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Ese Lugar Especial (Andrea)

Soy un hombre complicado, mi concepto de vida y del amor son bastante peculiares, pero puedo asegurar que mis sentimientos son genuinos. En mi corazón mental hay un lugar muy oculto e íntimo donde está lo más valioso de mis sentimientos; en ese lugar guardo la confianza, el cariño puro, la fe, la alegría y la incondicionalidad. En ese lugar tan profundo de mi corazón mental, junto a esos sentimientos, hay varias personas que son dignas de estar ahí, como por ejemplo mi familia. Después de lo que he vivido decidí limpiar ese lugar, no todos son merecedores de mi confianza y de mi incondicionalidad, me han demostrado que hay quienes pueden ignorar el valor de ese pequeño lugar tan genuino e incluso romper los sentimientos que tengo ahí guardados como si de un juguete sin valor se tratara. He sacado a varios personajes de ese lugar ya roto y no permitiré un rasguño más.

Personas que pensé que se quedarían para siempre fueron de las primeras en salir, pero a ella no la puedo sacar de ese lugar, ella tiene algo que no he visto en nadie, es genuina. Su forma de expresar amor con más que palabras  sin importar nada, me hacen creer sin duda que es verdad que me quiere. Es que eso es precisamente lo que me enamoró de ella, desde la primera vez que escuché su voz hablando de amor, esa alma tan transparente. Ella habla del amor real, no me refiero únicamente a ese amor entre hombre y mujer cliché que solo sale en las películas, sino del amor que se supone debería regir al mundo. Ese amor que existe en la mirada de una madre hacia su hijo, o en los abrazos que se dan con fuerza y ternura entre dos amigos de verdad, ese amor que refleja la sonrisa de un niño cuando no tiene miedo… Ese tipo de amor es el que expresa ella, ese amor de verdad. Es por eso que me encanta escucharla cuando habla sin parar durante una tarde entera mientras yo pongo toda atención en sus palabras. Cada cosa que sale de su boca esa tan cierta y bella, que me he enamorado de su alma. Cuando la veo no son sus ojos caídos los que me gustan, ni su cabello de algodón o su sonrisa con aparatos dentales, yo veo la manera en la que intenta expresarse, la reacción que tiene cuando descubre algo nuevo y no puedo evitar pensar en lo afortunado que soy al saber que soy el que conoce la belleza que hay detrás de esa expresión facial tan neutra. Es así de simple: no es su voz, es lo que dice; no son sus ojos, es su mirada; no es su sonrisa, es la razón por la que sonríe y no son sus brazos, es lo que siento cuando me abraza… La amo, simplemente la amo.

Ella cree en el poder de ese amor real y está familiarizada con la energía que corre entre cada partícula de cada átomo de esta tierra, esa mujer ve el valor de la vida por lo que es. Ella igual que yo sabe que no a cualquiera se le da un lugar en ese pequeño corazón mental lleno de sentimientos valiosos. ¿Cómo no darle un lugar a una persona así? Además me queda claro que yo también tengo un sitio en su corazón.

Andrea, tienes para siempre un espacio en ese lugar especial de mi corazón, ¿O debería decir «alma» en vez de «corazón»?

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Relato De Una Pesadilla

Cuando mi hermano me habló del sitio, me pareció un poco raro que la iglesia abandonara así un complejo tan grande.

Vi las palmeras y la orilla de la playa, caminamos frente a la vieja iglesia. Todo lucía derruido y viejo.

Me señaló las casas, blancas y de tejado naranja. Eran bonitas desde afuera. Una pequeña piscina en la parte trasera y al frente el ancho mar.

Una extensa línea de cocoteros pasaba frente a las casas y se perdía de vista.  «Los techos están reforzados porque los cocos al caer los rompen» dijo mi hermano.

Caminamos y llegamos al rato a un bohío, donde nos recibió el reverendo. Que hombre tan pavoroso, pensé; pero mi hermano lo quería de verdad.

Me senté en la silla que me ofreció.  «Aquí en la villa, aceptamos todo lo que está roto por la gente, porque la gente rompe todo» dijo el reverendo. Y me mostró un gato. Estaba remendado de una manera poco ortodoxa. Sus fracturas fueron cocidas con hilo quirúrgico y alambres.

