Sigo observando mi trocito de cielo desde el ataúd de cristal que sobresale apenas un centímetro del suelo. Claustrofóbico en vida, dispuse las condiciones de mi entierro frente al escaparate más perfecto. Ahora rezo por la longevidad de mi mujer y para que, cada semana, venza el horror de mi aspecto, limpie la tapa y restaure su transparencia. Desde hace años proyecto la misma mirada sobre el mismo pájaro detenido en el cielo.