La calle es sinuosa y llena de curvas como las caderas de mama cuando sale de casa con su vestido floreado y sus perfumes de Paris. Una estela de aromas señala el camino donde los hombres voltean a mirar y silban canciones de amor. Presumida, coqueta, entra a la tienda del italiano que la espera en las tardes de calor para regalarle una florecilla y cantarle alguna aria de ópera, yo le pregunto qué es lo que dice y ella me responde que no le entiende pero que le gusta. La tarde se va entre risas y manos evasivas que esconden misivas calurosas. Entonces me acuerdo de papa.
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