El gato me ronroneó y se frotó entre mis piernas y sentí algo de aprehensión. Pero el gato era poco, comparado con lo que vi después.

Al lado de la playa, apareció un niño rubio. Rubio en lo que le quedaba de cabeza, porque juro que su cabeza parecía más bien una vajilla reconstruida.

La mitad de su cara estaba entera, pero la segunda mitad, estaba muy mal cocida a la primera. Podías ver dentro de su cráneo.

El niño, como embotado, se acercó para abrazarme. Mi corazón se agitó. Me abrazó y pensé que iba a romperlo de nuevo. Vi las costuras. El alambre entraba sin piedad en su piel y unía de una forma espeluznante un lado de su cara al otro. Las gotas de sangre seca se acumulaban en las oquedades que dejaba el alambre.

Sonriendo, el reverendo me dijo, «acá aceptamos lo que está roto».

Me presentó a su esposa que era como una muñeca de trapo ambulante. Un rostro vetusto y enjuto, de Cabello entrecano y rubio. Su cara severa, parecía desconectada de cualquier expresión y vestía un traje de tela de lino que, quizás hace 100 años, fue blanco.

Todo era muy raro. Sentí un terrible deseo de huir cuando aparecieron mis vecinos. Era como ver la noche de los muertos vivientes.

Se acercaron: gordos, delgados, altos, bajos. Todos remendados, rotos, cocidos y recocidos. Muchachas que podrían ser reinas de belleza con hilos y alambres entre los jirones de cabello rubio o castaño.

Mi hermano me sonrió y me dio la bienvenida. El reverendo me preguntó si yo era católico, le respondí que sí, e hizo un mohín.

Me puso sus manos huesudas en los hombros y me acercó a la orilla de la playa. Mientras, Los vecinos formaron un semicírculo en el bohío.

El reverendo me dijo: “El mundo rompe a la gente buena. El mundo maltrata al hombre de alma noble. El mundo ataca sin piedad y nos hace sangrar el espíritu”.

“Pero nuestra iglesia no juzga. Nuestra iglesia, acoge a todo el que esté roto y lo remienda. Dime hermano ¿tú estás roto?”.

Yo le dije que sí: “Estoy roto. Endeudado. Abandonado. Solo.”

“¿Y buscas aquí un hogar?” dijo el reverendo.

“Sí” le respondí.

“¿Entonces, quieres ser remendado?”

Sentí un escalofrío. Como un templón que subió por mi columna.

Dijo el reverendo “aceptas a Cristo en tu corazón?”

Respiré hondo. Le seguiré la corriente y me largo de aquí. Esto es un cementerio de muertos andantes, pensé.

“Lo acepto” dije.

“Entonces, yo te bautizo en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo.”

Me sumergió en el agua y juro q pasaron horas. Al salir era de noche.

Mi ropa era negra. Sentía una extraña sensación. “Estás remendado” dijo el reverendo.

Entonces, cuando llegué al bohío, un niño espantoso cubierto de sangre y mugre me tiró una bola de arena húmeda.

El niño del cráneo cocido me miró con horror y huyó.

“¿Y mi hermano? ¿Dónde coño está mi hermano?”

No lo vi. Pero vi al reverendo. Lejos, alto en la torre de la iglesia abandonada. Así que corrí en pos de él.

Llegué a la puerta y la golpee. Las casitas de cocoteros quedaron a lo lejos.

Alguien se acercó y llamó. Me fui por la vereda de adoquines hasta la entrada de la villa. Y me dijeron “tu hermano está en la barraca de los novicios”.

Así que subí las escaleras y lo vi. Muerto. Su cara, era su cara, pero estaba quebrada. La sangre y las vísceras estaban expuestas a la noche.

Dolor. Ira. Impotencia. Maldición.

La emprendí a golpes contra el hombre que llevaba su cuerpo. Pero los golpes que le daba solamente aumentaba su indiferencia.

Sentí en mi cabeza, la voz del reverendo maldito que me decía “la sociedad nos rompe. A tu hermano lo rompió la sociedad, sólo que ahora puedes ver la verdad.”

Y ahí comenzó mi cruzada. Entré al cuarto de los novicios y con una palanca de hierro que encontré, comencé a apuñalarlos a todos. Pero ninguno gemía. Se despertaban asombrados. Como si le prendiera la luz a alguien que dormía.

