Hoy es un día de fiesta. Los rayos del sol entibian su
demacrado rostro. Sí, es el mejor domingo que no ha
tenido desde hace mucho, mucho tiempo.
Había muerto su respetado marido Javier…
Por fin podía regar su jardín tranquila. Sin ese terror
latente de sentirlo llegar, sorprendiéndola haraganeando
o coqueteando como él siempre le reprochaba. Sólo
aquello era motivo suficiente para que Javier, tomara en
brazos a su hijita menor de tres años y le colocara una
navaja en su cuello, amenazándola:
-Si te vuelvo a pillar fuera de la casa calentando a los
hueones que pasan, verás este pescuezito sangrar…-
-¿Te quedó claro amorcito?-
Soltando luego una risotada que erizaba su piel de miedo,
rabia, odio e impotencia.
En una hora más debía ponerse el tradicional vestido de
luto y arreglarse para el funeral.
-¿Qué haría para ocultar su alegría?-
Tenía que mantener las apariencias a pesar de todo, ya
que pasarìa a ser una respetada y feliz viuda.
Nunca más ningún maldito, desgraciado hombre, se
atrevería a dañarla a ella o a sus niños.
Tantos años aguantando los golpes, las humillaciones, los
correazos… La cicatriz en la espalda era una pequeñisima
muestra del maltrato proporcionado por su cruel y
apuesto cónyuge.
-¡Qué ironía!- Justo la angelical apariencia de aquel
engarbado moreno, esos ojos verdes, la habían hechizado
para llevarla al altar.
Aun asi, al verlo agonizar de tantas puñaladas que le dió
ese bendito extraño, no supo si llorar desconsoladamente
o reír a carcajadas… Y optó por las dos cosas.
Después del funeral y antes del toque de queda (horario
limitado para salir a la calle, impuesto en la época de la
dictadura) se arriesgarìa a visitar al desconocido asesino
¿o salvador?… a la cárcel, para darle las gracias.
(Cuento publicado en «La Antología Nido de Peucos)» 2005, por: Poemi Carolina)
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