Era de tarde, el sol estaba lo suficientemente caliente para deslumbrar la mirada de Gabriel y molestarle la vista pero no como para considerarse veraniego, aun no sé escondía, dormitaba en la mesa de su comedor tan solo observando y el pobre muchacho veía el réloj prácticamente por gusto porque el tiempo no parecía avanzar o los rayos ultravioleta aplacarse.
Luego de unos minutos que para Gabriel fueron horas el reloj seguía haciendo palpitar sus sienes como quien busca que le den un golpe en la cara, el muchacho sentía cada segundo como una tortura que iba sin mediar socavando su cordura.
Gabriel terminó por perder los estribos aunque solo habían pasado cinco minutos desde que su espera comenzó. Tomó el reloj de la pared, un viejo reloj de péndulo cuyo clásico tic tac era un cliché que ya no pudo soportar, así que una vez lo bajó de la pared lanzó el objeto que no medía más de treinta por treinta centímetros y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el piso.
Los vidrios saltaron por todas partes y el reflejo inmediato del muchacho fue cubrirse la cara con las manos. Una esquirla de vidrio se ensartó en su muñeca cortando sus venas.
El chico de desplomó en el suelo, mientras la sangre fluía fuera de sus muñecas haciendo un charco que se expandía poco a poco, el tiempo que pudo ver su reflejo palideciendo en dicho charco le pareció fugaz y en efecto lo fue, solo le tomó cinco minutos a su alma en salir de su cuerpo, después de todo el tiempo es relativo y cuando eres joven esperar vivir toma más tiempo que esperar morir.