A propósito de haber perdido a un buen amigo, durante uno de esos momentos de reflexión que llegan sin importar la hora del día, me dije: “Lo quería mucho”. Pasó un momento y la culpa, en forma de reproche, apareció: “Carajo, no lo quería, lo quiero”.
Parece común que ante la pérdida de alguien el discurso sea, lo quería, lo amaba. Me di cuenta que yo no lo quería, lo quiero y el problema es que él ya no está aquí para quererme, él ya no me quiere y cuesta lidiar con esa idea.
¿Quién dice que no se puede amar una ausencia? Claro que se puede, por eso duele, porque su materialidad ya no está aquí para quererlo de cerca. Pero duele más saber que él ya no está aquí para quererme, para querernos mutuamente.
“Te quise”, no lo digo reprochándote que ya no estés aquí para quererme, lo digo equivocándome, no sin un sentido. Tal vez es el duelo queriendo hacerme creer que no se puede amar a alguien que se fue, tal vez me pide que deshaga ese lazo poco a poco, tal vez son muchas cosas más.
Ya no estás aquí para quererme, ya no estás aquí para escucharme, ya no estás aquí para que, teniéndote cerca, pueda leerte mis palabras.
Pero hoy me doy permiso de amar tu ausencia, me doy permiso de escribirle a ese lugar que dejaste vacío pues, gracias a que algún día me quisiste, hoy te dejo vivir en mi memoria. Quiero que tu ausencia me acompañe siempre, para quererte siempre.
Tal vez el duelo me ha dictado estas palabras para tratar de quitarme la tristeza pero, hoy le digo a tu ausencia, le digo a tu recuerdo, que te quise, te quiero y que siempre te querré, hasta el día en que, ausente como tú, ya no sea capaz de amar.
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