Habitante Nº 8: Lissette Chassier: la franchuta incomprendida
Esta francesa que terminó quién sabe por qué en Rincón de Yopará, es un misterio para la mayoría de los habitantes. Y no es un misterio porque no se sepa de ella o porque hable en francés y no se le entienda. En Yopará se sabe vida obra de cada ser humano que respira. En realidad de aquellos que están tumbados unos cuantos metros bajo tierra, también. El misterio con ella radica en no poder comprender ciertas «cositas» de su vida privada que son de conocimiento público.
En su infancia, Lissette fue una niña corpulenta, de voz fuerte y gruesa, piernas chuecas, pelo alborotado. Fea. Sin embargo los genes la dotaron de una simpatía pocas veces vista y ello, quitaba en gran medida todo lo que los genes también le negaron. Además de la belleza, el sentido común.
Cuando llegó a la adolescencia su cuerpo se volvió un poco más esbelto y a los quince años ya parecía una mujer de veinticinco. De familia humilde y trabajadora, cuando cumplió la mayoría de edad comenzó a trabajar como ayudante de cocina en el bar que está frente a la plaza: » La esquinita del buen sabor».
No pasó mucho tiempo para que cupido le diera un flechazo y terminara ennoviándose con Pepe Morales, un hombre que le llevaba veinte años.
Esa relación amorosa dió para hablar y hablar por mucho tiempo en las esquinas. Es que además de la diferencia etárea, Pepe no parecía ser un hombre como para Lissette. La vida se había encargado de hacerlo antipático, malhumorado, poco trabajador, alcohólico y algo mano larga. Digamos que no era el adecuado para ella ni para nadie.
A los dos años de noviazgo, la relación se formalizó y Lissette Chassier se trasformó en Isabel Morales. Si. Se le dió por castellanizar su nombre y de paso se puso el apellido de su adorado esposo.
Llegó al hogar, no mucho tiempo después, el llanto del primer hijo: Rufinito Morales Chassier. A pesar de los comentarios de la gente, de las opiniones encontradas acerca de la conveniencia de ese matrimonio, las cosas funcionaban bien.
Pero…y si, en casi todas las historias hay un pero, una tarde de verano se destapó el avispero y no hubo quien no quedara de boca abierta ante la noticia. Increíble. Pobre Lissette. Tan trabajadora, tan pendiente de su hijo y de su esposo. No se merecía pasar tremenda vergüenza. Pepe era sin duda peor de lo que todos creían.
Al lado del arroyo norte, El Saucedal, hay un ranchito precario. En él vive don Justo Jiménez Cal, su tía doña Zulma Cal, su hija, la renga Sandra Jiménez Piperno, y los tres hijos de esta: José Carlos, José Manuel y José José.
José…Pepe…Pepito…y si. Resultó ser que los hijos de la renga Sandra eran hijos del Pepe de Lissette!. Todos menores que Rufinito. Era más que claro que la franchuta era tremenda cornuda.
Esa tarde de verano en que se supo la verdad también comenzó la incertidumbre. Ese mismo día alguien de cuyo nombre no me puedo acordar se encontró con Lissette y resultó ser que ella toda esa historia la sabía. Que incluso era la madrina de José José. Que en cuanto le sobraba algún pesito se lo entregaba gustosa a Don Justo para que este no pasara mal. Que hasta a veces, compartía un amargo con la renga en plena plaza, a la vista de todo el pueblo.
Y fue así que la Lissette dejó de parecer simpática,atenta y trabajadora. Y fue así que como el avispero se destapó, se volvió a tapar. Si. Porque nadie ha logrado saber a ciencia cierta (o chusmerío cierto) cómo es que sigue con su esposo, sabiéndose cornuda.
Dicen las malas lenguas…bueno, las malas lenguas dicen como siempre, muchas cosas.
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