«VIVO»

Estoy vivo y lo sé.
Siento correr la sangre en mis venas
y el viento sobre mi rostro,
cual febril caricia.
Mis ojos se iluminan de los paisajes que miran
y mis oidos se inundan de sonidos,
agolpandose en mis sienes.
Por todo esto y más,
sé que estoy vivo.
Mis sentidos me lo acusan.
Y cuanto más consciente soy de esta verdad,
me aferro más a la vida.
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Lo Que Hay Dentro De Ti…

Lo que traes colgado en tu alma…es lo que habla tu corazón…

Lo que tienes es tu piel…es lo que marcó el sol de la mañana de ayer..

Lo que tienes en tus manos…son recuerdos de mariposas en tu abdomen…

Lo que tienes en tu boca…es el olor del mar cuando te dejo…

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Un Templo Para Mi Madre

Un templo para mi madre

Ella y yo lo edificamos.

si acaso,  no lo han visto

mi cerebro ya lo reconoció,

y de rodillas se postró.

 

Un templo para mi madre

Donde no necesite  cruzar ríos,

ni océanos, ni follajes interminables.

Solo hay que dejarse llevar

por la inconfundible melodía

que emana de nuestro ser.

 

 Un templo para mi madre

Eterno, seguro, abrigado,

pensante y a veces precipitado.

En el que ¡Mamá! es el mantra

transformador que retumba

en las paredes de su corazón y el mío.

 

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El Batán De Mamá


Las tres juntas hacían magia. En el patio, dos de ellas chismeaban en voz baja, seguramente para pasar el tiempo. Pobres, a veces empolvadas, nunca se quejaban. Tranquilas en silencio y a la sombra de las enredaderas las dos esperaban. La más grande era rocosa, azulada y parecía una mesa. En cambio, la chica era lisa y redondeada.
La fiesta comenzaba cuando la tan esperada maga llegaba. Ella con agua y trapo relucientes las dejaba. De inmediato, ajíes amarillos sin pepas y cortados en tiras eran colocados en el batán. Mamá sentada en un banquito y con las mangas remangadas a moler se ha dicho. Muele que te muele, ¡Tangran!, ¡pungrún! , cantaban ambas piedras. Poco a poco agregaba el queso, las galletas, sal y leche. Descansando y probando la crema a la huancaína iba saliendo. Finalmente, con el cuchillo y una espátula recogía a un recipiente, lista para saborear con unas regordetas papas.
Por eso digo, que las tres hacían magia, moler era cosa de mayores. Recuerdo un día, al pedirme que moliera el rocoto, casi muelo mis pequeños dedos. Tal vez, a los nueve años, aún me faltaba la fuerza de mamá. Gracias a ellas hemos podido animar nuestras vidas con deliciosas salsas y aderezos triturados por el espíritu de los dioses y diosas.
Hasta que pasaron los años y llegó a casa la veloz y bullanguera licuadora. Desde entonces, se dejó de moler entre piedras. Sin que nos diéramos cuenta, nunca más vimos aquel batán. A dónde habrán ido a parar aquellas piedras, compañeras inseparables de otro tiempo. Ayudantes hacendosas, que saborearon primero los rocotos, ajíes, hierbas aromáticas, alegrías y penas del alma de mamá Adela.

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