En un clima frío, donde la neblina espesa poseía el lugar casi deshabitado se encontraba Diana, quien había cruzado la entrada de su casa sola pero decidida, vestía un abrigo rojo sobre vestiduras negras, se alejaba de su casa a paso lento y silencioso hacia la casa de Vicent Gotnight, un joven muchacho, al que conoció apenas unas semanas atrás y que este pese a esto, se había mostrado gentil y muy confiable.
Pero Diana, no iría a platicar de lo extraño que avanzaba el tiempo, ni los bellos paisajes que existen en lejos lugares que no conoce, tampoco de la fragilidad de la vida, porque ella iba a solo una cosa: preguntar porqué.
Aquella niña de cabello largo y negro, quien usualmente mostraba en su rostro expresiones propias de una dulce mujercita, esta vez no tenía otra, sino de seriedad y determinación. Al llegar a la puerta de un lúgubre edificio que aun se notaba su color marfil, tomo un respiro profundo antes de llamar a la puerta.
Tras unos minutos se abrió la negra puerta de metal, y apareció un alto joven de cabellos claros, delgado, de ojos grises, con una expresión el cual siempre luce apagada, como si se hubiese espumado todo apego a la vida, al mundo y a todo lo que este pudiese ofrecer. Con una voz calmada saludó a Diana.
Pero aquella jovencita, sin responder el saludo solo se quedó inmobil frente a Vicent como si estubiese esperando que algo suceda, este quien estaba seguro de obtener una respuesta, pregunto si algo susedía. Diana, quien finalmente se decidió a pronunciar algo dijo: Fuiste tú.
El joven, quien vestía ropas sencillas y algo desgastadas no por el tiempo sino por el mal uso que le hacía su dueño, se abstuvo de responder y solo mantuvo la mirada hacia la joven que la hablaba. Diana, quien parecía abandonar la calma, continuó diciendo: Tú mataste a mi familia.