Estábamos en la calle de San Bernardo. Era ancha, como las de las Casas Baratas, pero en vez de acacias había enormes plataneras. Su sombra, grande y fresca, hacía agradable pasear por la acera aquel caluroso mediodía de Octubre.
El portal era amplio y oscuro, hasta parecer lúgubre. Subimos por una escalera, con peldaños de madera que crujía al pisar, con una barandilla de hierro y pasamanos de madera. Seguir leyendo El Barrio De Las Casas Baratas – Parte 3→
-¿Dónde te duele, Andrés?
-¡Joder, aquí!- se señalaba el lado derecho de la tripa.
-¿Y que hacemos?
-Que vamos a hacer, ¡Pues salir a tocar!
-¡Pero como, si no puedes ponerte derecho!
-¡Venga, venga!, vamos para afuera que son las siete y la sala está hasta arriba de gente.
Las cuatro de la tarde de un luminoso día de Julio. El calor es sofocante. En la calle, debajo de una acacia, cuatro o cinco chiquillos con los tirachinas en la mano miran a la copa del árbol buscando entre las hojas un gorrión nuevo que pía llamando a los padres.
Me encanta que, a traición,
te acerques, me abraces y me beses
que me digas, con ternura, que me quieres,
porque siento latir más fuerte el corazón.
Y bailar contigo en la cocina o el salón
si suena en la radio una canción de amor,
de esas que nos trae el viento del recuerdo
y nos gustan tanto a los dos.
Solo queda, de tu voz, el eco de un suspiro hecho plegaria recorriendo el Universo…
Y leyendas de una corona de espinas, de los clavos, la lanzada y el madero…
y un roto en el alma de tu padre profundo como un agujero negro… Seguir leyendo Silencio→
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