La vida no está compuesta de átomos, está conformada por historias, las historias que forman y cimientan la personalidad de una sociedad, personalidad que encuentra su nicho dentro del lenguaje, lenguaje que se usa como arma y escudo de pequeñas y grandes ideas. La comunicación es y será el pilar fundamental en la evolución de lo colectivo, la humanidad ha dado pasos agigantados desde la incorporación de números y letras en el acervo universal. Habría pues; de ser una obligación moral de los amantes de las letras y el lenguaje lisonjear a los primeros hombres que plasmaron sus pensamientos en: piedra, papiro y papel con la tinta de su imaginación.Gutenberg ante el panegírico de esta hoja te rindo honores a ti y a tus locas invenciones, a muchos nos has permitido ser un ¨caballero en porfía con los gigantes secundados por el hidalgo Sancho¨, a mi personalmente acercarme hacia mis Raíces de la mano de Alex Haley, encontrar el virtuosismo del alma satírica y hedonista de Lord Henry en medio de los versos de Oscar Wilde.
La lectura me ha permitido conocerme, descubrirme en medio de las letras, entender un poco de la complejidad que me rodea, despertar del sopor de la ignorancia, ahora la información está al alcance de un dedo, la digitalización de los contenidos ha permitido franquear más barreras entre el conocimiento y la persona. Pero recurrir a un libro, refugiarse en un poema no debería ser un acto impuesto por obligación. Un lector recurre a este mundo mágico con el afán de descubrir, sentir latir el corazón por la perfecta armonía del lenguaje en una frase; ¨Un hombre que lee, que piensa o que calcula, pertenece a la especie y no al sexo; en sus mejores momentos llega a escapar a lo humano¨.
Envenenada busque el antídoto en tus brazos, me miraste y aspire la decepción que exhalaban tus pulmones y fue ahí cuando me di cuenta del error que cometí.
¿A quién se le ocurre buscar la salvación en su verdugo? Me dejaste ir, mientras los dardos de tu juicio atravesaban mi espalda.
Me disculpe mil noches con el viento y con las nubes que fueron testigos de mi derrumbe.
La lentitud de mis pasos y los tropezones hasta aquel escondite que hasta hoy sigue siendo mi escudo.
Mis parpados y mi mente se volvieron pesados, el sueño milagroso me llevaba, el rocío de las lágrimas mojaba mi cuerpo y la culpa me acunaba en una canción de dolor y angustia…
Los santos de aquel infierno dieron su veredicto; aún debía seguir.
Pero, aunque volví, aunque realmente nunca me fui, ya no estoy aquí. Me quede en aquel abrazo, en su ropa, en aquella noche fría, en el llanto, en las nubes…
Fumo un cigarrillo en el jardín, el curso de la tarde circula de manera tranquila, las aves lo saben, se escuchan más relajadas que ayer. El humo desaparece mientras lanzo trozos de tortilla.
Los pinos se mueven con el viento, les brinda un aspecto acuático. Recuerdo cuando Danielita me dijo que no le gustaban los días sin nubes porque le parecía que estaba en una pecera, tiene razón, las nubes son fantásticas, tienen todas esas formas y sin embargo no poseen una sola forma, además siempre van, ni siquiera les importa a dónde.
Pareciera que cuando hago más lenta mi respiración también lo hace todo lo de allá.
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