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El Sueño De La Lluvia
Ave Útero
Dios te salve útero
lleno eres de poder.
Aquí y ahora estoy contigo.
Bendito tú eres,
refugio de hombres y mujeres,
fruto bendito del multiverso.
Santo útero,
matriz de preciosidades,
mil perdones te ruego,
por las irreverencias ofrendadas,
ayer, hoy y el ahora que asoma.
Amén.
Roxana Hoces Montes
Un Templo Para Mi Madre
Un templo para mi madre
Ella y yo lo edificamos.
si acaso, no lo han visto
mi cerebro ya lo reconoció,
y de rodillas se postró.
Un templo para mi madre
Donde no necesite cruzar ríos,
ni océanos, ni follajes interminables.
Solo hay que dejarse llevar
por la inconfundible melodía
que emana de nuestro ser.
Un templo para mi madre
Eterno, seguro, abrigado,
pensante y a veces precipitado.
En el que ¡Mamá! es el mantra
transformador que retumba
en las paredes de su corazón y el mío.
El Batán De Mamá
Las tres juntas hacían magia. En el patio, dos de ellas chismeaban en voz baja, seguramente para pasar el tiempo. Pobres, a veces empolvadas, nunca se quejaban. Tranquilas en silencio y a la sombra de las enredaderas las dos esperaban. La más grande era rocosa, azulada y parecía una mesa. En cambio, la chica era lisa y redondeada.
La fiesta comenzaba cuando la tan esperada maga llegaba. Ella con agua y trapo relucientes las dejaba. De inmediato, ajíes amarillos sin pepas y cortados en tiras eran colocados en el batán. Mamá sentada en un banquito y con las mangas remangadas a moler se ha dicho. Muele que te muele, ¡Tangran!, ¡pungrún! , cantaban ambas piedras. Poco a poco agregaba el queso, las galletas, sal y leche. Descansando y probando la crema a la huancaína iba saliendo. Finalmente, con el cuchillo y una espátula recogía a un recipiente, lista para saborear con unas regordetas papas.
Por eso digo, que las tres hacían magia, moler era cosa de mayores. Recuerdo un día, al pedirme que moliera el rocoto, casi muelo mis pequeños dedos. Tal vez, a los nueve años, aún me faltaba la fuerza de mamá. Gracias a ellas hemos podido animar nuestras vidas con deliciosas salsas y aderezos triturados por el espíritu de los dioses y diosas.
Hasta que pasaron los años y llegó a casa la veloz y bullanguera licuadora. Desde entonces, se dejó de moler entre piedras. Sin que nos diéramos cuenta, nunca más vimos aquel batán. A dónde habrán ido a parar aquellas piedras, compañeras inseparables de otro tiempo. Ayudantes hacendosas, que saborearon primero los rocotos, ajíes, hierbas aromáticas, alegrías y penas del alma de mamá Adela.