¡Wajajaza…!, ¡wajajaza…!, todas las mañanas esas carcajadas chillonas nos despertaban a todos sin excepción, mamá decía que teníamos un despertador natural, pero para mi hermana y yo resultaba muy, muy escandaloso y horrible, ya que teníamos que levantarnos más temprano.
En el vecindario la apodaron “la bruja Wajajaza”, mis padres decían que debíamos respetar a las personas mayores, pero a veces ellos se confundían y se referían a ella como “La wajajaza”, luego se sonrojaban y pedían disculpas.
Los de mi grupo éramos cinco y queríamos saber qué cosas de bruja hacia la señora Wajajaza o mejor dicho la señora Norma Pareja, pues así era conocida en el mundo de los adultos.
Sucedió entonces que un día mientras jugábamos en la calle, a alguien del grupo se le ocurrió que debíamos mirar por la ventana de la casa de Wajajaza, ya que ella había salido, enseguida muy disimuladamente y para que los vecinos no sospechen de lo que íbamos hacer, uno a uno fuimos colocándonos en la ventana, ¡oh… ¡ con asombro vimos varios animales disecados como adornos en su sala, entonces ahí comprendimos que se trataba de una verdadera bruja malvada que mataba y bebía la sangre de los pobres animales, quizás para tener más poder y larga vida.
Esa noche no pudimos dormir, varios de nosotros habíamos tenido pesadillas, pero…, menos mal que nos quedaban dos días para ir al colegio y reponernos del susto.
Sin embargo, nuestro miedo fue en aumento cuando vimos a la “bruja wajajaza” caminando por los pasillos de nuestra escuela, pensábamos que nos estaba siguiendo, seguramente buscando el momento oportuno para disecarnos.
No obstante, lo que nos dejó paralizados fue cuando nos llamaron al laboratorio para asistir a una clase; “¡Como disecar animales?”, donde la expositora sería ella, ahora estábamos peor que antes, nos sentíamos desilusionados y culpables a la vez, más aún cuando papá comentó que la semana pasada el gallo de la vecina Carmen había sido atropellado y ella andaba muy triste, hasta que la profesora Norma Pareja nuestra vecina se comprometió ayudarla, pues ella disecaba solo animales que habían sufrido un accidente, además había invitado a los vecinos y vecinas a practicar la “risoterapia”, pues comentó, que desde que sus hijos se casaron y se fueron a vivir a otro lado, esa forma de reír le ha ayudado bastante.
Al escuchar todas esas historias sentí mucha pena por mí y los de mi grupo, ¡Qué equivocados habíamos estado!, quizás fue desde ese momento que comenzamos a sentir admiración y a llamarla “Doña Norma”.
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