El Joven y Los Miserables
El joven abrió sus alas e intento volar de ese hoyo negro, como él le llamaba, pero no le fue posible. Era demasiada la oscuridad, la mentira, el dolor, el terror, el vicio, la discordia y la falta de de fe bajo sus pies, que no pudo mantenerse mucho tiempo en el aire; eran demasiadas malas vibras, que sin darse cuenta lo atraían a la tierra como si fueran polos opuestos.
Fueron muchos los intentos del joven, y ninguno dio resultado. Él solo quería irse a un lugar mejor, donde hubiera más luz, más vida, más oportunidades por igual para todos, pero no encontraba la manera de llegar a ese lugar. El hoyo maldito no hacía otra cosa que tragárselo y dejarlo sin escapatoria. Todos le habían dicho que era imposible arrancar de allí; muchos lo habían intentado, pero solo quedaba en eso, en un intento. Nadie salía con vida. Pero este muchacho no se iba a rendir tan fácilmente; no se iba a quedar de brazos cruzados como los demás, que no hacían otra cosa que ver como la vida se les iba ante sus ojos sabiendo que podrían haber hecho algo para cambiarle la cara a este mundo. No quería ser un sumiso más como esas pobres personas que dejaban que Los Miserables los trataran injustamente y los vieran como unos bichos raros, o la peor de las pestes, solo porque tenían menos poder adquisitivo. Aquí todos eran fieles al “Dinero es poder”, por lo tanto mientras más dinero tengas, mas influencia tendrás también en los demás. Él quería cambiar eso; quería terminar con la desigualdad.
Intentó despegar otra vez, pero solo se elevó un par de centímetros. Era demasiada la impotencia que tenía; sentía que no lo iba a poder lograr solo. Necesitaba ayuda.
En ese momento se dio cuenta que muchas personas lo miraban y sentía con esas miradas que ellos estaban con él, que le tenían fe; creían en que el joven podía hacer algo para salir de toda esa inmundicia. Así que con todo ello en mente, volvió a abrir sus alas y encumbrar el vuelo.
No podía creerlo. Vio como la distancia entre él y el piso era cada vez más grande, hasta que pudo divisar la frontera entre la miseria y lo que de seguro sería mejor que esto. Estaba por llegar, cuando sintió como una flecha le traspasaba la cabeza, y luego solo oscuridad.
Él joven caía y caía y las personas que estaban abajo lo veían sin poder hacer nada y, aunque quisieran, sabían que de alguna forma Los Miserables lo impedirían. Cuando el Joven colisionó con el suelo, se acercaron y vieron que no tenía signos vitales. Le sacaron la flecha y se dieron cuenta que era de oro. Era muy evidente quienes le habían disparado.
Otro ser que quería cambiar el mundo, fue callado a través de la fuerza del oro, del capital; de lo que algunos creen, es lo más importante. Pero es muy difícil que con eso compremos felicidad, amor o libertad, cosas indispensables para que un pueblo viva en paz.
Esos Miserables no se dan cuenta de que, aparte de sus ideales, existen millones de ideales diferentes, y que los suyos no van a ser más importantes solo porque tengan más bienes que los demás. No por eso van a imponer su ideología a la fuerza, tratando a las demás personas inferiormente.
¿Cuántas personas más van a tener que caer para que nos demos cuenta que cada opinión vale, aunque sea todo lo contrario a la nuestra? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta de que el pueblo quiere ser escuchado, y al no hacerlo, solo nos llevará a descontrol, miseria y masacre?
Debe estar conectado para enviar un comentario.