El sepultero y la tumba 66
En aquel pueblo aún se vivía con las costumbres de antes, parecía que de alguna manera ese lugar se había estancado en el tiempo y con él, todos sus habitantes. Un café a las 6 de la mañana para apaciguar el frio mañanero, un plato de arroz recalentado y una última bendición de la mujer era la rutina de todos los campesinos del lugar. Una rutina que aunque ninguno de los que la hacían día a día la apreciaban, aquel sepultero la envidiaba.
El mundo había sido injusto con él, o eso daba a entender cuando se sentaba en el taburete de la tienda que frecuentaba cuando huía de los inclementes soles del medio día. Con una botella de guarapo en la mano, porque no se le dejaba beber cerveza, empezaba con su melodrama matutino.
-“No hay razón para que se me haya otorgado este trabajo, soy el mejor de mi generación y me pagan con este sucio quehacer…”- Se quejaba el sepultero mientras terminaba de beber su guarapo al tiempo que una vez más, era ignorado por un cansando tendero que escuchaba la misma historia todos los días.
Este sepulturero era simpático o lo fue hasta el día que desfiguró su cara, al parecer un espasmo le había congelado medio rostro y además obtuvo cicatrices de quemaduras desde su mano derecha hasta su antebrazo, todo en una misma tarde.
En el momento del accidente se hallaba discutiendo con su madre debido a que él era como decía cada vez que iba a la tienda por su guarapo, el mejor de su generación, mantenía excelentes notas, era bueno para el futbol y a pesar de todo, se le iba a entregar lo que él creía el peor trabajo del pueblo. Su madre siempre mantuvo la calma mientras le trataba de explicar de que este trabajo no era lo que él pensaba… pero en medio de la discusión ella tropezó de manera que quedó justamente debajo de un caldero con aceite hirviendo que estaba a punto de caerse. Para su suerte, su hijo con rapidez agarró el caldero pero no pudo evitar quemar casi todo su brazo con el aceite que salpicó y en el proceso debido a todas las emociones, un espasmo desfiguró su cara. Así mientras el sepultero se moría de dolor por las quemaduras, le dijo a su madre que todas sus desgracias se debían a ella. Cosa de la que nunca se pudo disculpar porqué ella murió una semana después de tristeza y con ella, las respuestas que tanto deseaba.
De esa manera, el sepultero con el ceño fruncido solo en el lado derecho de la cara debido a aquel espasmo, despertaba cada día en una pequeña choza construida por el mismo entre las tumbas, justo en el centro de su cementerio, con una camisa de un solo botón, siempre sucia de tierra, hacía su trabajo y finalmente se quedaba fumando en una silla de cuero que le había donado la señora Nacha, mientras admiraba su trabajo, porqué a pesar de todo, no terminaba de odiar lo que hacía.
Pero un mediodía cualquiera dejó de quejarse, con una media sonrisa en la cara llegó a la tienda en silencio y así mismo se levantó de la silla para nuevamente irse, no sin antes pagar. Con una ceja levantada por la actitud del sepultero, quien no se había quejado ni una sola vez por el trabajo que le había escogido su madre, el tendero antes de entregarle el vuelto apretó en su puño las monedas, mientras decía: -“tu madre era una buena persona”, a lo que respondió: -“nunca lo dudé, solo quería una explicacion”, mientras observaba que el tendero nuevamente abría su mano para darle el vuelto.
Todo porque ese mismo día, en la mañana, mientras regaba algunas flores, escuchó como sonaba la campana de la tumba numero 66, una de esas campanas fúnebres que antes eran colocadas por temor a enterrar personas vivas en estado cataléptico, o mejor dicho viva pero inmóvil y casi sin signos vitales, cosa a la que no le hizo mucho caso ya que esto era muy difícil que sucediera y además, el pequeño Tobías, nieto de la señora nacha, siempre estaba jugándole bromas de este tipo, sin embargo esa vez fue diferente, esa vez, algo hablaba desde el ataúd:
-¡Ayuda!- se escuchó como alguien gritaba desesperadamente a través del tubo por donde el hilo de la campana corría hasta las profundidades, Un grito que casi fue capaz de desgarrar el cielo, un grito que logró perturbar al testarudo sepultero que apenas olló la queja se dio a la tarea de desenterrar al pobre afligido.
-quédate conmigo, háblame: ¿Cuál es tu nombre?- dijo el sepultero en un intento de mantener su conciencia.
-No lo recuerdo pero sácame de aquí por favor, ¡me siento terrible! –respondió la voz con desesperación y afán.
El sepultero sintió algo raro en su repuesta, le seguía pareciendo extraña toda esta calamidad por lo que mientras la campana seguía siendo agitada con violencia, se detuvo un segundo y apretó la mirada para leer la lápida, y dijo:
-¿Entonces, eres hombre o mujer?-
La voz titubeo y luego dijo, ya no con desesperación sino más bien con rabia:
-¡solo sácame de aquí, inútil!
El sepultero cambio su actitud por completo y pasó de cavar con empeño a simplemente clavar su pala en la tierra.
-¿O es que tampoco lo recuerdas?-dijo ahora con serenidad.
-¡espera!, lo siento, soy mujer.- dijo la voz ahora con ternura.
El sepultero miró las quemaduras de aquel fatídico día en el cual había peleado con su madre, porque al fin había obtenido la respuesta que tanto quería, apretó el puño, y dijo:
-erraste, Sea lo que seas, de ahí no saldrás porque el hombre que fue enterrado en ese lugar murió hace 3 meses.-dijo mientras rellenaba de tierra aquel tubo y cortaba el hilo de la campana.
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