Era otra versión de su sonrisa, le parecía que el mundo se detenía, agitando en silencio la calma de la tarde. Se presentó ante el espejo, dudando si ese seria el momento exacto y si su sonrisa tendría el poder de doblegar el implacable ardor del aire seco.
Le parecía que el eterno instante quieto, fuese solo una fracción del segundo de un viejo reloj imaginario y que el péndulo seguía su curso marcando el tiempo del pequeño mundo que rodeaba su sonrisa.
Aquel espejo, reflejaba el sereno placer de figuras inquietas, detenidas en la sombra del cristal aquel, que solo podía retener un sueño.
No era el sueño de la muerte, tampoco contenía la posibilidad de asesinar las ilusiones, pero con la fuerza suficiente, de contener la alegría de seguir viviendo.
De pie frente al espejo, en el abismo incansable de las grandes ideas, se aproximó a una de ellas, y escogió la que creyó más conveniente. Un fantasma tal ves del pensamiento, o la ilusa pasión de un sentimiento. Y como gastar su última idea en el instante sonoro y mudo del mundo real de quien esconde, la más dolorosa de las penas en el alma.
Era el instante más cuerdo de su mente, el médico observó sus ojos quietos. Formuló la fatídica pastilla y desapareció nuevamente en su recuerdo.