Epilogo.
Fui citada en las afueras de ciudad Porto, justo en el centro del bosque más cercano a ésta, donde los animales dejaron de rondar en su interior y sólo son los desprovistos de miedo quienes se adentran aquí.
Camino sobre el denso fango, creado por la fuerte tormenta, que azota estas tierras desde hace más de cuatro días. Dificulta mí avanzar, produciendo que mis botas entren en sus profundas fauces, obligándome a realizar más fuerza para continuar. Aunque el problema no es que sea débil, sino, que he peleado contra cuatro Yomas hace unas horas y, dejándome un poco extenuada, sin embargo, ahora debo acudir al llamado del mensajero. Debo encontrarlo aún bajo una tormenta interminable.
Las gotas gélidas impactan en mi piel, como si fueran azotes de mi amo, proclamando por mi urgente llegada. Latigazos hacia la esclava que ha pasado años obedeciendo órdenes, una que no entiende de otra cosa que no sea blandir una espada y descuartizar cuerpos.
Al avanzar no puedo evitar recordar, que estoy en la organización desde que tengo diez años, ellos me reclutaron de un orfanato casi abandonado, una pequeña casa en donde todos pasábamos hambre, incluso los anfitriones la parecían. No había nada más que pudiera desear que no sea morir en ese instante. Las punzadas en mi estómago eran mucho peor que ser desmembrada, pero mi lamento llegó a oídos de mi mensajero, él no dudó en acobijarme en sus alas y llevarme a la organización. Pasé siete años de tormento, ellos querían una nueva especie de luchadora y, aunque estuvieron experimentando con mi carne durante años, no lograron conseguir más que una pequeña señal de mi final.
La lluvia se detiene de improviso, sus gotas se rinden al intentar derribarme, se dan cuenta que no soy como los árboles que abatieron en el camino, no soy un roble que cae ante el peso del viento formidable. Camino con pasos firmes hasta llegar hasta él, hasta la figura más inmutada que pude haber conocido. Sus ojos estáticos me observan de pies a cabeza, descifrando mis heridas, determinando porque tardé tanto, cuestionándose sobre sus actos pasados, si estuvo en lo correcto al rescatarme del orfanato, de haberme sacado de las manos del hambre genocida.
Decidimos no pronunciar palabra alguna, permanecemos callados mientras juntos desciframos en que salí mal ¿Habrá sido la carne y sangre Yoma que insertaron en mi cuerpo? Seguramente es eso, habrán empleado uno sin recurso alguno, pero seguramente estoy equivocada, como lo estoy siempre. Siempre lo estuve desde que accedí a irme con él, en busca de un futuro mejor del que me esperaba, porque hubiera deseado, como compañera eterna, al hambre genocida, en lugar a la organización desmembradora.
— No creí que cuatro Yomas fueran problemas para ti – Luego de semanas, de no oírlo, vuelvo a escuchar su voz, una zigzagueante y llena de veneno, como el de una serpiente destilando sus fluidos por cada rincón. No podría dudar que vio la pelea que enfrenté en el pueblo. Si lo hiciera estaría equivocada.
— Lo lamento – Me dispongo hablar luego de dos minutos – En estas tierras tengo mucho trabajo – Termino reconociendo la gran cantidad de Yomas, rondando por los pueblos y ciudades.
— ¿Deberíamos cambiar tu número? – Pregunta pinchándome con sus palabras, he logrado ganarme una cierta cantidad de ascenso y, el resto, lo conseguí porque mis antecesoras cayeron en combate.
— Al grano –
— Tengo un trabajo para ti –
— No creo que sea para otra cosa que me hayas citado –
— Tu amiga recibirá el mismo mensaje – Pasaron dos años desde que no la veo. Podré volver a jugar con su cabello largo, ver sus ojos grises asombrados por mis estúpidas acciones y escucharla regañándome. Trato de no demostrar el agrado de la noticia, no puedo permitirlo. Pero él lo sabe, por eso la nombró sin rodeos.
— ¿Quién más? – Pregunto fríamente, intentando desviar mi agrado por escuchar de ella.
— Número nueve, diecinueve, veintiocho y treinta y cinco –
— ¿Algo en especial? – Debe serlo para enviar a un digito.
— Lo sabrás al verlo – El mensajero deja caer una pequeña bolsa, llena de oro y, al alejarse de la escena, logro ver una nueva armadura.
La vida de los humanos está en mis manos, ellos dependen de mí, tanto como yo dependo de ellos. Mato por ellos y ellos pagan por mis servicios. No hay nada más en todo esto. No lo hay. Al menos eso intento recordar día a día. No hay nada oculto en la organización. Nada.