El fuego se eleva en grandes llamaradas e ilumina en su entorno figuras fatasmagóricas que giran a su alrededor. Unas sombras que a veces se alargan desmesuradamente y que en otras se contraen caprichosamente y cabriolean sobre las paredes del rancherío. Se dispersan estrellitas rojas que se pierden en la negrura de la noche. Suena muy fuerte una música que aturde los sentidos. Hay que danzar y danzando están en torno a las llamas. Se baten palmas y desafinadamente también se canta. Laten violentamente los corazones. El aire está caliente y cargado de perfumes. Olor a leña quemada. Olor a humo. Olor a carne… a rica carne que se dora al calor de las brasas. Chisporrotea la grasa que cae. Olor a vino y a caña que hoy, solamente hoy, corre con libertad en vasos de vidrio y viaja sin cesar de boca en boca. Risas y más risas… Gritos de felicidad incontenida…
La casa del Lagarto González está como muchas cerca del arroyo, del otro lado de la vía, entre el ramerío de cina-cinas, retamas y acacias retaconas. El Lagarto la fue formando de a poco, con restos de chapa y palos que encontraba por ahí y que las acarreaba en su carro. Tiene, al decir de sus vecinos,» buenas comodidades» . Una habitación caudrilonga que le sirve de fogón y donde se reune la familia para comer, descansar, discutir, pelear y hacer las paces, escribir, leer… Una pieza alargada con divisiones precarias en su interior y que se va estirando en la medida que crece la descendencia hace de dormitorio. Formando martillo un cobertizo donde se guarda el carro y mercaderías diversas que se consiguen en el diario «changar». Son montones de cartones, plásticos, baterías en desuso, cables, pedazos de colchones… Más atrás, identificable por sus emanaciones y el sobrevolar de las moscas, el retrete.
–¿ Viste, che Carmela que tamaña fiesta en lo del Lagarto?. Una fiesta como si fuera fin de año digo yo…
_ ¿ Y quién no se iba a enterar con ese relajo bárbaro que tienen?.
_ ¿ Tú no sabes ques lo que festejan esos disgraciaus?.
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