He visto asombrosos colores en el amanecer de ciertas risas,
y destellos en la noche silenciosa de miradas y desnuda de estrellas opacas,
he observado junto al viento el incesante y bello
danzar de las llamas en combustión con algún leño,
y el flotar de las cenizas pronosticando mi muerte.
He perseguido cometas y los he perseguido como a un sueño,
es decir, no tan cerca para no pisarlos y no tan lejos para no olvidarles,
y he cargado su estela y la he guardado
a la vera de mi corazón en caso de penumbra.
He visto, he observado y perseguido,
pero, lo he hecho a ciegas
y a ciegas también he amado,
o quizás solo lo he intentado.
Y fue así que en un día cualquiera donde se palman
las dudas por su densidad, la vi, a ella,
estaba en pose de brisa, ajena, indiferente, aleatoria,
como si al acercarme evocara divinidad
y el perderme en sus ojos no fuera una alternativa, sino, un suspiro.
Se delineaba su contorno con excelente pulso y tierna técnica,
incluso en aquellas curvas que parecían peligrosas tentaciones,
en especial la de su sonrisa que no era más que
un relámpago en impacto con mi vida.
Entonces todo se llenó de colores cálidos y fríos,
de esa indescriptible sensación en contraste con sus manos,
de primavera que se respiraba en su piel como aceite de linaza,
y en cada detalle, luz y sombra se apreciaba
la sutileza de aquella dichosa paleta, el encanto de la espátula,
el jugueteo de los pinceles formando un par de mariposas en su espalda,
la explosión de conjuros que se reflejan en su cabello,
el origen y la alquimia que exhalan sus labios,
los poemas antiguos sobre sus pies descalzos,
notas que parecen cantarle al oído.
y aquella felina que lleva su nombre
y por suerte mis nueve vidas.
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