La noche estaba apunto de caer en la ciudad, había quedado con Gloria, una amiga de la infancia que hacía mucho que no veía. Gloria y yo nos conocimos en el colegio, por aquel entonces no eramos más que dos mocosos que solo pensaban en jugar y divertirse, como cualquier niño que se precie. Perdimos el contacto al acabar el instituto, tengo entendido que ella se fue a la universidad, ahora mismo no recuerdo a cual, pero yo me quedé en el mismo instituto cursando un grado medio de administración.
Bueno, a lo que iba, habíamos quedado en el bar que normalmente frecuentábamos mis amigos de clase y yo, el Peterson, recuerdo que en mi cabeza no dejaba de repetirme «Que no esté ninguno de mis amigos hoy por favor», no era por nada en particular, simplemente que mis amigos se interesan mucho por los demás, a veces demasiado.
Llegué al bar unos diez minutos antes de la hora que habíamos quedado, no me parecía ver a Gloria por ninguna parte, tampoco sabía que aspecto tendría ahora pero no esperaba que hubiese cambiado mucho. Me senté en la barra y pedí una cerveza, había bastante gente, y sin esperarlo alguien me tocó en el hombro, me giré y ahí estaba ella. Por un momento me quedé boquiabierto, si que había cambiado y mucho, a primera vista pude distinguir sus tan característicos ojos verdes que tanto llamaban la atención a todo el mundo, y su melena negra tan brillante como siempre.
– ¿Pablo? – me dijo con la voz entrecortada.
– Si, – dije yo muy cortado – ¿eres Gloria no?
– Si, – añadió ella ya sonriente.
– Madre mía como has cambiado, ¿qué tal estás?
– Muy bien, gracias ¿y tú?
– Yo perfectamente, gracias. ¿Vamos a una mesa?
Acto seguido se dio la vuelta y nos dirigimos a una de las mesas del fondo, ella iba delante, no podía dejar de mirarla de arriba abajo, estaba despampanante, se había puesto un vestido negro largo que le realzaba la figura y ¡vaya figura! No podía seguir mirándole el culo, como se girara en aquel momento me iba a ver y vaya primera impresión ¿no? Alcé la vista y vi que me estaba mirando de reojo, me puse rojo como un tomate, no sabía a donde mirar, pero ella simplemente sonrió y siguió andado.
Tras tres o cuatro copas, decidimos ir a una discoteca que había a un par de manzanas de donde estábamos, hacía frío, así que Gloria ni corta ni perezosa se me agarró del brazo con total confianza hasta que llegamos a la entrada de la discoteca. Una vez dentro nos dirigimos a la barra a por otra más, la compañía era muy agradable, parecía que no hubiésemos perdido nunca el contacto, estábamos los dos muy cómodos.
Gloria, que no tenía ni un ápice de vergüenza, no esperó ni a coger la copa de la barra y ya se puso a bailar a mi lado, se movía muy bien la verdad, así que cogí yo las dos copas y nos fuimos a un rincón de la sala donde había unos sofás a tomarnos las copas tranquilamente. Por el camino ella no dejó de bailar en ningún momento, parecía que me estuviese provocando pero tampoco quería darle mucha importancia simplemente se lo estaba pasando bien.
Nos acabamos las copas, entre risas y charla, y acto seguido se levantó, cogió mi mano y me arrastró al centro de la pista de baile, en aquel preciso momento todo el mundo desapareció para mí, tenía delante a Gloria, muy pegado a mí bailando muy sensualmente, tenía ganas de ella así que le seguí el juego. Estuvimos bailando un buen rato, hasta que se me acercó y me besó el cuello, un escalofrío corrió por mi cuerpo, aquello si que no me lo esperaba, pero la verdad es que me gustó mucho, sin dudarlo ni un segundo, en cuanto se separó un poco de mi cuello, me lancé, comenzamos a besarnos apasionadamente, no había forma de parar.
Seguimos bailando y besándonos toda la noche, ya casi estaba amaneciendo, las horas habían pasado demasiado rápido, al menos para mí. Teníamos que salir de la discoteca, estaban cerrando, así que pedimos un taxi y nos acercamos a su casa, seguíamos con el mismo plan y la despedida fue aún más apasionada, no lo podía creer, aquella mujer, que fue una de mis mejores amigas de la infancia y que estaba muy bien la verdad, con un chico como yo, pero no iba a ser yo el que dijera que no.
– ¿Te apetece que nos veamos mañana? – me dijo mordiendose los labios.
– Claro que sí. – dije aguantándome la emoción – Te recojo mañana a las ocho y vamos a cenar algo.
– Vale, buenas noches.
Aquella había sido una de las mejores que había tenido en mucho tiempo, tenía ganas de más, pero ahora tocaba descansar un poco, buenas noches Gloria.