Cuando las brazas queman el alma,
un suspiro profundo calma la sed enjaulada,
calma y apaga el alma ardiente, desaforada…
Antes de que se convierta en fuego pecador.
Fuego que arde, hiere y ciega,
ciega y hace volar…
Hasta que caigo en esta realidad,
de suave escarcha rutinaria…
Rutina despiadada que me consume la vida,
vida feliz al fin, pero escarchada en fin.