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El Que Silba

Laurelin corría despavorida por el bosque, llevaba las ropas rasgadas y manchadas con sangre, su cabello negro despeinado se agitaba al viento mientras intentaba correr más rápido levantando el vestido que le estorbaba en su huida, escuchaba detrás de ella los sonidos cada vez más cercanos de su perseguidor y su miedo se incrementaba a cada paso que daba.

Rápidamente atravesó un claro del bosque iluminado con el brillo de la luna y por encima de las copas vislumbró las almenas de un castillo, sintió por un instante un poco de esperanza, solo hacían falta unos cuantos metros más para estar a salvo, detrás de ella se escuchó un silbido lento y constante que le heló la sangre de pies a cabeza, estaba cada vez más cerca y sería demasiado tarde para ella si no apuraba el paso, intentó una vez más correr con todas sus fuerzas y volvió a internarse en el último tramo del bosque que debía recorrer.

Los matorrales se cerraban cada vez más y le dificultaba pasar, aquel silbido seguía detrás de ella cada vez más nítido, se escuchaba cómo algo se acercaba rápidamente ganando terreno con respecto a ella, Laurelin entró en desesperación e intentó brincar unas raíces de un árbol que estaban torcidas pero cayó de bruces y se golpeó la nariz, la sangre que emanaba se escurría por su cara y manchaba su ropaje ya de por sí sucio y desgarrado, el lazo de una sandalia se rompió y esta salió de su pie quedando atorada en la raíz, el silbido era cada vez más fuerte así que se levantó como pudo y echó a correr, las lágrimas que caían por sus mejillas se mezclaban con la sangre que salía de su nariz, lloraba incesantemente pero no se detenía el miedo le evitaba detenerse.

Paso unos arbustos más y ahí estaban, negras y llenas de musgo las escaleras de piedra que tanto anhelaba ver, corrió aún más pero la falda se atoró con su pie descalzo y laurelin cayó al pie de la escalera con la ropa hecha harapos y con la cara llena de sangre, intentó levantarse pero notó una punzada en la rodilla que la hizo caer nuevamente, se había golpeado con una piedra al caer y no podía caminar, la desesperación la invadió, tenía que llegar a como de lugar así que se arrastró como pudo e intentó llegar a la escalera, en ese instante por entre los arboles salió ante ella su perseguidor, Laurelin volteó y lo vio a la cara y una mueca de terror inundó su rostro.

Ahí delante se encontraba una mujer delgada de gran belleza y cabellos oscuros hasta la cintura, con los ojos grandes y de un color azul que brillaba con la luz de la luna, Laurelin se estaba viendo a si misma parada frente a ella, como si estuviera contemplando su rostro en un espejo, su doble se acercó a ella despacio mientras Laurelin se arrastraba hacia las escaleras, trató como pudo alejarse pero la mujer se acercó y la tomó por los pies, instintivamente Laurelin se volteó de inmediato y quedó cara a cara con su doble a una distancia muy corta.

-Ahora morirás-dijo la mujer y besó a Laurelin en los labios, el grito desgarrador se perdió en la lejanía y la lluvia como esperando aquella señal, comenzó a caer.

Un hombre estaba bebiendo en el comedor del castillo después de haber devorado grandes piezas de un exquisito lechón, en los ventanales adornados con vitrales en alusión a la realeza se podía ver la tormenta que arreciaba en la oscuridad, y uno que otro relámpago ocasional destellaban en ellos iluminando el gran comedor, un hombrecillo bajo y calvo entró con una jarra de plata y se acercó a la mesa rebosante de manjares, dejó la jarra llena al lado del señor y mientras tomaba la vacía le susurró algo al oído

-¡¡Que pase!!- gritó el hombre que se escuchaba un tanto ebrio al hablar, el hombrecillo calvo se apresuro a la entrada del comedor y dio una señal para que alguien se adentrara en él, un hombre robusto de cabello largo y barba pronunciada se acercó al comedor, iba cubierto con una gruesa capa empapada por la incesante lluvia, al llegar a la orilla de la mesa hizo una inclinación reverencial que el señor del castillo contestó con un ligero ademan de su mano

-Señor del Norte, agradezco su amabilidad-dijo el extraño-Mi nombre es Davilo y vengo del Reino del Este, he entrado a sus tierras sin su permiso y me disculpo por ello-dio una inclinación- Pero el motivo de mi intromisión es la búsqueda de la hija de mi señor quien desapareció hace más de una semana, el rastro que he seguido me trajo hasta las puertas de su castillo y quisiera…-dijo el hombre e hizo una pausa como pensando mejor que decir -Le suplico que me indique si la ha visto o la ayudó con su infinita bondad a resguardarse de la tempestad en su hermoso castillo.

