Cuando la puerta se abría los niños y niñas venían corriendo. Algunos hasta traían a sus padres. Una vez dentro, cogían al que más le gustaba. Unos lucían esplendorosos y otros mostraban las huellas del paso del tiempo. Al abrirlos viajaban a lugares inimaginables, se reían, lloraban, odiaban, se espantaban y amaban. El interior de cada uno de ellos era diferente y único a la vez.
Sucedió que, después de un año la persona encargada de aquel local enfermó y se suspendió la atención. En el barrio todos andaban tristes.
Hasta que un día la señora Gertrudis se animó a reabrir la biblioteca. Y pronunciando “Abracadabra que la biblioteca se abra” inicio su primer día. Ella contaba cuentos a chicos y grandes. Al pronunciar palabra alguna, salía de su boca una mariposa dorada e iba a parar al pecho de aquel que la escuchaba.
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