IN MEMORIAN

IN MEMORIAN
El viernes cuatro de marzo de 2016 a las cuatro de la mañana, se apagó una luz de mi vida.  A sus ochenta años, cansado y hasta harto de una dolencia que lo postró en sus últimos años, uno de mis grandes amores cerró sus ojos para dormir el sueño eterno.  Mi papito lindo dejó de existir…no le veremos más.
No fue un hombre de mundo, no fue un sabio, ni era rico, pero fue el mejor hombre que he conocido.  Desde la edad de once años empezó a trabajar en una panadería y con su escasa educación hasta tercer año de primaria, levantó a una familia de ocho hijos a los que les dio la ocasión de elegir lo que desearan estudiar o hacer.
A los veintiún años se casó con mi madre, que fue su compañera hasta el último de sus días; una mujer valiente y luchadora con la que forjó un camino para su familia.
Hoy nos hemos quedado sin él, sólo con sus recuerdos.  La vida sigue. No se detiene. El reloj continua su marcha apresurada como siempre.  En mi se ha producido una fractura, no le encuentro sentido a nada. En mi cabeza se atropellan tantas ideas e imagenes, que producen un desorden que me está obligando a tomar una pausa, un respiro.  Debo replantearme mis prioridades.
No puedo cuestionar a Dios, no soy quien para hacerlo.  Todos caminamos por el mismo sendero, que nos ha de llevar a ese lugar común al que todos hemos de llegar.
La gran pregunta es cómo quiero llegar. Si vale la pena vivir luchando en una batalla encarnizada por obtener cosas en el camino que no me he de llevar o si  debo simplemente abandonar la lucha y solamente dejarme llevar y transitar tranquilamente hasta el día en que yo también deba partir.  ¿Para qué tantas angustias y preocupaciones? ¿Quién inventó que debemos luchar siempre? ¿Qué más da ser o no ser una persona importante? ¿De que sirve?
Le he estado pidiendo a Jesús porque en la hora de los mios y en la mía propia, todo sean sin dolor y sin sufrimiento.  Mi papacito, a pesar de todo, tuvo una partida rápida y sin dolores extenuantes y por eso creo que Dios tuvo misericordia de él y escuchó mi clamor y no permitió que sufriera.
Tal vez la gran verdad en la promesa divina se cumple con la muerte, que es la gran sanadora del cuerpo y del alma; Dios nuestro Señor cumplió su palabra porque así liberó a mi papito lindo de todo dolor y sufrimiento.  Por fin fue sanado, ya nada necesita, nada le duele.  No tiene de qué preocuparse, ha vencido al reloj, la eternidad es su tiempo y nadie le apura.
Sólo que hay un problema, pero ese no es un problema de él, sino de los que nos hemos quedado: ¡Nos hace mucha falta!  Lo necesitamos mucho y daría cualquier cosa por volverlo a ver y abrazarle, y darle un beso, y confesarle una y mil veces que le quiero con toda mi alma, ¡y que mi corazón está roto por su ausencia!
Papá alguna vez te preguntaste qué hay después de la muerte y tú mismo contestaste que nadie ha vuelto para contarlo. Perdóname por ser egoista y quererte con nosotros sin pensar en tus dolencias y tu sanación. Donde quiera que estés, ¡cuidate mucho!

 

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