Unas manos me tomaron por sorpresa. Muchas manos me empujaron hacia atrás.

Me arrastraron y me metieron en un cuarto oscuro. Ahí estuve. Sentía el sonido del mar al frente y de vez en cuando, lo que presumo que era un coco caía sobre el techo reforzado con un golpe seco haciendo un estruendo.

“Mi hermano. Mi pobre hermano” sentí las lágrimas rodar tibias por mi cara. ¿O era sangre?

Me calmé. En algún momento saldré de aquí y partiré en pedazos al maldito reverendo pensé.

No sé si fueron siglos o segundos el tiempo que estuve sentado ahí dentro. La cerradura de la puerta sonó y me levanté dispuesto a matar al reverendo apenas lo vi entrar, pero no pude.

Caminé hacia él y a pesar que estaba a pocos pasos de mí, tardé en llegar. Me sonrió mientras me miraba y de nuevo, me puso las manos en las mejillas.

“Maldito hombre te odio” pensé.

Y dijo “eres bienvenido. Estabas roto, pero has sido remendado y nosotros te aceptamos”

Mi pobre hermano, pensé.

“Ya estás remendado” dijo el reverendo.

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La Criatura Del Tiempo (1ªParte)

Hoy comienzan las deseadas vacaciones de verano. Se terminó el colegio, los madrugones, los deberes y los exámenes hasta dentro de tres meses. Por fin libertad. Bueno, algunos deberes tengo, pero desde muy pequeña me han acostumbrado a hacerlos nada más llegar a casa, así me queda el resto del día libre sin preocupaciones.

Estoy en el autobús del colegio, a quince minutos de mi casa. En cuanto llego, me preparo un bocadillo de chocolate con un batido de fresa. Vivo con mis padres y mi hermano mayor Sakk, aunque ahora mis padres están trabajando y mi hermano está con su novia, según dijo ayer en la cena. Por tanto, estaré sola unas horas. Siempre he sabido cuidar de mí misma desde muy pequeña, y ya tengo doce años.

Al acabar de hacerme la merienda; me dirijo al salón, apoyo la comida en la mesa, abro mi mochila para sacar los deberes y mientras como, los hago. Una hora y media después hago un descanso y me voy afuera. Me siento en las escaleras de la entrada a jugar con mi perrita Eira. Minutos más tarde, escucho la deceleración de un coche que se va aproximando a mi casa, son mis padres; mamá me llama una vez han aparcado para que les ayude a descargar la compra que han hecho.

Por la noche en plena cena, mi padre me dice si quiero acompañarlos a casa de mis difuntos abuelos, mañana por la mañana. La casa está en un pequeño pueblo de apenas veinticinco habitantes, y debemos ir para recoger unas cosas antes de que se estropeen aún más de lo que seguramente ya están.

Mi abuelo murió en la Tercera Guerra Mundial, un año antes de que esta terminara, que duró cinco años, hasta 2049. Y mi abuela falleció en 2051 por una infección bacteriana que condujo a la sepsis que sufrió. Mis padres vivieron con ellos, y después de fallecidos siguieron habitando en esa casa, hasta 2062, cuando se produjo un temblor que debilitó su estructura. Apareció una grieta desde el establo donde antiguamente tenía el ganado, hasta la casa, desde entonces se ha considerado inhabitable. Nunca había entrado en ese lugar, y tengo muchas ganas de ir, así que le digo que sí.

