Las violetas son violetas
en los campos de Hong Kong,
en el fondo de mi casa
y en la cueva del ratón.
Nada cambia su vestido,
nada cambia su color.
Ni la tinta, ni el agua,
ni la cara de Colón.
Las violetas son violetas
en los campos de Hong Kong,
en el fondo de mi casa
y en la cueva del ratón.
Nada cambia su vestido,
nada cambia su color.
Ni la tinta, ni el agua,
ni la cara de Colón.
Vacaciones, perdidos quien sabe donde. Perdidos en la noche. Perdidos en una playa. Perdidos aquí y allá. Y nuestros ojos también perdidos. Perdidos en la inmensidad del espacio.
Ojalá lo pudiera tocar.
Cada vez que me encontraba en una estrella, su luz me inducía a soñar, a pensar, y a tantas cosas, que me quedo sin palabras para pronunciar.
Realmente, elegir pasar así la última noche de nuestras vacaciones, parece una idea acertada. Al menos por el momento. Cualquier persona pensaría que en un paraíso como el que visitábamos era para extraer hasta su última gota de placer. Y allí estábamos.
No nos mirábamos.
Tendidos boca arriba sobre la arena. No importaba si húmeda o fría. Solo importaba ver y recordar por la eternidad una de esas almas, representadas en las miles de estrellas del cielo austral. Nada hipnotiza más que el poder inconmensurable de la belleza de la naturaleza.
[¿Has leido la primera parte?]
Se adentraron por un sendero bastante abierto y seguro. Habitualmente era transitado por gente que necesitaba llegar al otro lado del parque sin querer rodearlo completamente.
Un sendero así no me servía. Debía hacer algo más mágico, por lo cual comencé a pensar. Una manada de búfalos… no, era muy peligrosa. Una nave alienígena… no, era muy estremecedora. Un tornado… no, era muy movido y no quería despeinarme. Un camino amarillo hacia un castillo encantado… no era una idea muy gastada. ¡Un meteorito! Sí, eso me serviría, pero para que lo vieran debería ocultar un poco el sol.
–¡Niños! –exclamé–. ¿Ven como esa nube tapa el sol?
–¡Uy! Se está nublando –dijo él.
–Cierto, pero podemos seguir caminando, no creo que hoy tenga intenciones de llover –aclaró ella.
Ahora venía mi actuación monumental. Tomé carrera y corrí hacia un pino bien grande. Trepé, trepé y trepé hasta llegar a una de las últimas ramas, pero lo suficientemente gruesa como para sostenerme. Escudriñé el horizonte y busqué el lugar adecuado. Y actué.
Un ruido bastante fuerte, como un silbido, fue percibido por mis dos amiguitos, lo cual les hizo desviar la mirada hacia el norte. El ruido era acompañado por una estela de luz dejada por un bólido que surcaba el cielo en dirección al bosque.
–¿Ves? Aquella estrella es Antares…
–¿Cuál de todas?
–Esa… la que es de color rojo… –y de una forma cómica señalaba hacia el infinito.
–¿Hasta color tienen…? Para mi son todas blancas.
–¿Reconoces el Escorpión? Mira… levanta la cabeza un poco… si, así. Ahora, ¿ves esa colita?
–Esas cinco estrellas que dan la vuelta así… supongo… ¿Te referís a eso?
–Si.
–Hubieras empezado por decirme que es eso que parece como un signo de interrogación.
–Bueno… el punto de ese signo, ésa es Antares.
–¿Quién lo hubiera pensado? ¿Y la vez de color rojo?
Hola, mi nombre es… Ángel. Una vez me sucedió encontrarme en la siguiente historia. Cuando todo comenzó no se como iba a terminar, ni de que trataba. Pero si yo estaba allí, les puedo asegurar que por algo importante era.
Frías mañanas invernales
Silenciosos días aluviales
Fuertes vientos congelantes
Brillo tenue y aliviante
Mañanas, noches, madrugadas
testigos del fuego resurgiente
espacios llenos pero vacíos
fríos aunque calientes