Endeble, quizás, esa mirada de perla,
Hambrienta de contornos lunares
Que se alejaron en horas despiertas.
Un disimulo esconde la mueca
De otra guerra vital perdida.
En el sofá quedó el llanto, aburrido,
De repetirse en tus ojos,
Porque no fui refugio preciso,
Ni el café que da sonrisas,
Solo un puñado de voces,
Con la espalda como eco.
Pero llegó la aguja al tiempo preciso,
De usar brazos como fundas de pieles.
Mutuos testigos de una promesa fuimos,
De ser fuegos de leña vencida;
Y todo era quieto, menos el destino,
Desde el cual vino el viento,
Evacuando, otra vez, palabras vacías.