A la mañana siguiente, desayunamos y nos dirigimos hasta allí. También viene mi hermano, que llegó a casa de madrugada no muy tarde. En cuanto llegamos, abrimos el portal con las llaves que tiene mi padre y luego accedemos a la propiedad, bajamos del coche y abrimos la puerta de la casa. Con la abertura, apreciamos un cambio de temperatura bastante notable. No creo que me equivoque al decir que hace diez grados menos en el interior con respecto al exterior. Papá entra primero por si aparece algún peligro. Al cerciorarse de que todo es seguro, entramos los demás. Mis padres y mi hermano suben las escaleras hasta la primera planta, siguen recto y entran en el comedor, donde hay varias cajas con fotos plastificadas dentro, cuadros viejos e infinidad de artilugios más. Yo subo detrás de ellos, pero me paro en una habitación a mi izquierda. En ella veo; discos antiguos, muebles… o eso es lo que aprecio a simple vista. Avanzo, ojeando lo desconocido. Diviso un mueble con cedés de música de cantantes que ya han muerto o son ahora viejísimos, los conozco porque mi madre los escucha muchas veces en un antiguo lector de discos que aún conservamos. Sigo admirando el resto de la habitación maravillada por muchas cosas que son basura para mi padre, pero que para mí son como un tesoro vetusto. Rebuscando aún más, observo una caja de cartón de color castaño claro. La abro, contemplando algo insólito que me deja sorprendida. Sobre una capa de papeles triturados, me encuentro con una pequeña criatura de color añil, que jamás había visto en documentales, revistas, periódicos ni nada por el estilo. El ser me mira, sus ojos son del mismo color que su cuerpo, e incluso diría que más oscuros. Sin embargo, lo que me provoca un nudo en la garganta es lo que pasa a continuación.

—No me hagas daño, humano ­—articula lentamente.

Tardo en reaccionar un poco.

—Tra…tranquilo, no voy a hacerte nada malo —susurro con un leve tartamudeo— ¿Qué eres?

En ese instante mi hermano entra en la habitación sin previo aviso.

— ¿Con quién hablas enana?

—Conmigo misma, ¿pasa algo? —respondo rápido cerrando la caja.

—Cada día eres más rara…. Dice papá que ya nos vamos.

Tras la información me mantengo callada, viendo como mi hermano regresa con nuestros padres.

De nuevo abro la caja.

— ¿Quién era ese? —pregunta el adorable…lo que sea.

—Mi hermano. Es inofensivo, no te preocupes. Aunque un poco tonto.

Se ríe con un agudo tono de voz.

— ¿Comprendes las burlas? —Le pregunto curiosa.

—Entiendo todo lo que dice un humano.

— ¿Como puede ser posible eso?

—¡¡Que bajes, enana!! —grita Sakk desde el final de las escaleras.

Le propongo al animalito si quiere venir a mi casa, y él, aunque un poco asustado, acepta. Vuelvo a cerrar la caja y me la llevo. En el coche mi hermano intenta husmear en ella, pero yo no le dejo, así que se queda sin descubrir nada. Al llegar a casa, voy a mi cuarto con la excusa de estudiar un poco. Mis padres no se oponen, pero me avisan que en una hora vamos a comer. Cierro la puerta y abro la caja. Veo algo desconcertante, una piedra preciosa de color añil, con una forma muy parecida al del ser que antes habitaba la caja. No entiendo lo que ha pasado, ¿Dónde está la criatura?

Abro mi portátil con rapidez y empiezo a buscar en internet, utilizando palabras clave que puedan sacarme de dudas. Encuentro una web de teorías rechazadas científicamente entre las cuales, aparece una que llama mi atención. En ella se habla sobre seres transtemporales; emergen de túneles temporales que pueden aparecer en cualquier lugar y por cualquier circunstancia. Además, pierden toda esencia de lo que son si se les separa del lugar de donde surgieron, transformándose en cualquier cosa. Vuelvo a cerrar la caja y planifico un viaje a casa de mis abuelos.

Mi madre me llama para ir a comer. Al acabar, cojo un pequeño envase de plástico sin que me vean mis padres y lo lleno con algo de comida que sobró. Luego preparo una mochila: meto en ella el recipiente con la comida y la caja, también llevo una botella pequeña de agua. Digo en casa que voy a dar una vuelta con la bicicleta. Con el casco en la cabeza, la mochila a la espalda, mi identificación, el móvil y por supuesto las llaves que dejó mi padre en el porta llaveros, me voy.

Recorro los diez quilómetros y medio que hay desde mi casa a la de mis abuelos. Al llegar apoyo la bici en una pared de piedra al lado de la puerta de entrada, la abro y subo las escaleras hasta la habitación en la que estuve por la mañana. Allí destapo la caja y vuelvo a ver al animal como al principio.

— ¿Ya estamos en tu casa? —me pregunta.

—Te llevé, pero te habías convertido en algo parecido a un zafiro. ¿Cómo es eso posible?

—No lo sé. Salí a la superficie el día en que todo se estremeció. Solo sé que después del destello, todo cobró sentido para mí.

