrices, unas viejas, y otras más recientes. Las heridas de bala seguían sangrando.

– ¡Damas y caballeros, esto es un milagro, y el gobierno insiste en que lo veamos como algo opcional, dándole la oportunidad a las grandes religiones, para que intervengan en nuestros asuntos políticos! – Indico el terrorista, mientras ayudaba a su compañero a despojarse de toda su ropa. El terrorista herido, era un cambiado, y por su apariencia, debía ser un niño de menos de 18 años, cuando se inoculo con el suero. Obviamente de forma ilegal, ya que solo los mayores de 25 años, pueden inocularse el suero de forma legal. – ¡Este es mi hermano, Abdiel, y al igual que yo, decidió abandonar la fragilidad de la vida, estando muy joven! – Lo presento el terrorista. Una mujer a mi lado empezó a llorar.

El terrorista fijo su atención en la mujer que lloraba a mi lado, y luego me miro a mi. Supongo que le llamamos la atención por nuestra avanzada edad. Yo tengo 50 años, y la mujer a mi lado, debe estar en los 60. No podía ver su rostro, a causa de la mascara, pero algo me decía que estaba sonriendo; debe estar preguntándose por que algunas personas deciden envejecer, en lugar de tomar el suero.

– ¡Fuera máscaras! – Ordeno el terrorista. Sus ocho colegas, obedecieron. El terrorista desnudo y herido, solo observo en silencio. Las respiraciones se aceleraron entre todos los rehenes. ¿Acaso por eso, tomaron el banco? ¿Porque saben que aquí todos estamos vivos? – ¡El gobierno, gracias a la intervención de las religiones, nos dejan elegir, algo que debe ser obligatorio! – Indica el terrorista, antes de avanzar hacia un gran baúl negro, que habían colocado en el centro del banco, frente a todos los rehenes. Abre el baúl, y revela más de cincuenta dosis del suero. La inmortalidad, embotellada frente a nuestros ojos. – ¡El mundo ha cambiado, desde hace más de 80 años, y es hora de que nosotros cambiemos también! – Advierte el terrorista. Estoy asustado. Igual que ese día en el hospital, cuando me diagnosticaron con cáncer de huesos, igual que el día en que me reuní con un doctor, con mi esposa esperándome afuera de la oficina, mientras rechazaba el suero.

– ¡¡Malditos muertos!! – Grita un hombre entre los rehenes. Se levanta, y señala al terrorista que parece ser el líder. – ¡¡Somos dueños de nuestras decisiones, todos nosotros, y decidimos vivir, y morir, igual que nosotros ancestros!! – Agrega el obeso rehén, quien vestía una camisa blanca, y unos pantalones de tela marrón. – ¡¡La verdadera inmortalidad, no es de este mundo, esta en el reino de Dios!!

Una ráfaga de balas impacta contra el frágil cuerpo del obeso rehén. Todos gritamos. Trate de cerrar los ojos, pero estaba demasiado asustado. No pude evitar orinarme en los pantalones. La mujer que tenia a lado, me toma de la mano. No me atrevía a mirarla, mis ojos estaban congelados, observando al rehén desangrándose en el suelo. Una mujer entre los terroristas se ríe. Ya había visto su rostro antes en las noticias. La llaman «CORRUPTA». Es una cambiada. Una muy peligrosa.

– ¡¡Dime gordo!! – Exclamo la terrorista, a la que llaman CORRUPTA. – ¡¡Ahora, te demos a escoger… ¿la vida, o la muerte?!! – Pregunto la terrorista, con el cañón de su ametralladora aun humeante.

El terrorista líder, hace una señal, y uno de sus secuaces, toma una jeringuilla del baúl negro; avanza a paso lento, con todos los rehenes observándolo. Todos podemos escuchar la respiración entrecortada del rehén al que le acababan de respirar.

– ¡Déjalo, que elija! – Grito el líder. El rehén, agonizando levanta la mano, y con sus pocas fuerzas, golpea la jeringuilla, lo más lejos que puede.

– ¡Te atreves a rechazar este milagro! – Grita CORRUPTA.

– Administrarle el suero de todas forma, – ordena el líder. Cierro los ojos, y trato de no escuchar los lamentos de aquel hombre.

– ¡La inmortalidad no es opcional, perros! – Nos insulta CORRUPTA. La terrorista, se desnuda frente a todos nosotros, y nos muestra su piel surcada por cortes y cicatrices. Una herida en forma de «Y», igual a la que recibían todos los cadáveres luego de una autopsia, se extendía a lo largo de su torso. Ella lucia aquella cicatriz como si de una medalla se tratara. – ¡La muerte, ya es cosa del pasado, ahora somos ángeles! – Anuncio CORRUPTA, mientras desfilaba desnuda frente a nosotros. – ¡Pasamos siglos buscando a Dios en las alturas, y resulta que siempre estuvo debajo de nosotros, durmiendo bajo nuestra ciudad! – Aseguró CORRUPTA. Ya antes había escuchado que ella estaba loca. En las noticias se decía, que su comportamiento anormal, se debía al avanzado estado de descomposición de su cerebro.

CORRUPTA, la igual que sus compañeros, se inoculo el suero de forma ilegal, y todos los que toman el suero, están obligados a realizarse al menos 7 sesiones de hidrolización al año, para evitar los efectos más dañinos de la descomposición. Todos ellos son fugitivos, declarados de alta peligrosidad por el gobierno, es por seso, que no puede acceder a las dosis de hidrolización con una frecuencia normal. Se dice que algunos efectos de la descomposición pueden revertirse con el tratamiento adecuado, sin embargo, cuando el cerebro se ve afectado, el daño es permanente.

– ¡Ahora les toca a ustedes! – Me señala CORRUPTA; a mi, y la señora que me esta sujetando. – ¡De pie, les daremos la opción a ustedes, igual que con el gordo, solo que ustedes ya saben lo que sucederá si dicen «no»! – Nos advierte CORRUPTA. Noto, que la mujer a mi lado, sostiene en su mano libre, lo que parece ser un rosario.

– !Tenemos a una creyente! – Grita el terrorista líder. – ¡¿Cuantos «Padre Nuestro» has rezado hasta ahora?! – Pregunta en tono burlón. La mujer no contesta. Él vuelve a enfocar su mirada en mi. – ¿Y usted, señor, como se llama?

–…Alan…– tartamudeo; CORRUPTA se burla de mi, – soy Alan… Mendieta…– repito; y la última discusión que tuve con mi esposa, vuelve a mi mente. Ella estaba llorando, estaba molesta, porque había rechazado el suero. – ¡Yo…! – Intento hablar con mas fuerza, fingiendo ser el hombre valeroso que nunca he sido. – ¡Yo… soy Alan Mendieta… y tengo cáncer… y ya no hay tratamiento… estoy en fase terminal! – No podía creer lo que estaba diciendo. – ¡Y, estoy listo para morir! – No sé, porque dije eso. Solo vine al banco a poner mis asuntos financieros en orden. Ya estoy listo para dejar este mundo.

Los terroristas se miran confusos. La mujer que me aprieta la mano, me acaricia con los dedos, como si de alguna forma tratará de reconfortarme. El líder, y CORRUPTA, me miran divertidos, como si fuera un chiste viviente.

Autor: Andys Javier Montenegro Mendoza ([email protected])

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