No esperaba que me pasara esto, de hecho venía a otra cosa; desde que mis ojos se fijan en ella quedo inmediatamente hipnotizado. Es una mujer joven, maquillada con lo justo y necesario; unos ojos oscuros, que hacen juego con su pelo muy bien cuidado. Viste de amarillo con negro, con una maxifalda que resalta su altura y la hace ver más estilizada, terminando su tenida en unas medias negras y sandalias sin taco. Todo bien elegido pero a la vez sutil; se nota que sabe vestir muy bien, me fijo además que tiene un tatuaje con un signo oriental en su muñeca izquierda.
El tiempo pasa y toca el turno de sentarnos para recibir instrucciones, que para mi suerte las recibiría muy cerca de ella pues a mi lado estaba sentada. Le empiezo a conversar y ocurre una conexión mágica, cálida, como si de toda la vida nos conociéramos. Hablamos de nuestros pasados y presentes, lo que teníamos en común y lo que no. Pero todo lo bueno debe terminar llega el momento de la despedida, antes de irse se acerca a mí, acaricia mi brazo y se despide cariñosamente.
Han pasado algunos años, para algunos muchos, para otros pocos. No se si vuelva a verla, que habría pasado entre nosotros, si hubiera resultado, que sé yo.
Lo que sí sé es que hubo enamoramiento entre ambos, ese sentimiento que te hace ser cómplice, darte cuenta que fuiste capaz de hacer o decir cosas que nunca harías, no prestarle atención a nada que no sea esa persona especial, proyectarte con ella, creer que es tu otra mitad con quien quieres estar hasta el fin de tus días. Y lo más importante, ese ángel que te hace creer que habrá una próxima oportunidad.
Es por eso que le digo a esa mujer tan especial, esté donde esté: “Volveremos a vernos, Carolina.”
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