— ¿El día en que todo se estremeció? —Repito recordando algo— ¿Te refieres a un terremoto?

—Sí.

—El último fue en el año… ¡¿llevas veinte años aquí solo?!

—Hace mucho que no llevo la cuenta —Expresa cabizbajo— pero el tiempo ha sido muy largo y tedioso.

La pobre criatura no solo no puede salir de esta zona si no que ha tenido que soportar una odiosa soledad durante años.

—No me compadezcas —prosigue— la soledad no es cruel, te ayuda a conocerte mejor.

—Sí. Pero demasiada puede sobrepasarte —le replico yo.

—No ha sido tan malo, he visto muchos animales terrestres y voladores. Aunque entre estos últimos hay unos en concreto que no son nada amigables. Salen de noche y he visto cómo sus garras destrozaban a otros animales más pequeños. Un día que salí a buscar alimento, casi me atrapan… me salvé por los pelos de ser la comida de uno de ellos. A partir de aquello, salgo cuando el sol está más alto.

— ¿Y qué sueles comer? Le pregunto curiosa.

—Insectos. Por este lugar proliferan debido a la vegetación. También me alimento de la fruta de un árbol plantado aquí al lado y al mismo tiempo sustraigo de ella el agua que necesito.

— ¡Espera! ¿Comes bichos?

—Pues sí. —Responde tranquilo— Tienen muchas proteínas y proporcionan bastante energía.

—Puaj. —Digo asqueada— hoy no creo que cene.

—No sabes lo que te pierdes —expresa orgulloso.

—Pues que siga siendo así. Cambiando de tema, aún no me has dicho tu nombre. ¿Y cómo sabes hablar tan bien? —le pregunto.

—Me llamo Leimdoru, pero llámame Leim. Puedo crear vínculos sinápticos con otras especies para establecer una conversación y un entendimiento, de este modo podemos comunicarnos sin ninguna dificultad.

—Encantada, Leim. Pero de ser así, puedes relacionarte también con otros seres y hacerte amigo de ellos.

—Mi capacidad intelectual llega a extremos en los cuales es incapaz de establecer ilaciones con otros seres de este planeta, a excepción de los humanos, cosa que he comprobado hoy.

—En otras palabras, que puedes comunicarte con otras especies pero deben ser suficientemente complejas para que haya una comunicación lógica entre ambos.

—Digámoslo así, si. Es como si tú intentaras tratar con tu gato; entenderá algunas cosas, jugarás con él y te divertirás, pero si pretendes hablarle de las leyes de la termodinámica, seguro que se te queda mirando de manera fija y con las orejas izadas.

—Yo no tengo gato. Pero si una perrita.

Leim se queda mirándome, instantes después mira hacia otro lado y suelta un suspiro.

—Era un paradigma —Dice con un perceptible decaimiento de ojos y bigotes.

—Tengo doce años, aun me cuesta entender las metáforas —me río un poco avergonzada—. ¿As intentado alguna vez alejarte de este sitio?

—Sí. En dos ocasiones me alejé para inspeccionar más allá de este paraje, pero a medida que me distanciaba, mi cuerpo empezaba a paralizarse, y mis sentidos se nublaban. Nunca di tiempo a que todo empeorara, y nunca quise arriesgarme más, hasta hoy. No creí que me fuera a pasar algo al ir dentro de la caja, pero no solo sentí lo mismo que las anteriores veces, si no que de pronto, dejé de sentirlo todo, hasta que te vi abrir la caja de nuevo.

Le comento si le gustaría hacer un experimento, y él, aunque receloso, acepta. Le cedo mi mano para que suba en ella, luego lo llevo al exterior y lo voy alejando muy despacio. Observo cómo se empieza a desorientar, confirmando al instante su relato.

­—No temas, confía en mí —le digo.

Veo como en seguida se desploma en mis manos, y contemplo atónita lo que ocurre después. Leim se va transformando paulatinamente en el zafiro, es precioso. Doy media vuelta, a medida que avanzo hacia la casa, la piedra se convierte de nuevo en él.

— ¿Has averiguado algo? —Me pregunta una vez consciente y cambiada su forma.

—Creo que sí. No debes traspasar el portal, tienes que quedarte dentro de esta zona.

