Después de mucho tiempo el zorro volvió al lugar donde había conversado por última vez con el Principito. En realidad no había sido tan valiente después de todo ya que tenía la certeza de que volver a ver los campos de trigo sería muy triste, tanto como le resultaba mirar las estrellas cada noche o caminar cerca de los rosales.
Los campos de trigo eran particularmente distintos ya que escondían el movimiento de los cabellos dorados del Principito cuando el viento los desordenaba, guardaban su color y hasta las historias que nacieron durante los rituales de la domesticación.
Esa tarde subió despacio y con temor la loma y desde allí su mirada se perdió en los trigales que se extendían sin límites hasta el horizonte. Uno a uno los recuerdos florecieron como si se trataran de rosas floreciendo apresuradas en un jardín dormido.No hay tiempo ni hay espacio en los recuerdos. Los hechos y los sueños se mezclan y se confunden unos con otros siendo difícil a veces reconocer el orden lógico, la secuencia temporal.Quizás por eso había dificultad para el zorro en recordar el momento exacto en que se había iniciado la domesticación y por ratos parecía como si ese niño venido de un pequeño asteroide hubiera estado siempre cerca de él.
Se quedó un largo rato mirando la danza de las espigas con la música invisible del viento, recordando esas eternas tardes de conversar mientras las horas pasaban lentas,sin prisa. Recordó también la despedida y sintió que todas las despedidas de su vida se resumían en ese último día de estar juntos.La domesticación es dolorosa como bien le había dicho el Principito.
Caminó hasta ese extenso campo que iba despojándose paulatinamente de su color dorado mientras el sol se ocultaba. Se vio rodeado de espigas que le acariciaban suavemente su pelaje y entonces decidió dormir ahí esa noche, cobijado por mil recuerdos de un tiempo hermoso y distante, recuerdos que como estrellas en el cielo despertarían uno a uno para revivir brevemente en sus sueños.
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