Sacó de su capa una sandalia rota con adornos de brillantes en las correas y se la mostró al Señor del Norte que escuchaba con atención.

-Esta sandalia pertenece a ella y apareció a unos metros de su entrada.

El señor del castillo miró fijamente a Davilo y no emitió ni una sola palabra, llenó su copa de vino y dio un trago tan largo que la vacío en un instante, secó sus barbas con el brazo y se levantó sin dejar de mirar a Davilo atentamente, caminó alrededor de la mesa y se posó frente a él recargado en el borde cruzando los brazos, Davilo no sabía que pensar ante la extraña situación que se le presentaba, se sentía un tanto incómodo pero comprendía que quizá el hombre había bebido demasiado y no esperaba una visita tan tarde, abrió la boca para decir algo pero el Señor del Norte hizo un gesto con el dedo para que se callara y lo invitó a sentarse en una de las sillas que estaban a su lado, Davilo aceptó y mientras se quitaba la capa para no mojar la fina seda de las sillas, un relámpago iluminó un vitral del comedor.

El señor del Norte acercó la jarra con el vino y llenó otra copa que acercó a Davilo, éste titubeó pero por fin agarró la copa y dio un sorbo al vino que al mismo tiempo que refrescarlo le llenó de un calor necesitado después de la espesa lluvia en la que había estado.

-No hay manera sencilla de decir esto, querido amigo Davilo- dijo por fin el Señor del Norte- ya que vienes de tan lejos buscando a tu señora, quizás, y no creo equivocarme por los detalles de tu ropaje que no eres cualquier lacayo del gran Señor del Este, y me atrevería a pensar que eres aún mas importante de lo que me imagino, así que en honor a tu prestigio seré directo, la chica que buscas es muy probable que este muerta- dijo el señor del castillo.

Davilo abrió los ojos de par en par y se apresuró a levantarse pero el Señor del Norte lo detuvo por el hombro y éste volvió a sentarse, el señor le insitó a beber un poco más y Davilo lo aceptó, sentía una desesperación que crecía pero sabía que aún había más qué escuchar de aquel hombre viejo y ebrio que lo miraba sin parpadear.

El señor del Norte dio una serie de aplausos y por la puerta del gran comedor asomó la rechoncha silueta del hombrecillo calvo

– Trae un poco de comida para nuestro invitado.

El hombrecillo salió de inmediato, Davilo se levantó nuevamente pero el señor del castillo lo volvió a sentar esta vez con mas fuerza, dejó de recargarse en la mesa y caminó al lado de la silla de Davilo

-No le hicimos daño a tu señora, nadie en mi castillo haría algo sin que yo se lo ordenara y puedes estar seguro en hace mas de un mes que no tenemos noticias de nadie.

El hombre regresó a su silla y llenó la copa nuevamente ante los ojos impacientes de Davilo, meditó un poco y por fin dijo

-Disculpe usted Gran Señor pero no logro entender, ¿usted sabe algo de la princesa? o simplemente está suponiendo que por las inclemencias del tiempo…

El hombre ebrio se levantó furioso e interrumpió

-¡¡No estoy suponiendo nada!!- dijo con voz firme y sin ningún dejo de ebriedad- Te estoy diciendo que la chiquilla tiene más posibilidades de estar muerta porque en estas tierras habita el que silba- dijo el señor y un estruendoso trueno retumbo en el comedor.

Davilo se sintió aturdido, por supuesto que sabia de quien hablaba el hombre, “el que silba“ era una leyenda infantil que les contaban sus padres para asustarlos, por supuesto aquella tontería no podía ser más que obra del alcohol, por un instante se relajó y pensó que aquella perorata sin sentido se debía al evidente estado de ebriedad de el Señor del Norte.

La puerta se abrió y entró el hombrecillo con trozos de carne, frutas dulces y una jarra de plata llena de vino que depositó junto a Davilo y una vez que esperó la señal de su amo, se dirigió nuevamente a la salida del comedor y nuevamente quedaron a solas, El Señor del Norte hizo un ademán para que Davilo comiera y él siguió bebiendo de su copa sin apartar los ojos dell invitado que tenía delante.

– Señor, es mejor que me vaya, la princesa puede necesitar mi ayuda y yo estoy aquí perdiendo el tiempo, no quiero que tome este gesto por desprecio de su hospitalidad pero preferiría marcharme cuanto antes-

El Señor del Norte bebió su copa y dijo- en tres días solo has comido bayas y aguamiel, es mejor que te alimentes bien para seguir tu camino, come y bebe lo que quieras y después podrás irte.