Cuento los pasos que hay desde ese límite hasta la casa, midiéndolos lo mejor posible.

— ¿Qué haces? —Me pregunta interesado.

—Shhh. No me desconcentres.

Llego a la puerta e inicio mis cuentas mentales en voz alta.

—A ver. Son cuarenta y dos pasos, a un metro cada paso, da cuarenta y dos metros.

— ¿Has tenido que pensar eso para resolver la incógnita? —exterioriza Leim sarcástico.

—Calla. —Ambos reímos.

Al menos ya sabemos algo. Hablo rato y tendido con mi nuevo amigo Leim. Él me enseña toda la casa mientras yo le cuento que era de mis abuelos. El suelo cruje por varias zonas, pero Leim me confirma que no hay peligro, examinó toda la casa y el máximo riesgo es en el establo, donde el temblor hizo más daño. Todos los días lo visito, y dos semanas después le planteo echar un vistazo al establo. El se niega.

—Vamos Leim, ¿y si todo comenzó allí? Tal vez se encuentren ahí las respuestas que estás buscando.

— ¡He dicho que no! —Insiste enfadado— Se puede desmoronar en cualquier momento.

—Si no lo ha hecho en veinte años, no creo que lo haga justo hoy. Solo un vistazo de cinco minutos, anda.

Leim se mantiene callado y pensativo.

—Solo cinco minutos, ni uno más —recalca.

—Te lo prometo.

Caminamos hacia ese lugar, hasta adentrarnos en él. Lo primero que veo son las zonas individuales donde el ganado dormía, hay al menos catorce. Continuamos profundizando y en uno de los pasos tropiezo con la grieta, sin llegar a caer. Leim y yo la seguimos para ver hacia donde nos lleva. A medida que avanzamos se va ensanchando más, y termina en una de las estancias, casi al final del pasillo. Entramos en ella y vemos algo sorprendente; una trampilla de madera algo carcomida por las termitas y el tiempo. De pronto, vemos unos leves destellos que asoman de manera intermitente por los bordes de la madera y alguna de sus fisuras.

— ¿Qué es eso? —Pregunta atemorizado Leim.

—Vamos a averiguarlo. —Le respondo resuelta.

Con el corazón saliéndome del pecho, mi cuerpo temblando nerviosamente y mis manos con la intención de retroceder, la abro de un gesto rápido y seco. La inmensa luz nos hace apartar la mirada, pero en cuanto las pupilas se contraen y se acostumbran a esa luminosidad, advertimos unas escaleras. Con curiosidad y temor, las bajamos, oteamos al frente, y descubrimos algo asombroso y a la vez desconcertante, una resplandeciente singularidad.

 

Continuará…

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La Chica De Mis Sueños

Me la mamaba,

estaba dura,

y no me refiero a mi polla,

ella estaba dura

 

Le cogía de los hombros

apenas se movía,

estaba congelada, y fría,

como los muertos

 

Sí, estaba muerta

y yo insistía en que me la mamase,

entre más insistía más duro

su cuerpo se volvía.

 

Hasta que a base de insistir

al fin me la empezó a mamar,

hasta que le dio por hablar

 

Empezó a gritar,

a escupirme,

decía que daba asco tremendo

que ojalá me muriera.

 

Todo eso mientras me hacía una paja,

con el cejo fruncido,

con cara de odio,

rechinando los dientes,

jalando con fuerza,

furia desmedida.

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Clase De Inglés

Nadie toma en serio la clase de inglés, ningún compañero acata las normas: Joshua lee Ross en su IPad. Sofía e Idaly juegan con el cabello de Alvaro. Karina y César ríen a carcajadas.
Angel juega Plants vs. Zombies.
Casi todos platican, se pueden escuchar un montón de voces que juntas crean ruido.
Ya hay sujetos que le dan la espalda a la maestra.
Ella dice: Open your book´s on page… we need to finish…
Es un poco penoso, bajó el volumen de su voz y su tono es otro. Quizá en el fondo entienda que hay cosas más importantes que la clase de ingles.
Decide sentar sus nalgas en la silla, sacar su celular y salir de la escena.
– Pueden estudiar otras materias pero tengo que ver sus libros en las bancas.
Ya ni siquiera lo dice en ingles.

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