De repente sabes que algo no va bien, sabes que lo que es ha dejado de ser y que los acuerdos tangibles, quedan en simples palabras al viento.
Alex había llegado a mi vida como un torbellino, de esos que no te das cuenta que están haciendo estragos hasta que todo finaliza. A Alex le dije te quieros, pero aún tenía el control, aun creía tener el control. Y es que no me gusta perder, y de cierto modo siempre he creído que enamorarte, es perder algo.
Cuando era niña recuerdo a mama llorar, una y otra vez, decepcionarse tanto, y decirme que el amor no existía, yo le decía que sí, pero que había que buscar muy pero muy bien. Pero en cierto punto, ni yo lo creía.
La primera persona que me hablo de relaciones estaba en el primario, se llamaba
Ricardo, era un niño moreno y con tono de voz extraño, lo recuerdo como intenso amante del fútbol, y yo era la niña rara, no puedo imaginarme realmente, yo me creía normal, nunca fui consciente realmente de que me convertía en rara porque yo me sentía muy normal. Aunque todos dijeran lo contrario.
En la escuela a nadie le caía muy bien, pero no lograba entenderlo, porque de niños, de cierta forma, solemos disfrazar el rechazo. Recuerdo que me golpearon, empujaron, y me hicieron llorar muchas pero muchas veces, pero necesitaba seguir en el camino de la aceptación. Y mi primera relación fue la broma que más me avergonzó.
Llore cuando Ricardo les dijo a todos que se casaría conmigo. Era una niña inocente. Recuerdo golpearlo con mi sombrilla, y mi sombrilla se dañó. Y creí entender a mama. Algo pierdes por «amor». Y es que nos convencen tan desmesuradamente de lo pequeño, que todo se vuelve real.
Ay estúpido amor.
Creces, y el amor se va a algo más, y hablo de algo, porque literalmente son algos, por lo menos mientras yo crecía, cuando aún jugábamos a corretearnos y la virginidad era más común que los unicornios.
Yo recuerdo amar a un cantante, enamorarme del protagonista de «Diez razones por las que te odio» y amar profundamente los libros. Pero lo entiendes aún mas, el amor duele.
Son las mismas épocas en las que me gusto un chico mayor, que las modelos vestían con poca ropa y que mis kilos por tanto refresco me ponían a llorar en el baño.
Y volví a enamorarme… De la tristeza, de la inconformidad. Me enamore perdidamente, del dolor.
Fue la época en que entendí que la escuela me odiaban, que los niños aman a las delgadas y que si no tienes una bella sonrisa. Jamás triunfaras y fui tan infeliz. Fue cuando me sentí nada, cuando me hice nada. Y todo se recompone y de verdad llega la nada.
Nada.
Nada.
Nada.
Así. Como la palabra, vacía.
Era el cero que nadie miraba, era el cero que yo misma me había hecho, era tan nada, como la historia que se le niega importancia. Era nada.
Nada.
Nada.
Pero hasta de la nada se debe aprender a salir, de la nada se debe aprender a salir del dolor, porque si no eres nada, no tienes derecho a sentir nada.
Y así es el mundo.
Deber. Tener. Sentir.
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