Las cuatro de la tarde de un luminoso día de Julio. El calor es sofocante. En la calle, debajo de una acacia, cuatro o cinco chiquillos con los tirachinas en la mano miran a la copa del árbol buscando entre las hojas un gorrión nuevo que pía llamando a los padres.
— Pero no, Angelito… no puede seeer… ¿Lo has pensado bien?. ¿Te parece bien la decisión que has tomado?
–Si, mamá, hace mucho que tengo ganas de irme, de irme a la mierda, y dejar todo… Ya me tiene aburrido el tata, más que aburrido, me tiene cansado hasta más no poder.
–Pero m´hijo, no digas eso, ¿ es que ya no quieres a tus padres que tanto han hecho por ti?.
Carmelo, Angelito y Brígido sintieron a la madre que candil en mano los llamaba con voz destemplada. Con un camisón blanco hasta el suelo y una redesilla en la cabeza se parecía a un fantasma.
¡ Arriba, arriba, dormilones! . ¡ Hay que levantarse de una vez!. Siempre pasa lo mismo, tengo que llamarlos dos o tres veces y ustedes como si nada, como oír llover. Seguir leyendo Esperando La Mazamorra→
Me encanta que, a traición,
te acerques, me abraces y me beses
que me digas, con ternura, que me quieres,
porque siento latir más fuerte el corazón.
Y bailar contigo en la cocina o el salón
si suena en la radio una canción de amor,
de esas que nos trae el viento del recuerdo
y nos gustan tanto a los dos.
Solo queda, de tu voz, el eco de un suspiro hecho plegaria recorriendo el Universo…
Y leyendas de una corona de espinas, de los clavos, la lanzada y el madero…
y un roto en el alma de tu padre profundo como un agujero negro… Seguir leyendo Silencio→
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