Como gota de lluvia
Cayendo sobre el mar
pequeña pequeña
chiquita chiquita
Toco fondo
Perdiéndome en la inmensidad
invisible entre la frialdad
para nunca volverme a encontrar.
Un templo para mi madre
Ella y yo lo edificamos.
si acaso, no lo han visto
mi cerebro ya lo reconoció,
y de rodillas se postró.
Un templo para mi madre
Donde no necesite cruzar ríos,
ni océanos, ni follajes interminables.
Solo hay que dejarse llevar
por la inconfundible melodía
que emana de nuestro ser.
Un templo para mi madre
Eterno, seguro, abrigado,
pensante y a veces precipitado.
En el que ¡Mamá! es el mantra
transformador que retumba
en las paredes de su corazón y el mío.
Las tres juntas hacían magia. En el patio, dos de ellas chismeaban en voz baja, seguramente para pasar el tiempo. Pobres, a veces empolvadas, nunca se quejaban. Tranquilas en silencio y a la sombra de las enredaderas las dos esperaban. La más grande era rocosa, azulada y parecía una mesa. En cambio, la chica era lisa y redondeada.
La fiesta comenzaba cuando la tan esperada maga llegaba. Ella con agua y trapo relucientes las dejaba. De inmediato, ajíes amarillos sin pepas y cortados en tiras eran colocados en el batán. Mamá sentada en un banquito y con las mangas remangadas a moler se ha dicho. Muele que te muele, ¡Tangran!, ¡pungrún! , cantaban ambas piedras. Poco a poco agregaba el queso, las galletas, sal y leche. Descansando y probando la crema a la huancaína iba saliendo. Finalmente, con el cuchillo y una espátula recogía a un recipiente, lista para saborear con unas regordetas papas.
Por eso digo, que las tres hacían magia, moler era cosa de mayores. Recuerdo un día, al pedirme que moliera el rocoto, casi muelo mis pequeños dedos. Tal vez, a los nueve años, aún me faltaba la fuerza de mamá. Gracias a ellas hemos podido animar nuestras vidas con deliciosas salsas y aderezos triturados por el espíritu de los dioses y diosas.
Hasta que pasaron los años y llegó a casa la veloz y bullanguera licuadora. Desde entonces, se dejó de moler entre piedras. Sin que nos diéramos cuenta, nunca más vimos aquel batán. A dónde habrán ido a parar aquellas piedras, compañeras inseparables de otro tiempo. Ayudantes hacendosas, que saborearon primero los rocotos, ajíes, hierbas aromáticas, alegrías y penas del alma de mamá Adela.
La soledad tomó el mando
me siento tan desfallecido
que no me queda mas que beber
el licor impuro del recuerdo
y no me queda mas que fumar
el amargo sabor a nostalgia
que retrasan mi presente
y adelantan mi pasado
que, con un suspiro susurran
lo mucho que he perdido,
lo mucho que he temido,
lo mucho que he creído.
Solo el cielo impávido
vislumbró el joven marchitar
de aquella alma derrotada
por el suave correr del tiempo
Y de momento el tiempo calla,
entonces el silencio aparece
y con su estruendoso recorrido
le abre las puertas al recuerdo,
dejando escapar un vendaval
de frías emociones lastimosas
que de gota en gota,
en algún rincón de mi persona
expresan un solemne deseo
ese deseo que un día nos unió…