Doña Patricia inició su hospitalización sin imaginar cuánto tiempo estaría allí… su patología no era nada buena, un cáncer de mama hizo su aparición cuando 45 soldados custodiaban su vida, recuerdo el día de su ingreso, estaba en la cama 509, una señora alta, elegante, bien vestida, acompañada por su esposo y sus dos hijos, era una familia unida, se veían tan bien juntos.
Su apariencia inicialmente no era la de alguien con un diagnóstico tan agresivo, diariamente en las mañanas al momento de nuestra ronda cotidiana, la encontrábamos sentada en la cama, bañada, con ropa deportiva, maquillándose. Era muy amable al saludar. Siempre nos ofrecía frutas, gaseosa, en fin, una persona que se fue ganando el corazón de cada una de nosotras.
Cualquier día llegué a recibir turno y me encontré con la noticia de que la habían operado y que la situación avanzaba a pasos gigantescos, ya había un compromiso mayúsculo y muchos de sus órganos estaban afectados por ese huésped agresivo que se hizo paso en su cuerpo sin invitarlo. Desde aquel momento supe que nuestra querida paciente empezaría a menguar su luz hasta extinguirse, pues desde que entré en su habitación aquélla vez, vi dibujada en su faz una expresión de desesperanza y tristeza que derrumbó cualquier barrera de fortaleza que antes la acompañaba.
Si supo cómo me fue en la cirugía? Me preguntó ampliando el tamaño de sus ojos para evitar que las lágrimas se le escaparan. Si señora, respondí, pero sólo Dios sabrá cómo serán las cosas de ahora en adelante, no se ponga a darle vuelo a la imaginación. Me sonrió y apretó entre su mano una estampita de algún santo que en aquél momento no visualicé quien era.
Cada vez que yo estaba de turno era a mí a quien llamaba, iba y me buscaba al puesto de enfermería, si estaba desayunando o almorzando mis compañeras se le ofrecían para ayudarle en su necesidad, pero ella sólo quería que yo la atendiera, incluso cuando su habitación no me había sido asignada.
Es que usted es más amable. Aquí todas son muy queridas, pero usted es de mejor voluntad, no se ve molesta cuando uno la llama tantas veces, me entiende? Así una y otra vez me iba yo inscribiendo en el libro de aquélla historia y de esa manera vinculaba mi vida con la de quien de alguna manera me recordaba a esa tía que amé con el alma y aún extraño tanto, a esa Magnolia que fue una flor que dejó aroma de alegrías en mi vida y un sabor amargo cuando por una condición igual a la de doña Patricia tuvo que marcharse.
Transcurrieron los días y así se cumplió un mes de cuidados paleativos suministrados a quien era la fortaleza de un hogar y ahora se veía sumida en un mar profundo de dolencias físicas y emocionales. Su pudor le impedía asimilar que sus hijos le ayudaran a bañarse, siempre, hasta el último momento hizo esfuerzos sobre humanos para levantarse de su cama, permanecer organizada. Cuánto recuerdo el día en que sus fuerzas no le dieron para desplazarse al baño y al acudir a su llamado desde el timbre la encontramos llorando, vestida de impotencia por no haber alcanzado a levantarse cuando una deposición líquida hizo abrupta aparición. Cálmese doña Patricia, no llore por eso, aquí estamos nosotras prestas a ayudarla, no se incomode, esa es parte de nuestra labor. Ansiosa me buscó entre todas las estatuillas blanquecinas que frente a ella estábamos y se puso en pie para abrazarme, yo me quedé atónita y luego correspondí a su gesto de gratitud, también la abracé y le permití llorar y desahogarse como quizás nunca esperé que lo hiciera, jamás la imaginé así tan frágil, tan pequeña…
Finalizó aquélla jornada y fui a desearle las buenas noches, desde ese instante la dejamos con pañal para evitarle otra situación desagradable, pero para quien no ha estado acostumbrado a tantas limitaciones se hace más difícil el desenlace de lo inesperado. Que descanse doña Patricia, que Dios la bendiga, la dejo en compañía de su hijo, ya sabe que cualquier cosa llaman a las compañeras o a la jefe. Me miró con tristeza e indagó acerca de mi próximo turno, descanso 4 días porque cambié un turno para poder estar con mi hijo y salir de paseo con mi familia, pero por aquí nos volveremos a ver queriendo Dios y con una sonrisa franca me contestó: “Seguro que sí, aquí te espero mi ángel sin alas”.
Sábado en la noche, extrañamente el quinto piso en una calma que asombraba, las camas de la habitación 509 vacías, mi expresión aunque silenciosa habló por sí sola. ¡Tranquila!, expresó una de mis compañeras, a doña Sandra le dieron de alta y doña Patricia está en la 503, la trasladaron desde ayer porque el lavamanos está malo y se inundó. Ha preguntado todo el día si tú venías hoy, si no cambiaste el turno, y lo peor es que no está entre tus asignados, pero está súper bien, muy recuperada. Bueno igual no importa, como equipo tenemos que ver con todos los pacientes, respondí y me desplacé a saludarlos. Cuando entré a la habitación pude verla tan diferente, transmitía una paz, algo tan bonito. Me alegró mucho percibirla en armoniosa energía, me acerqué, le di un abrazo y le manifesté mi gozo por verla tan bien. Estaba con el cabello recogido, maquillada, vestida con una pijama que le daba un toque de luminosidad y frescura, tomó mis manos y me dijo:”Te estaba esperando mi ángel sin alas” sólo gratitud guardo contigo, con ustedes, de verdad que es una labor tan bonita…
Estando en el cuarto de preparación de medicamentos, escucho gritos desgarradores, todas salimos de nuestros lugares y vimos a uno de los hijos de doña Patricia corriendo hacia nosotros. ¡Mi mamá, mi mamá! Entramos rápidamente en la habitación y la vimos a ella reposando en su cama, tan bonita y como era de esperarse previa voluntad de su familia, aquélla noche de Sábado no activamos el código azúl.
Alina Angel Torres
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