Verónica, llegó al centro del laberinto. Su oscuro compañero, la siguió de cerca. Él podía moverse mucho mas rápido, y se desplazaba mejor al trepar por los muros de mármol.
– ¡Este no es un lugar para los vivos! – Exclamo el ángel, que se hallaba de pie frente a la entrada del infierno.
Verónica, avanzo hacia el ángel. La brillo verdoso que emanaba de la entrada del infierno, mantenía iluminada aquella habitación circular. Verónica, estaba herida, el ángel lo notó, pero no pareció sorprendido, aparentemente, ella no era la primera en lograr atravesar el laberinto.
– ¡Vengo a buscar a mi hermana! – Indico Verónica. La muchacha, no era muy alta, pero si era atractiva, eso se notaba a pesar de la suciedad, y las manchas de sangre en su piel. Portaba una armadura negra, tan vieja, que el ángel pensó que la había tomado de alguno de los cadáveres a lo largo del laberinto.
– No pierdas tu tiempo aquí, humana, – dijo el ángel, mirándola con desprecio, como si de un animal sucio se tratara. – Solo los muertos, se les permite usar esta entrada; regresa cuando hayas muerto.
– No tengo mucho tiempo, – aseguro Verónica, mientras avanzaba hacia el ángel. La muchacha, llevaba entre sus manos una brillante espada, forjada con hermosas escamas blancas, mucho más filosas y duras que el acero. – Voy a pasar, no te interpongas en mi camino. – Advirtió Verónica; el ángel sonrió, dejando ver una hermosa sonrisa, con unos dientes perfectos y blancos.
– Esa espada, – señalo el ángel, aun sonriendo, – conozco al ángel, al cual le pertenece ¿acaso la has hurtado? – Pregunto el ángel. Este se acerco un poco más, y Verónica pudo ver su indescriptible belleza. Se trataba de un ser, perfecto, en todo el sentido de la palabra. Su cabello, largo y dorado, llegaba hasta la parte baja de su espalda, sus ojos brillaban con un magnifico destello azul, su piel, las partes que estaban al descubierto, mostraban una superficie libre de vellos, y sin cicatrices. El resto de su cuerpo estaba bien protegido, por una brillante armadura blanca. Pero lo más asombroso en él, no era su belleza, sino sus alas, seis de ellas, tres del lado izquierdo de su espalda, y tres de lado derecho. – No me has contestado. – Indico el ángel. Verónica, se sorprendió al descubrirse a si misma, admirando la belleza de aquel ser. – ¿Como robaste esa valiosa espada? – Pregunto el ángel.
El compañero oscuro de Verónica se mantuvo en las sombras. La muchacha, podía observarlo aferrado a una de las paredes de mármol, que formaban parte del pasillo que conducía a la habitación redonda. El ángel, se molesto, Verónica, lo notó en su rostro. Los ángeles, no están acostumbrados a que se les ignore. Un hacha, brillo en las delicadas manos del ángel. La muchacha, comprendió que aquel hermoso ser, se preparaba para asesinarla. – ¡Es mi premio! – Exclamo Verónica, mientras levantaba aquella espada, que le había salvado la vida, en varias ocasiones. – ¡He derrotado al ángel, portador de esta arma, así que ahora me pertenece! – Aseguro Verónica. El ángel de seis alas, se molesto aun más, pero no perdía aquella hermosa sonrisa.
– Mientes. – Contesto el ángel.
– No tengo, por que hacerlo, – aseguro Verónica, – por favor, recorrí el laberinto, mate a los enemigos, tengo derecho a cruzar la puerta.
– Esta puerta es solo para los muertos, – le recordó el ángel.
– ¡Mi hermana, esta del otro lado de esa entrada! – Grito Verónica, haciendo un gran esfuerzo, para contener sus lagrimas. – ¡Cada minuto que pierdo, implica la muerte de mi hermana!
– La muerte, nos llega a todos, – contesto el ángel. Verónica, perdió el equilibrio, pero antes de caer, logro clavar la espada en el suelo, usándola como bastón, para mantenerse de pie. – Y la muerte, también te llegara a ti. – Agrego el ángel.
El oscuro compañero de Verónica, emergió de las sombras, siguiendo las ordenes de su ama. Un perro negro, mas grande que un hombre, con cuatro grandes ojos amarillos, y una desagradable serpiente verde, en lugar de una cola. El ángel, no se inmuto en esquivar a la criatura, y le arrojo su hacha plateada, la cual se enterró en la cabeza del perro, produciendo un prolongado crujido, señal inequívoca de que el golpe, había fracturado el cráneo de aquel monstruo. El ángel dirigió su mirada a Verónica, seguro que el perro retrocedería, después de todo, el hacha, estaba forjada con minerales sagrados, y ninguno demonio, lograría resistir aquel dolor. El rugido del perro, llamó la atención del ángel. – ¡Imposible! – Exclamo el ángel, al notar que la criatura no retrocedía. – ¡Esta siendo manipulado por un amo! – Comprendió el ángel, justo cuando la mandíbula del perro demoníaco, se cerraba sobre su ala superior derecha.
El perro demoníaco, aun con el hacha, clavada en la cabeza, retorció su hocico con fuerza, solo dos veces, antes de arrancar totalmente el ala superior derecha del ángel. la sangre se derramo sobre la hermosa piel blanca del ángel, manchando parte de su armadura, y después el suelo de mármol blanco. El perro, escupió la gran ala compuesta de plumas blancas, y se preparó para atacar nuevamente. La herida en su cabeza, se hacia cada vez más grande, puesto que el metal sagrado del hacha, estaba quemando su carne. El ángel pateo al perro, antes que lograra morderlo nuevamente, y este, salio impulsado hacia atrás, como si de un muñeco se tratara. El ángel, comprendió que aquel demonio estaba siendo manipulado por un amo. Manipulación esta, que sin duda procedía de un contrato infernal. El enfrentamiento, impidió que el ángel, se percatara de los pasos dados por Verónica para llegar hasta él, y cuando finalmente la vio, ya era tarde. – La muerte, nos llega a todos…– Fue todo lo que escucho el ángel, antes de ser decapitado, por aquella hermosa espada, forjada con escamas blancas.
Verónica cayo al suelo, a un lado del ángel decapitado. La muchacha, perdió el conocimiento, justo después de ver la cabeza del ángel, rodando por sobre el suelo de mármol blanco, dejando tras de si una desagradable y gruesa línea de sangre. La muchacha, cerró los ojos, y escucho a su oscuro compañero, devorando con gusto la dulce carne de un ángel. – Voy por ti, Xiomara, espérame un poco mas…– se dijo así misma, antes de desmayarse.
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