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Perdida

Entre cuatro paredes relucen mis miserias y realmente ya no me importa. Sentada en el diván desde hace unas cuantas horas, simplemente miro hacia la ventana con aires de resignación, como quien se conforma con la iniquidad interpuesta en su destino. El cielo dejó de inspirarme hace mucho tiempo y los amaneceres perdieron el romanticismo de los viejos tiempos. Mis mañanas se hunden en las ruinas de una monotonía insalvable, y sinceramente ya no hay nadie que pueda rescatarme de mi propia perdición. Cada quien es su abismo en una guerra sin cuartel, y yo lo he sido durante toda mi vida.

Es posible que aún me quede tiempo para alumbrar mi corazón y erradicar la apatía que me ha dominado desde siempre. No quisiera ser tan dura conmigo misma, pero es a lo que me he acostumbrado y me costaría deshacer aquella identidad con la que convivo a diario. Es lo que me ha hecho fuerte. No puedo cambiar los hechos ni reparar los daños, pues el tiempo avanza sin piedad alguna y solo puedo aferrarme a aquello que todavía me pertenece.

Lo que no te mata te hace más fuerte, reza el refrán. Una verdad infinita que se manifiesta en nueve palabras tan certeras como el significado que habita en ellas. La realidad me ha empujado a descubrir mi propia entereza y es un hecho que no puedo negar, pero a cambio suelo esquivar lo que siento como si se tratara de una agria condena. Puedo proteger mi cuerpo, pero no lo que hay que detrás de él, y ello me desorienta hasta límites insospechados. Si pudiera encontrar una respuesta a la vorágine que perturba mis días, sería capaz de sentir una dulce pizca de alivio, pero como la corriente suele arrastrarme a los abismos sin cesar, solamente me queda vivir con la utopía de lo bello, de lo hermoso, de lo inalcanzable.

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La Verdad En Un Lienzo

Divino lienzo en cuya superficie se plasma mi alma entera. Los sentimientos se sumergen en una alegría infinita al saberse conocedores de un paraíso profundo. El pintor está destinado a pincelar incesantemente todos mis deseos sin detenerse, pues la corriente de la pasión no entiende de límites precisos, ni siquiera les presta atención. La razón se transforma en un estorbo que parece no encontrar un lugar jamás, y quién sabe cuándo lo hará, pues tampoco quiere abandonar las lagunas de la mente humana al reconocerla frágil en sus maneras. La perpetua lucha de las emociones con el sentido más rígido de la conciencia se palpa en el corazón de quien traza las líneas de su intimidad, que no es nada más que el cúmulo de las verdades incuestionables que se esconden en el alma.

El producto de todas estas colisiones intrínsecas se vislumbra a través de un cuadro. Aquel cuadro donde todo puede verse reflejado con una pureza honesta. La obra que trasciende por su magnitud incalculable habla por aquellos seres que no pueden alzar su voz, con la posibilidad de cavar un hoyo entre mil y un almas perdidas. La soledad parece esfumarse por unos pocos segundos, y en un instante tan efímero, los corazones parecemos entendernos los unos con los otros. Una sensación que casi siempre dura poco y está destinada a desaparecer al poco tiempo de percibirla.

En el fondo, es poco probable que uno alcance a comprender el calibre de sus emociones, porque la realidad es que el individuo casi nunca acierta en el proceso. A veces la identidad permanece oculta por causa de la ignorancia interna, la misma que azora al ser todos los días, pero aún se manifiesta la esperanza de un hallazgo, aunque sea en lo más minúsculo de la burda existencia, porque el verdadero ser está presente, tan presente como las obras que perduran en el tiempo. Lo pasajero se reduce al cuerpo, pero las maravillas del interior volarán con locura por los aires de la eternidad.

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Las Injurias De Una Peste

No es un secreto para nadie que es la humanidad misma la que construye su propia historia, forjando fragmentos que traspasan las barreras del tiempo y el espacio para propagarse con furia hacia las generaciones venideras. Los estragos generados por la vulnerabilidad de dicha especie quedan expuestos ante las miserias externas de cada contexto y un sinfín de contradicciones se vislumbra sin poder hallar una respuesta.  

En las circunstancias más desgarradoras se divisa la más cruda de las realidades, aunada a una perenne sensación de incertidumbre que desarma al ser humano hasta el punto de enfrentarlo con su propia debilidad, sabiéndolo incapaz de vencer en cada momento. La piel se transforma en un cristal mientras el alma se cubre de hierro con el paso del tiempo, sanando las heridas y abriendo las puertas a una posibilidad de renacer después de la tormenta.

Quizás estas palabras pueden definir el sentimiento de cualquier ser humano cuando resulta despojado de aquello que le es sagrado, aunque ni él mismo se dé cuenta de su valor. Se da cuenta de que no es nada, y ahora todo está de más. Duele tanto un golpe al orgullo, aquel capaz de lanzar un brusco empujón contra la verdad oculta en nuestra vida, pero dolería menos si se tuviera la oportunidad de abrazar las imperfecciones, las que conllevan al descubrimiento real de lo que somos y lo que en algún momento podríamos llegar a ser.

Tras las catástrofes nada vuelve a ser igual, y lo que se entendía como normalidad pierde automáticamente el significado que tenía. Sin embargo, la humanidad puede florecer otra vez, convirtiendo los vestigios de su pasado en lo que se conoce ahora como historia. Ningún acontecimiento está exento de repetirse, pero en el futuro se estará más preparado para hacerle frente al mismo, contando con recursos que antes no se tenían, y con un tiempo valioso que puede marcar la diferencia. Que este virus sólo represente un capítulo de nuestra historia, y que después de él podamos volver a encontrar el verdadero sentido humano para no perderlo jamás.

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