El engendro maravilloso de la vida está en esas cimas, donde abajo del cosmos, continuaban soplando con el sudor de albatros. Como era de costumbre, las estrellas brillaban ardientes igual que el suelo del desierto. Cuando los pies caminan desnudos por sus montes arenosos.
Total todos los días el sol sale y entra por el mismo lugar, tratando que escuchen sus consejos de primavera. Después de todo, un sentido descubre que en el horizonte, pueda estar en alguna puerta mágica, donde lo divino sea ya una realidad.
Evidente los ecos sutiles huérfanos lavaban sus pies con el agua del manantial. Aquel que desemboco en el eclipse lejano. Sustituyendo la tibia manera de impedir que los azules obreros levanten la tarde cristalina, para observar, si el silencio, se lamenta de sus inquietudes pasajeras. Verdad las sonrisas volaba por el firmamento y al parecer ayer cayeron vanidosos. Aquellos que con placeres mundanos cambiaron el rumbo del planeta. Vendiendo los sacrilegios consumistas que alborotaron la suavidad con que el viento despierta a sus huéspedes del destino.
Locos son los abismos, que con sus blancas palabras, creen derrotar la velocidad del mar. Simplemente, imaginan el noble vuelo del jazmín, buscando el olimpo de los cantares. Ese que al desviar la mirada, desnuda su alma para mostrar lo transparente que resulta rescatar la esperanza.
Es cierto, el sonido viene desde atrás. Vecina ilustre de la madreselva. Las palabras han tocado el cielo con sus manos entregando la espada de los aguaceros. Después de todo, sus labios venían pronunciando los versos más hermosos jamás contados. Pues, se cree que el camino lo hizo un sabio anciano que camina y camina sin parar. Mientras los acordes del silencio respondían mediante truenos furiosos. Que con ímpetu buscaba cortar las cadenas del espanto.
Si temblaba, quizá con un poco más de suerte conozcan las direcciones que desterraron aquel misterio. Pero mañana vendrán los pajarillos a decorar esta desolación y sabrás lo diminuto que se encuentra cuando el alba desciende. Mientras los ojos resbalan por los callejones de los sueños.
Sin embargo, los templos de los sabios giran en pequeñas constelaciones. Labrando largos espacios que pintan con el aliento del sol. Construyendo los cimientos necesarios que sostendrán el peso inconsciente del llanto, que ríe con las hojas de los calendarios. Sabiendo que aquel sol tardío traicionaría el perfecto acento promiscuo de tal antesala.
No vacila cual respuesta, el gran bufón de los tiempos reía con su carnaval de atletas. Ignorando, lo ridículo que se encontraba, pues, el pobre chafarote corría por su propio flujo. Sin saber que los imanes atraen cualquier magnetismo.
Pues, ahora cualquier balbuceo es símbolo de omitir una injusticia. Porque toda opción es testigo de lo inmoral. Aunque los moralistas digan lo contrario. (miedo ¿Qué es miedo?) No se ha hecho hiedra la lacra por cual envestidura hidrostática. Diría que son desperdicios, otra alternativa más que cansada vaga por las alturas simulando conservar las palabras precisas.
Pero no, todas las interrogantes son contestadas. Aunque la pesada gestación evacúe sus industriales maquinarias que controlen esas obsoletas ideas de sosiegos. Disculpen licitar no significa alguna geometría liviana, sino el cosechar una subasta bien garantizada para exportar los equipajes hacia lo más profundo del infierno.
No los alguaciles de las galaxias inquietos cabalgan. Ellos no saben lo gracioso que es estafar a sus Dioses. Apuesta de vasallos en isla de la fantasía. No saben que los gobernadores vomitan y tragan sus sesos.
Por supuesto, ahora laven sus manos sepan lo arrogante que son. Al decir verdad, van de la mano con su ignorancia. Aunque su dinero disimula tal desgracia y su mayor emblema consista en una causa jerárquica.
No obstante, los cadáveres en la conciencia se han esfumado, feudorosos que fingen claridad en el núcleo para esparcir mentiras verdaderas a cambio de algún pie de voto.
Ahora que al otro lado, sólo los anarquistas disfrutan de cultivo imperialista. Consultan sus páginas, implorando la sanidad de su espíritu que de cerca confunden hasta al más indulgente.
Es esa la pocilga del diablo, que descansa dentro de un prisma. Descubiertas sus sílabas tildaron esa metamorfosis en el cual elevaron sus páginas. Quizás sepan que la dificultad oblicua se acentúe de una ecuación incaica que sólo aprovecha su militancia para convertir los satélites en signos de defunción.
No obstante, los gritos que cubrieron las sombras, dicen sus verdades. Impidiendo sobresaltar sobre sus desventajas como si se tratarse de una bandera perdida en las reuniones de las fronteras. Al fin y al cabo niegan tal existencia porque allá arriba se llenaron de vergüenza.
De tal forma, que muestran su imagen lejos de las perspectivas. El sabor de mundo desequilibra los cojines de la naturaleza. Negando lo fortuito que es canjear por las escarchas de las fortunas. A veces las ventanas se abren disfrutando lo que observa.
Pero al caminar por esas verdes laderas, una mirada comprendió la ausencia del sol y en una mitad lejana levantó su vuelo hasta buscar aquellos archivos extraviados. Los que en su máximo labor silenciaron sus labios para proteger aquella utopía. Néctar del universo que soporta toda injusticia bifurcada dentro del imperialismo nefasto opresor.
De tal modo, que sus manos levantaron la paciencia más cálida y en un pseudo mensaje. Comunicaron aquel sereno cometido. Incluso, la oscuridad de esa noche llamaba a desenredar el ovillo de tal crucigrama. Si era un jaque pastor. Un aviso público que iba y se perdía entre las garras analfabetas.
Claro, el amigo del color aún no llegaba a su destino. Un estruendo que significaba lo contrario del camaleón. Que trataba de zafarse entre los dedos del opresor que deseaba alcanzar el brillo eterno del sol.
De inmediato, los fósiles innatos correspondían, el estante manoseado que sepultaban al déspota sacrilegio. Anudando todo el vacío de los huéspedes paganos. Sólo así detendría el onmigeno que lentamente retrocedía en el equinoccio de la tarde. Si el vuelo de los elementos poseía una esquina que rumbeaba en la extrema descendencia. Un ornamento que escupe desde adentro. O un cronológico estado crucial que quebraba su vasija hacia la inercia de los elementos.
Cierto, la morfología implica el gentilicio de los argumentos. Era la lluvia. Aquella caja negra, donde los presagios se recogían en cualquier rincón. Evitando turbulentas andanzas capaces de olvidar su indigestión.
Quizás por ahí, solo buscaron su gruesa orfandad. El desconsuelo rápido, que el veneno consumió con un minúsculo vocabulario. La presa necesaria para arrullar frente al universo.
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