Lentejuelas urdidas en seda del vestido ennegrecido,
que brilla en la penumbra de la decrepita taberna,
el sonar de tacones rojos de pasión encendido,
complementos de la indumentaria que trastorna.
El corpiño erigido resalta el busto de la cortesana,
mientras toma una copa juguetea con sus perniles,
deleitando a los presentes en real actitud profana,
el misticismo presente en la delicia de tus mieles.
Luces psicodélicas resaltan la belleza de la damisela,
admiradores petrificados ante el acto final de tentación,
el monte de venus en todo su esplendor expuesto,
provocando delirios, una inusual agitada tribulación.
La dama se levanta, hombre erguido la asecha,
codiciando palpar su intimidad, aspira su cosecha,
el prolongado descote en la espalda la piel eriza,
el viento juega con su cabellera que hipnotiza.