¿Qué queréis que os diga?
¿He cumplido alguna especie de sueño?
¿He hallado alguna ruta de escape?
No.
No he sido capaz de hacer nada.
Estaba rozando el cuerno del diablo
dentro de un destino inexorable.
No estaba escrito antes de mi nacimiento.
Ni se esclareció cuando aún era un crío.
Lo creé con mis mentiras y triquiñuelas
y mis actos más que discutibles
moralmente.
Acabo de bajar del bus
equipado con una mochila y arrastrando
una maleta en mitad de la noche
como un universitario de verdad
como uno de aquellos jóvenes con rostros
mortecinos
como un alma herida.
Jueves universitario; chicas que ni estudian
vienen aquí dispuestas a dar y quitárselo todo
en locales de música ensordecedora
y baboseadas por tipos que llevan tres meses
en el gimnasio
y ya se creen que valen algo.
No quiero eso. Nadie puede desearlo.
La palabra FUTURO moviliza a más
de una generación a creer que
la están alcanzando.
Vienen por cambiar de aires,
huir de sus pueblos,
ver edificios de más de diez plantas,
vivir en uno de ellos,
locales nocturnos repartidos como condones
en el basurero,
ven grandes aventuras u oportunidades
en cada baldosa.
Nunca quise verme como me he visto hoy.
Un grupo de jóvenes hablan y cantan y ríen
bajo mi ventana.
Son las voces y canciones y risas de una generación
que viven como si valiera la pena hacerlo.
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