II
Para una niña anónima
Ella se despertó muerta de frío, cuando el día estaba despuntando, en el horizonte de chapas y fibrocemento.
Él amaneció sofocado por la estufa poco antes de que den las diez.
Ella desayunó un mate cocido con facturas del día anterior.
Él ingirió un café con leche, mientras su cónyuge le preparaba dos tostadas con queso y mermelada diet.
Ella caminó once cuadras hasta arribar a la estación de trenes de Berazategui.
Él levantó raudamente el portón metálico y retiró su automóvil de color bordó.
Ella en una hora y cuarto llegó a Constitución. Luego tomó el subte que va a Retiro.
Él en quince minutos dejó su Renault dentro del garaje y enfiló hacia la boca del metro.
Ella abrió su mochila y comenzó a repartir turrones a “solo por dos pesos”.
Él recibió uno de maní, que pronto devolvió. Sus hijos ya estaban grandes para golosinas.
Ella comió en la barra del andén dos porciones de muzzarella con un vaso de coca.
Él recibió a la hora de siempre su pollo con ensalada, acarreado por el cadete del delivery.
Ella descansó en la plaza soñando que podía volar como las palomas.
Él se preocupó al ver la pizarra que indicaba un alza de dos centavos en el billete americano.
Ella subió y bajó rigurosamente a más de treinta y tres vagones de la línea “C”.
Él permaneció la mayor parte del día sentado en su distinguido despacho.
Ella vendió las doce cajas de turrones y arrancó hacia su lejana morada.
Él deslizó las cortinas, cortó la luz y cerró con dos llaves la oficina de la calle Talcahuano.
Ella vació su carterita de tela en el piso del vagón y comenzó a contar los billetes de dos pesos y algunas pocas monedas.
El la observó estupefacto y embriagado de dolor.-
Sábado, 13 de junio de 2009, 04:53:56 A.M.
Gustavo G. Merino.-
Fuente: Relatos Sueltos
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