Un pájaro blanco, que podría representar la paz, está encerrado en una jaula, no será liberado nunca, aleteando tiene una mirada profunda que llega hasta el alma más inasequible de todas.
Una luna frágil, rota, fácil de deshacer, permanece encerrada en una caja, que por miedo a su misterio nadie se atreve a abrirla. ¿Podrá el destino hacer que esas dos criaturas se encuentren? ¿Qué pasaría mientras o después de su encuentro? La luna no puede salir a iluminar la noche, está encerrada y su rabia crece cada día. Lo único que une al pájaro con la luna es que ambos quieren escapar con todas sus fuerzas.
El pájaro, con ayuda de otro, consiguió escapar, y una noche se posó en la luna, que a su vez había desaparecido misteriosamente, por tan misteriosa que es, de su caja fuerte. En el momento en que el pájaro se sintió atraído por esa luz misteriosa que emanaba la luna, supo que éste sería el lugar en el que será liberado para siempre de todo tipo de cadenas, jaulas y personas (de hecho, los detestaba). La quería, la necesitaba, quería tocar la perfección. Voló hasta la luna y se posó en ella. Al tacto, parecía diferente de lo que había imaginado y emitía, aparte de la luz, un olor hipnotizante. La luna le llamaba. En efecto, le hipnotizó con su belleza, lo devoró saboreando cada cachito de su carne blanda, cada parte de sus huesos, cada pluma de sus brazos. La luna empezó a sangrar, al principio eran gotas que aparecían una detrás de otra por su superficie, hasta que se convirtieron en un enorme charco en el que podía bañarse en sí misma.
En otro lado del mundo, un pueblo lejano estaba iluminado por una luz roja.
Te quiero… Te necesito… Busco en ti la perfección. ?? ????? ??????… Me has vuelto a dejar sin palabras. Te quiero.