Y aquí estoy, insultando a mis principios dentro del hexágono craneal que por desgracia tengo. Jugando al turista dentro de la vida y la muerte, dentro de un día. Una tarde. Una noche fría y lluviosa… Húmeda al final. Y si nos damos cuenta; el ambiente se parece a mí. Dentro de una claridad opaca, se acentúan las figuras que, con el pasar de la noche; van perdiendo su tridimensionalidad y pasan a camuflajearse con la temática de la ocasión. Unas pocas luces también se denotan dentro del contexto que se puede observar, dándole una esperanza de claridad a la cuestión… Pero hasta ahí… Mantienen todos los elementos en esencia. Como mostrando el trasfondo de lo inexorable en el final de los días; días lluviosos del invierno decimoséptimo.
Así soy yo, frío, lúgubre, deforme y lo más divertido de todo. Triste y melancólico. Siempre esperando un momento para suceder, para llover propiciando el derroche de mi ridícula «personalidad». Pero puedo recordar que no siempre fue así… Puedo traer al hexágono algunos contrincantes; Por un lado, una criatura de 2 años, feliz, sonriente, amado, saludable. Un peleador ya un poco olvidado; pero que lo fui en algún ocasión; Luego un peleador activo, un niño de 7 años con un historial de fortaleza inimaginable y nada más, eso dicen; fuerza de vida inimaginable. Mas es el hipocentro del agujero negro (¿o tal vez no?) que se ha vuelto vivir. Y es normal; mientras pasa el tiempo comencé a ver la supremacía de los valientes, cuya fuerza incrementa cuán más hostil sean las circunstancias y que paradójicamente, no está en ser fuerte sino en saber levantarse ( un subterfugio ya aburrido pero si se quiere válido). Pero en algunos casos, esas «historias de fortaleza inimaginable» terminan de llevar al deshuesadero las cruces de los lluviosos… Como yo; para ganar el boleto a lo que humildemente me atrevería a llamar «la yincana del diablo.
Donde venden los dos premios del destino nauseabundo que te toca digerir. Entre los regalos está en primer lugar, el privilegio del suicidio; como premio máximo y sin retorno, para dejar extasiado al concursante pero… ¿¡Cómo no dejarse llevar por tan hermosa solución!? ¿Quién no va a querer aliviar tanta mediocridad, tanto dolor, tanta simpleza, tanto amor? Tanta Vida. Es la excusa perfecta para reír de lo poca cosa que fue mi nacimiento, esa fecha que quedó registrada como un pantano en la historia de la humanidad y que ahora desearía borrar, pero que por sólo el simple hecho de existir, me mantiene atado a este mundo.
En la número dos; observamos el premio de consolación, con derecho a devolución, que es levantarse a morir todos los días cuando sale el sol. Sentarte a mirar como las dificultades te arrollan una, y otra, y otra vez. Arrodillarse con todos los sentimientos a suplicar piedad a la vida, para así recibir a cuentagotas un bálsamo salado, cristalino. Como salido de ese halo perfecto que se estilla poco a poco en esas pequeñas muestras de «perdón por existir». El premio más… Desesperanzador de todos, pero aun así; lo escogen algunos escritores…
Y ahora bien nos topamos con esta… Evolución de niño, cada vez más alimentado con la agonía de las circunstancias inútiles; de su entrega equivocada, de la salida de la yincana, del amor que nunca tendrá. Este niño, que siente cada vez menos el ardor de sus brazos, el peso de su futuro, el desespero de su soledad. Un niño frágil, que desea respuestas para saber porque lástima tanto el amor o que simplemente es la exageración de un amor puro pero no recíproco. Un niño que hoy escribe… Y afuera llueve…
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