Davilo se sintió un poco desconcertado pero comprendió que tenía razón y comenzó a llenar su plato con prontitud y a devorar la carne que se presentaba frente a él, un silbido se oía en los vitrales y afuera la lluvia seguía su curso y no parecía tener interés de amainar. Por un momento ninguno de los dos dijo nada pero pasado un rato el Señor del Norte continuo.

-Veo en tu mirada que dudas de mi palabra, hombre del Este.

Davilo dio un sorbo a su copa y negó con la cabeza

-Señor si en algo lo he ofendido…

-No, no me ofendes- interrumpió el señor del norte- pero en verdad escucha mis palabras ¿Escuchas el silbido que azota el castillo?

– El viento..- dijo con cautela mientras asentía levemente.

el Señor del Norte se quedó serio y bebió más vino.

-No es el viento, es el que silba. Sus miradas se fijaron nuevamente y Davilo pensó que era el momento adecuado de irse, la demencia del Señor del Norte continuaba con su fantástica historia pensó que solo perdería el tiempo si seguía ahí escuchando las sandeces de un hombre ebrio.

Davilo limpió sus barbas, dio un trago más al vino que le quitó toda señal de frio que pudiera tener y se levanto del asiento

– Gracias por su hospitalidad señor, pero es mejor que siga mi camino.

–¿Por qué dudas de lo que te digo hombre del Este?- dijo el Señor del Norte.

Davilo se molestó un poco, se apartó de la mesa y le dijo al hombre que tenía enfrente

-Con todo respeto Señor, los cuentos infantiles son solo eso, cuentos infantiles, nadie cree en verdad en un ser que cambia de piel constantemente y anda por los bosques comiendo personas y metiendo sus huesos en un cofre de oro.

El señor del Norte siguió mirando impasible a Davilo, este se inclinó en una reverencia y se dirigió a la puerta, un viento gélido se adentró en el comedor y apagó todas las velas dejando solo la luz tenue de la chimenea que crepitaba a un lado de la mesa, Davilo sintió un escalofrió pero no se detuvo, cuando iba a dar una vuelta al picaporte de bronce escuchó la voz del Señor del Norte que había cambiado y sonaba un tanto familiar, notó un ligero silbido que se hacía cada vez más fuerte.

-¿Cuál es tu duda real Hombre del Este? ¿La existencia de aquel que silba o que él haya dado muerte a tu querida Laurelin?.

Davilo volteó de repente asustado, no recordaba haber pronunciado el nombre de la princesa y ahora que hacía memoria no recordaba haberle dicho al Señor del Norte que no había comido mas que bayas y aguamiel en los últimos días, un sudor frio lo recorrió y miró la silueta del hombre que seguía bebiendo frente a él pero ahora solo iluminada por un pequeño resplandor de la chimenea, Davilo no apreciaba las facciones del Señor del Norte pero por un momento tuvo la impresión de que su barba y cabello habían crecido considerablemente, no se movió pero evito saltar de la impresión cuando el hombre sentado en la mesa emitió una sonora carcajada

-Hace mucho tiempo que habito en estos bosques- dijo el Señor del Norte mientras se levantaba de su silla y servía otra copa de vino- no puedo salir de aquí por culpa de un hechizo que puso uno de los ancestros de aquel al que llamas Señor del Norte, pero al parecer ese mismo hechizo fue su maldición, ya que he encontrado en el linaje de esta familia mi alimento favorito y ¿Por qué no decirlo? Mi única fuente confiable para alimentarme- Terminó la copa y la dejó en la mesa- Quizás nunca pusiste atención a las historias que escuchabas de niño- Prosiguió mientras se acercaba a Davilo,- Pero si no me equivoco decían que nunca fueras al norte en época de lluvia porque es cuando aquél que silba se alimenta ¿No recuerdas que cada que suena un trueno es el grito ahogado de una de mis victimas?- dijo la silueta del hombre que se acercaba.

Davilo sintió terror y no supo si salir corriendo o enfrentarse al hombre que se acercaba, comenzó a sentir frio y el silbido se hacía cada vez más fuerte, sacó su espada torpemente pero se cayó de su mano temblorosa al ver aparecer al lado de la chimenea un cofre dorado que se abría lentamente y a un costado la inconfundible silueta del Hombre del Norte que yacía muerto. La silueta seguía riendo y cada vez se acercaba más hasta quedar frente a frente. Davilo sintió un terror en aumento, pero su cara se paralizo del miedo cuando el rostro del hombre que se encontraba frente a él se iluminó por causa de un relámpago y pudo ver las facciones idénticas a las de él como si estuviera viendo su rostro en un espejo, El que Silba sonrió burlonamente y pregunto:

-¿Soportaras esto o sufrirás como Laurelin?

Un trueno que precedía al relámpago anterior ahogo el grito desgarrador de Davilo que se perdió entre los silbidos de la tempestad.

 

 

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